Dom 20.09.2015
espectaculos

TEATRO › FACUNDO RAMIREZ Y UNA PERSONALISIMA PUESTA DE MACBETH, DE WILLIAM SHAKESPEARE

“Tiene una contemporaneidad brutal”

Al actor, músico y director le llevó nada menos que treinta años darse el gusto de hacer su propia puesta. Lo que se ve en el Teatro del Abasto tiene un sello que lo aleja de los caminos habituales, una gran producción que incluye un elenco de dieciocho actores.

› Por Paula Sabatés

Hace treinta años, mientras estudiaba teatro, Facundo Ramírez decidió que alguna vez iba a montar Macbeth. En ese momento, dice a Página/12, “no tenía la edad ni la madurez”, pero desde entonces fue anotando ideas y acumulando lecturas de la gran obra de Shakespeare, que alguna vez le servirían. Tantos años de trabajo no fueron en vano, porque la puesta se ve los martes a las 20.30 en Teatro del Abasto (Humahuaca 3549), es de las más complejas que se hicieron sobre esa tragedia, y de las más originales: en El asesino del sueño (Macbeth) los muertos cuelgan sobre el escenario, los personajes visten como militares y las brujas son novias que pierden sangre. Todo para dar sentido a una lúcida idea del director, que brinda una nueva interpretación: “El reinado anterior al de Macbeth ya era un mundo oxidado, porque no hay forma de que en un mundo normal pueda surgir una bestia semejante”, defiende.

Con una producción de gran despliegue y un cuidado trabajo estético, la obra reúne un numeroso elenco de dieciocho actores, otro factor inusual en las propuestas teatrales actuales. Son Román Ghilotti (también codirector de actores), Manuel Vignau, Pablo Finamore, Luciano Linardi, Mario Mahler, Alejandro Falchini, Matías Chiarino, Antonia de Michelis, Patricia Becker, Joaquín Mesías, Agatha Fresco, Natacha Mendez, Zuleika Enal, Matías Guernica, Diego Grueiro, Facundo Vidal, Jorge Noguera y Ramírez, quien encarna a Macbeth con una precisión que delata que hace tres décadas se prepara para esto pero que sin embargo dice que “cada vez que se está por abrir el portón para salir a escena es un infierno”.

“Al mundo de Shakespeare lo siento muy cercano porque lo veo igual que a nuestra contemporaneidad, muy salvaje, muy brutal, muy isabelina. Cuando conocí Macbeth aluciné, porque tiene todos los elementos de las tragedias de Shakespeare pero es mucho más que una obra de un general que decide asesinar al rey para quedarse con el trono. Habla del descubrimiento de un mundo nuevo que es el mundo del crimen, del cual no se vuelve. Y esa idea de trascender a un mundo nuevo gracias a matar me pareció reveladora a los veinte. Macbeth puede ser cualquiera de los otros”, dice Ramírez, que es además pianista y compositor.

–¿Por qué el espacio escénico y los personajes están militarizados?

–Me pareció pertinente porque la obra comienza con el fin de una guerra, la que mantienen Escocia y Noruega, y termina con una sublevación armada, con el derrocamiento de Macbeth. Transcurre en el medio de dos activas maquinarias de guerra. Pero también porque tengo 50 años y viví la dictadura acá y sé cómo fueron las dictaduras latinoamericanas y entiendo que el mundo está lleno de proyectos mesiánicos que se adjudican un nuevo orden o una nueva verdad y en nombre de ella asesinan a miles y miles. Y Macbeth es simplemente eso.

–¿Y los muertos que cuelgan del escenario?

–Quería que el espectador sintiera el agobio de los seres humanos asesinados, que los tuviera presentes. Son los que vemos en la TV, en la Franja de Gaza, en Yugoslavia, en México, porque el drama es el mismo. Y son muertos a los que se los toma como paquetes. Mueren y se los tira. Pero para no repetir los errores y que esas muertes no queden atrás tienen que estar en el aquí y ahora.

–Otra cosa interesante son las brujas, novias llenas de sangre...

–Hay una idea acerca de la demonología, de la brujería, que está como instalada en un lugar común absurdo. Las brujas que imaginamos son del Medioevo, con el caldero y el grano en la nariz. Yo no pretendía ponerme a hacer un trabajo purista sobre esta herencia, ni hacer una reconstrucción de la brujería, pero fue todo un tema pensar cómo escapar de eso. Y llegue a la conclusión de que necesitaba una imagen fuerte, que tuviera un signo claro. Pensé en una pureza ultrajada y aparecieron las novias menstruadas. El que menstruaran no implicaba una connotación sexual. Más bien era la idea de la pérdida de algo armónico, la idea de que algo fue forzado. Creo que va a tono con el resto de las imágenes que propone la pieza.

–¿Por qué actuar esta obra es “un infierno”?

–Actuar es maravilloso pero con estos textos el salto al vacío es tan grande que cuando se está por abrir el portón hay un instante donde decís “yo podría estar en mi casa en este momento”. Claro que yo podría haber elegido dirigir y no actuar. Pero después de treinta años de imaginar y pensar la puesta, tenía que ser mía. Pero no cometí el error de estar solo y llamé a Román Ghilotti, gran amigo, actor y dramaturgo que ya me había dirigido, para que hiciera al rey Duncan y a la vez me viera, fuera mi ojo, que me dirija. Y fue maravilloso. Creo que el verdadero artista es el que arriesga, el que salta, el que no tiene nada para perder.

–¿Cuánto cree que influyó el hecho de que usted además sea músico?

–Muchísimo. Desde muy joven fui cada vez mejor músico gracias al teatro y cada vez mejor actor gracias a la música. Entendí procesos y conceptos de actuación por asociarlos a conceptos musicales y viceversa. En este caso hay algo del verso shakespeareano que me sale fácil porque tengo el oído muy entrenado. Cuando escucho una palabra que no tiene contenido, no se me escapa. Y el problema de Shakespeare es que cuando uno se deja guiar solamente por la belleza de una palabra pierde contenido, pierde las situaciones dramáticas: no actúa la obra, actúa palabras. Ahí la música me ayudó enormemente, porque a mí el oído no me engaña.

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