Mar 23.06.2015
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TEATRO › MIGUEL ANGEL SOLá Y SU REGRESO A LA CARTELERA PORTEñA

“Alguien también tiene que hacer el trabajo limpio”

El actor, que vuelve a ponerse en la piel de Dalmacio para Hoy: el diario de Adán y Eva, de Mark Twain, propone que en el teatro se cuente “otro tipo de historias”. Por ejemplo ésta, en la que, acompañado por Paula Cancio, reivindica “el respeto y el amor al otro”.

› Por Emanuel Respighi

A Miguel Angel Solá no le da lo mismo cualquier cosa. No parece ser de esa clase de personas que andan por la vida haciendo las cosas “más o menos” en función de lo que se habían propuesto. Consecuencia de su enorme trayectoria, acostumbrado a hacer del tiempo la materia prima para sus composiciones en teatro, cine y televisión, el actor piensa con esmero cada una de las ideas que dice. No sólo eso: se toma pausas necesarias hasta encontrar la palabra que mejor expresa lo que quiere comunicar. Como si en cada palabra elegida al dar una entrevista, o en cada gesto al interpretar a un personaje, definiera la vida misma. Ese compromiso, irrenunciable, es el que vuelve a reconocérsele sobre el escenario del Teatro Apolo, con la reposición de Hoy: el diario de Adán y Eva, de Mark Twain (de jueves a domingo), la obra que se mantuvo en cartel en el segundo lustro de la década del noventa, giró otros tantos años por España y ahora retorna a la cartelera porteña.

Tras 17 años viviendo en España, Solá regresó al país para embarcarse en esta remozada reposición teatral y la grabación para TV de La leona (ver aparte). La obra, estructurada en dos tiempos, cuenta en clave de comedia una historia de amor, a partir de la interpretación del texto de Twain de parte de una intelectual española (Eloísa), y un versátil actor uruguayo (Dalmacio), que se intercala y complementa con un emotivo y desopilante reportaje radial hecho al ya octogenario Dalmacio, por una joven periodista. Bajo la dirección de Manuel González Gil, Solá vuelve a ponerse en la piel de Dalmacio, esta vez acompañado por Paula Cancio, su pareja en la vida real. Tal como ocurrió en la anterior etapa de El diario..., cuando sobre el escenario el actor la protagonizó junto a Blanca Oteyza, ex pareja del actor.

“La obra habla de lo que se está dejando de practicar: sobre el respeto y el amor al otro”, reconoce el actor a Página/12. “Respetar no es tratar a la otra persona de usted, sino aprender a conocerla y a valorarla por lo que es y cómo es. Es un juego bonito, con la pluma de Twain en ese cuentito adaptado por ella para ese último programa de radio que dispara la trama. La obra expresa una mirada piadosa sobre el ser humano, muy compasiva a la vez que aguda, ingeniosa y tierna. Cuando ofrecíamos la obra a productores españoles, nos decían: ‘¿Una hora y cuarenta minutos hablando de amor? ¿Pero quién va a venir a verla? ¿Y no tiene intermedio? ¿Cómo van a hacer para fumarse un pitillo o tomar algo?’. Yo les decía: ‘No sé, ¡pero si quieren eso que vayan a la cancha!’. Tardamos tres años en conseguir a alguien que nos abriera las puertas, y después nos quedamos cinco años en cartelera”, subraya Solá.

El diario... es una obra especial para el actor. A la buena cantidad de años que se mantuvo en la cartelera porteña y también en la española, donde incluso la dirigió, se le suma el agregado de que fue la obra que estaba protagonizando cuando en 2006 una ola gigante lo sorprendió mientras nadaba en aguas cercanas a islas Canarias. En el revuelco se dañó la médula ósea. Un accidente cuyas secuelas aún sufre. “Pensé –confiesa– que nunca más la volvería a hacer. Nunca pude restablecer totalmente el equilibro. Pero en esta obra sufrí esa inestabilidad mucho más”, confiesa.

–¿Nunca pensó en dejar de actuar, después de aquel accidente?

–Claro, ¿pero de qué podría vivir si no sé hacer otra cosa? Incluso, he dirigido, pero viéndolo trabajar a Manuel me doy cuenta de que no soy director. De hecho, cuando dirigí la obra allá seguí los pasos de Manuel. Trabajé con los actores viendo las posibilidades de ellos de ser Eva y de ser Adán. La obra llenó todas las salas. La obra trasciende a quien la hace. Uno puede no entenderla, pero algo queda en el pecho de quien la ve.

–¿O sea que de dejar de actuar, ni hablar?

–No, tengo que comer todos los días. No soy rico, ni lo inmediatamente menor a eso, ni lo menor a eso, ni lo menor a esa otra categoría.

