TEATRO › EL TITERE, DE RICARDO DUBATTI, CON DIRECCION DE SEBASTIAN BERENGUER
El autor tomó como referencia a La gaviota, de Chéjov, y sobre ella exploró cuestiones como la tensión entre un texto y su fuente.
› Por Paula Sabatés
Hay una pregunta que subyace en El títere (domingos a las 20.30 en La Tertulia, Gallo 826) y es la de cuál es el límite que hace que una versión de una obra teatral sea eso y no otra pieza nueva, distinta. Eso mismo se cuestionó su autor, Ricardo Dubatti, cuando se puso a escribirla, en 2011. Joven investigador, además de dramaturgo, tomó como referencia y punto de partida a La gaviota, de Antón Chéjov, y sobre ella exploró algunas cuestiones referidas sobre todo a la fidelidad hacia los clásicos y a la tensión entre un texto y su fuente. El resultado es esta obra que por primera vez lleva a escena el también joven bahiense Sebastián Berenguer, y que se presenta como una relectura rebelde pero inteligente de ese clásico ruso. La pieza está protagonizada por Cristian Thorsen, Mariana De Cristófaro, Ezequiel Ruiz y Cristian Majolo.
En la obra de Dubatti (Pájaro Tiresis, Azuelos amarillos) la acción transcurre en una sala de teatro independiente en la Rusia de 1910. Jan y Anna ensayan allí una adaptación, justamente, de La gaviota, y discuten por la estética de la obra. Son pareja o mejor dicho familia, porque ese es el aire que se respira en ese teatro en decadencia, dirigido por su también primer actor, el viejo Salenko. En un respiro de los ensayos (Jan está borracho como de costumbre y Salenko encerrado estudiando su último monólogo), el afamado director de teatro comercial, Alan Alenichev, ex compañero y socio de Salenko, irrumpe en el teatro, seduce a Anna con promesas de gloria y se la lleva a su gran teatro en Moscú. Allí empieza una historia de decepción, manipulación, frustración y muerte, en la que sin embargo no faltará el humor.
Si bien quien conoce la obra de Chéjov podrá percibir la ¿clara? referencia (el tema central de aquélla reside en las diversas formas que puede asumir la función creadora y en la actitud del hombre como sujeto de esa creación), en la búsqueda de su pregunta motora Dubatti se tomó varias atribuciones, que convirtieron a esta en una versión audaz y experimental. En primer lugar, el autor coquetea con una mezcla de estéticas, quizás como respuesta al debate –largamente extendido– sobre el predominio del realismo en Chéjov. El autor dividió a la obra en dos actos, y otorgó a cada uno de ellos una estética distinta. Mientras que en el primero sí sobresale el realismo, el segundo es más bien paródico, con actuaciones exageradas y momentos casi absurdos. Ese contraste, junto con las constantes referencias teatrales, hace de la obra una pregunta por el teatro en sí mismo, sus posibilidades y sus límites, y traza una relación con otras obras del dramaturgo, que también se preocupaban por esa cuestión.
Por otro lado, Dubatti cambia a la gaviota por el títere, otorgándole a la pieza toda una nueva simbología, propia, de la que Berenguer y los actores se apropian. El director se permite trabajar con algunas convenciones (él mismo dijo que en los ensayos con los intérpretes trabajó el concepto de “frío”, para generar cierto clima), y también con una estética bien delineada, marcada por colores oscuros, músicas lúgubres, una iluminación tenue e incómoda (posiblemente, algo deseado), y una escenografía simple en recursos pero compleja en su diseño y organización. Elementos, todos, que junto con el texto hacen de este espectáculo uno para pensar en todo lo que encierra la escena. Y también lo que se escapa de ella.
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