TEATRO › ENTREVISTA AL DRAMATURGO SUIZO RETO FINGER
El autor estrena en formato de semimontado Nadar perrito, dirigida por Andrea Garrote. Es una de las piezas del Ciclo de Nueva Dramaturgia en lengua alemana que empieza hoy en el Goethe.
› Por Hilda Cabrera
Los padres de quienes cursan los treinta y pico lograron quebrar tabúes, pero esa tarea no bastó para liberar a los hijos de dilemas existenciales. El dramaturgo suizo Reto Finger opina que un problema básico en los de su edad es la incertidumbre, una instancia complejísima, difícil de enfrentar, quizá tanto como pelear contra tabúes. Este autor nació en Berna, en 1972, y se graduó en leyes y filosofía del derecho, pero se dedicó al teatro. De aquel primer estudio y de su tímido ingreso a la escena nació Zimmer 100 bis, cuyos personajes son jóvenes de un reformatorio. A pocas horas de su aterrizaje en Ezeiza –el mismo viernes en que la noticia del hallazgo de material explosivo en la bodega de un avión provocaba alarma–, Finger se definía: “Pertenezco a una generación que en Europa central posee más capacidad para reflexionar sobre los problemas y guardarlos en la cabeza que para vivirlos desde las vísceras”. Y escribió una obra sobre este asunto, Nadar perrito (en el original: Schwimmen wie Hunde), que en formato de semimontado se podrá ver hoy y mañana en el Instituto Goethe, dirigida por Andrea Garrote.
Tras aquella Zimmer..., estrenó en su país y en Alemania Laurenz und Anna, eine Ost Side Story; Odyssee y Kaltes Land, recibiendo numerosos premios. Nadar perrito es una de las piezas del Ciclo de Nueva Dramaturgia en lengua alemana que se inicia hoy y se extiende hasta el martes 3 de octubre, en el auditorio de Corrientes 319, con entrada gratuita. Las localidades podrán retirarse (hasta dos por persona) desde una hora antes de las 20, inicio de las funciones. Las obras son interpretadas y dirigidas por elencos argentinos. Organizan el Instituto Goethe y las embajadas de Austria y Suiza con auspicio de Pro Helvetia.
–¿Por qué dice que su generación está mucho más dispuesta a reflexionar sobre la vida que a vivirla?
–En Zurich, hace treinta años, estaba prohibido convivir en pareja sin haber oficializado. La generación anterior a nosotros tuvo que vivir entre tabúes, ponerse en contra y romperlos. La mía no libra esa pelea, pero debe buscar caminos para hacer frente a la incertidumbre y la inseguridad interior.
–¿Se trata de un problema de clase?
–Los personajes de Nadar... pertenecen a una clase media acomodada que, por ejemplo, posterga tener hijos y comprometerse. Pero más allá de esta obra, la inseguridad ante la vida es algo real y se da en todas las clases sociales.
–¿Qué influencia tiene en esta separación de una pareja (la de Roberto y Carlota) la muerte de un perro?
–Esta historia transcurre en un clima de gran aceleración, ante el cual Roberto se retrae. Niega la separación, y se rebela frente a una ex novia que planifica todo, que les pone a los amigos el rótulo de comunes, tuyos y míos. Esa “separación adulta” no va con él. Pensé entonces en introducir un personaje que acompañara su visión del mundo, y lo hallé en un perro que en la noche se le acerca para morir. Hubiera sido más fácil quizá mostrar a Roberto enfermo y justificar así su actitud.
–Es lo que insinúan los otros personajes...
–Pero él no está enfermo. En realidad, yo, como autor, estoy de su lado. Acabo de vivir esa experiencia de vida acelerada y grotescamente adulta en el aeropuerto. En medio del caos sonó mi celular alertándome que debía cambiar la hora. Mi celular sabía qué debía hacer mientras yo seguía aturdido. Mi celular no compartía mi sensibilidad. Cuando en Nadar... el animal remueve las hojas acomodándose para morir cerca de Roberto, está compartiendo sensibilidad, algo único.
–¿Qué significa en la obra nadar como perro?
–Luchar de forma poco elegante para no ahogarse. Estos personajes ya no están en condiciones de nadar de ninguna otra forma: ni pecho, ni mariposa... La aceleración en que viven no les permite actuar de manera armónica.
–¿Intenta con esta metáfora reflejar un fenómeno de época?
–Esta es una farsa, porque no conozco a alguien que, ante una separación, se refugie en el sótano de la casa de su ex novia durante cinco años. Pero con esta farsa, expreso la inseguridad que sentimos los de mi generación –en la Suiza de habla alemana y en Alemania, donde estudié y trabajé– sobre cuestiones importantes como el amor, la familia, el trabajo y la búsqueda de la felicidad en un mundo donde todos parecen estar exasperados. La gran cantidad de suicidios en Suiza es un ejemplo de esa aceleración y ese desasosiego.
—¿En otras obras, en Zimmer 100 bis, sobre internos de un reformatorio, buscó un estilo periodístico?
–Zimmer... se basa en entrevistas que hice en una cárcel a jóvenes menores de 20 años que cometieron delitos graves contra las personas. Ese trabajo fue hecho para un programa de reinserción. La estrenamos en el teatro Winkelwiese, de Zurich.
–¿Qué extrajo de esa experiencia?
–A esos jóvenes les costaba ser observados, y mis sentimientos hacia ellos eran ambivalentes. Durante la convivencia empecé a apreciarlos, pero al mismo tiempo no podía olvidar que habían cometido delitos gravísimos. Creo que sólo pude aportarles una salida al teatro, acompañados por policías.
–¿Qué le interesa del teatro y qué autores suizos prefiere?
–Me fascina la inmediatez del teatro: escribir aquí y ahora, y ver cómo eso que escribí pasa a la escena. En Suiza, tenemos autores que son tradición: Max Frisch y Friedrich Dürrenmatt. De los nuevos, me interesa mucho Lukas Bärfuss, pero mis predilectos vienen en general de la literatura, como el escritor Robert Walser. Me atrae mucho la escritura de la actriz y novelista rumana Aglaja Veteranyi, que vivió exiliada en Suiza.
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