–Pero para usted, seguramente, la actuación es mucho más que una condición económica...

–Claro. Pero si quisiera hacer por vocación este trabajo, ¿qué me podrían ofrecer fuera de la actuación? ¿Guardia de seguridad? Me soplan y me tiran. ¿Qué hago de mi vida si no actúo? Si esto es lo que hice siempre y lo que me reconforta el alma.

–¿Por qué volver a interpretar El diario...?

–No conozco obra que me guste más hacer. Me divierto mucho, la paso bien, muestro mis capacidades actorales. Vine a Buenos Aires a hacer otra obra, pero tuvimos problemas con los derechos de autor, y ahí fue cuando González Gil sacó de la galera volver a hacerla. Físicamente no me sentía muy capaz. He descubierto con los ensayos que no tengo buen equilibro, que me cuesta mantener la vertical, lo cual me dificulta hacer varias cosas. Pero también ese problema físico me va marcando el límite para no cometer excesos. Hay que encontrarle la forma positiva para hacer esta obra, que es muy bella. Es una obra físicamente poderosa, que hace un recorrido sobre el amor a través de diferentes edades, con distintas posturas físicas.

–La obra la protagonizó con su anterior mujer y ahora la hace con su actual pareja. Evidentemente, arriba del escenario no sólo se ponen en juego cuestiones artísticas sino también emocionales.

–Es una obra ideal para hacerla con alguien a quién querés.

–¿Por qué?

–Porque estás hablándole de amor a ese ser querido sin que te interrumpa (risas). La obra permite contar y expresar muchos sentimientos que los humanos solemos callar, que no decimos por pudor o porque estamos adscriptos a una época que es agresiva, una época bastardeadora de la condición humana. Es un momento que se rige por reírse de los demás, no con los demás. La condición humana está atravesando un momento violento y poco solidario. Así como se cuentan historias de traiciones, de irrespetuosidad hacia el prójimo, de maldad, también hay que contar otro tipo de historias. Alguien debe hacer el trabajo limpio. La bondad y el amor también son características humanas.

–¿La obra, en ese sentido, es una suerte de bálsamo para lo que las carteleras teatrales suelen programar?

–La obra no tiene otro valor que el de una obra de teatro. No hay que buscar más allá y pensar que va a transformar la vida de quienes la vean. Lo que sí va a transformar es el momento, porque automáticamente empezás a ver una historia en la que los dos seres no sólo se quieren sino que se profesan esas maneras de quererse. El primer sueño de cualquier ser humano es que lo quieran. Desde que nace, el ser humano sólo busca amor. Después, el tiempo les da lugar a las sucesivas muertes de la inocencia. Ese proceso hacia la adultez hace que lleguemos a ser “adultos adulterados”.

–¿La historia impacta más en aquellos que vivieron un “gran amor”?

–No creo que haya una persona que no se haya enamorado, que no haya sentido algo poderoso por alguien. Más allá de que después esa pasión haya sido o no correspondida. Esa vara de medir es transferible a cualquiera. La primera necesidad de uno es que lo cuiden, que lo arropen, que lo quieran... Nacemos como bichos desprotegidos por la naturaleza, para luego transformamos en depredadores. Tardamos mucho en caminar, en saber un idioma, en expresar nuestras necesidades, en reaccionar y en civilizarnos. El ser humano nace dependiente. Estos dos bichos que nacen de vaya a saber quién o qué, son los primeros, están cubiertos de toda inocencia. Son dos seres que reaccionan simplemente en función de lo que sienten, sin otra razón que los atraviese. A la mayoría nos cuesta comunicar nuestros sentimientos. Con excepción de algunos poetas o escritores muy buenos. Esta obra pone en palabras esos sentimientos.

Teatralidad y realidad

–¿Considera que hacen falta obras con estas temáticas, teniendo en cuenta la cartelera poblada de piezas que buscan el impacto?

–No lo sé. Eso lo tiene que decidir la gente a la que le gusta hacer ese tipo de teatros. A mí me gusta transmitir amor. Pero no hay una misma receta para todos. Hay gente que se expresa mejor contando las miserias del ser humano, que es tan válido como contar los valores positivos. Lo que pasa es que como tenemos saturación de “realidad”, porque las noticias cuentan todos los días la resaca de la “realidad”, no se hace interesante una obra en la que alguien se levanta a las 7 de la mañana para curar la vida de los demás, para ayudar a vivir, para educar a otros o para levantarles la basura. Eso no resulta interesante, parece. No se le encuentra vínculo con esa “realidad”.

–Una “realidad” mediática sobrevalorada. En definitiva, son más los argentinos que se levantan todos los días bien temprano para ir a trabajar y convivir que aquellos que no lo hacen.

–Sí. Somos muchos más los que profesamos el amor que la violencia. Pero yo no invento los titulares de los diarios y de las televisiones y de las radios. Será que siempre existe un manejo político de todo eso y que diferentes agentes políticos y empresariales son los que mueven las madejas de la “realidad”. Pero ésa es la “realidad” con la que se encuentra todo el mundo. A menos que vivas en una burbuja, nos bombardean mañana, tarde y noche contándote lo mierda que sos. Hasta que te convencés de eso. Son pocos los que pueden resistir y rebelarse. Esa no es la verdad. Esa “realidad” es una parte ínfima de la verdad. Lo otro no aparece. La noticia sigue siendo que un hombre mordió al perro.

–¿Cree que fue siempre así o en el último tiempo recrudeció?

–Ahora se da más porque la comunicación es inmediata. Se pueden generar estímulos nocivos en segundos. Parece una obra costumbrista destinada a mostrar que todo es una caca. Eso se repite constantemente. Es difícil salir de esa especie de espiral. Uno puede pensar que en los ’30 se estaban matando por millones en Europa, y es verdad. O que en la Guerra Civil norteamericana se liquidaron 20 millones de personas. Si uno lo mide por cantidad, quizás esa época sea menos brutal que ésta. Pero, es verdad también, que ahora se mata sin conciencia, a distancia. El mundo perdió la conciencia que se tiene de la responsabilidad ante la muerte de otro ser humano. Y hay muchas más formas de muerte, y también mayor cantidad de herramientas para poder evitarlas. Sé que es difícil, pero creo que la solución es un giro de la voluntad, que es posible.

–¿Es optimista?

–Sí. Lo imposible es que no lleguemos a darnos cuenta. ¿Qué pruebas faltan para saber que los hielos se están derritiendo, que estamos pudriendo el agua, el oxígeno y la tierra? ¿Qué más pruebas se necesitan para saber que los alimentos transgénicos hacen daño si las criaturas no tienen una dieta equilibrada desde chicos? Hemos naturalizado el hambre, como un hecho de por sí, como una suerte de sentencia victoriana. “Esto es así y es inamovible: pobres siempre habrá y muertos de hambre también”. Nadie niega eso, pero ¿por qué necesitan refregarte esa obviedad todo el tiempo? ¿Para desilusionarte, para que no entables contacto con la posibilidad de mejorar la calidad de vida de los demás seres humanos? Hace muchos años vivimos imbuidos en esas ideas.

–Ideas a las que toda la sociedad hace su aporte.

–No eximo de culpa al que se deja corromper, pero al principio de la cadena está el que corrompe, el que intenta corromper. Puede tener un freno. Un corruptor siempre intentará corromper. No sé si está en su naturaleza; está organizado así. Cree que la vida es eso. “Si no afano yo, afana otro”; “Algún culo tiene que sangrar”... Ese tipo de expresiones se dan por hecho. Y cuando uno las escucha se sonríe. ¿Por qué sonreímos al escuchar semejante barbaridad? Si a nadie le gusta que le partan el culo. ¿O por qué sonreímos ante un tango, ya no por su bella estructura y poesía, sino ante esos en los que el macho es fajador y las minas se mueren porque las fajan? Siempre pensé que Discépolo escribió “Cambalache” para mostrar qué era lo que estaba pasando en el mundo y qué era lo que había que corregir. Que lo escribió para no llegar al famoso “2000 también”. Hemos pasado el 2000 y está cumpliéndose como profecía aquella letra. Nuestro libro nacional es el Martín Fierro. ¿Y cuántas personas hay que quieren ser Martín Fierro? ¿Y cuántos viejos Vizcacha? Está lleno de Vizcachas.

–¿Esa naturaleza corrompida se extiende a sociedades como la española?

–Claro. Lo que ocurre es que en España siempre fui un visitante, así haya estado 17 años viviendo. En Argentina viví 50 años. Nací, me crié, me formé acá, fui reconocido acá, me ayudaron acá. Por supuesto que lo único que me importa desde el punto de vista de ciudadano es lo que pasa en Argentina. Obviamente que me interesa lo que pasa en el resto del mundo, pero mi sensación es que en España soy inmigrante.

–¿Se siente más ciudadano en Argentina que en España?

–Claro. Igual, no falta quien me haga sentir que porque me fui yo ya no soy más de acá. Me gritan “vendepatria”, entre otros achaques. Por eso cuando digo lo que pienso sobre la realidad y la clase dirigente que han asolado a este país, sean civiles o militares, me dicen que yo hablo mal de la Argentina. No de las personas que nombro. ¡Como si los que ayudaron a desolar a este país fueran el sinónimo de Argentina! ¡Como si esos indignos de ser humanos fueran “los ciudadanos” argentinos! Genocidas, ladrones, vulgares, exportadores e importadores de grasa...

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