Mié 02.12.2015
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TEATRO › LOS MACOCOS HABLAN DE SU REGRESO, A 30 AñOS DE SU DEBUT

“Nos gusta hacer funciones para un público desconocido”

Arrancaron a los veintipico, rompieron las reglas del teatro convencional y se ganaron la adhesión de los jóvenes. Ahora pasan los cincuenta, pero no perdieron intensidad. Y vuelven con su gran éxito, La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi.

› Por María Daniela Yaccar

Vuelven Los Macocos, los cuatro –hace siete años que no se encontraban en un escenario–, y esto para algunos significa mucho. Por ejemplo, en la página de Facebook del grupo, alguien que se atribuye cierta “obsecuencia macocal” interpreta el hito: “En los noventa, cuando la política estaba perdida y los jóvenes como yo no encontrábamos canales potables donde hallar salidas, Los Redondos y Los Macocos fueron un lugar de rebeldía del que me sentí feliz participante”. Gabriel Wolf, Daniel Casablanca, Marcelo Xicarts y Martín Salazar decidieron volver con uno de sus grandes éxitos, La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi, estrenada en 1998 en el Teatro San Martín. Lo más relevante es que esto sucederá en el marco del 30º aniversario del grupo. “Ahora el desafío es ir de un lado al otro del escenario sin que se note que estamos cansados. Para colmo, ¡el escenario del Astral es gigante!”, bromean, como lo hacen casi todo el tiempo, en la entrevista de Página/12. Las funciones son el jueves, el domingo (a las 21) y el lunes (a las 21.30), en Avenida Corrientes 1639.

El domingo hicieron una para invitados. Lo cierto es que no se les notó el cansancio. Se descostillaron de la risa unas 400 personas. Todas ellas han colaborado con el grupo de un modo u otro durante estas tres décadas. Ni más ni menos que 400 colaboradores les cantaron el “Feliz cumpleaños” al finalizar la función, y para colmo “quedó gente afuera que debe estar a las puteadas”. “Todo es recuerdo. Todo es muy emocionante. Estamos trabajando con las mismas vestuaristas y los mismos asistentes que cuando empezamos”, recalca Casablanca. Revelan, además, que hay personas de prestigio desenvolviéndose detrás del telón para ellos: “Diego Starosta publica libros y todo... ¡y ahora está acomodando la utilería de Marrapodi!”, cuenta Salazar. En esta oportunidad esperan reencontrarse con sus espectadores “viejos, tradicionales”, pero también con los jóvenes que hayan escuchado su nombre y que aún no han tenido la posibilidad de verlos en acción. “Queremos que nos vean porque todavía estamos enteros y nos podemos mover”, invita Xicarts.

Eligieron celebrar sus 30 años con Marrapodi por varias razones. “Es la obra que más alegrías nos ha dado”, asegura Xicarts, el macoco que se alejó del grupo hace siete años. Casablanca es menos romántico al exponer el motivo: cuestión de vigencia. “La obra es la historia del teatro nacional desde 1700 hasta 1970. Esto no cambió, sigue siendo igual. Los espectáculos de crítica tienen cosas puntuales y los años cambian. En ese caso tendríamos que hacer un trabajo de reelaboración, de reescritura. Habría que ver si algunos de nuestros espectáculos soportan el tiempo. Por ser más afectivo –es un homenaje al actor–, Marrapodi cierra por todos lados.” “En otros de nuestros espectáculos éramos muy jóvenes. Trabajábamos una cosa corporal que hoy necesitaríamos y que no tenemos”, desliza Salazar. “Sí, nuestros gerontólogos nos aconsejaron no hacerlos. Nos ahorcábamos y hacíamos otro tipo de cosas que ahora no podemos hacer”, remata Xicarts. Además de ser un hito en su recorrido y, posiblemente, la obra más querida por su público, La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi es estudiada en la Universidad Nacional de las Artes y en carreras como Letras y de las Ciencias Sociales. También es representada por elencos de distintos puntos del país. En el hall del Astral se exhibirán las gráficas de los grupos que la representaron, que respondieron a una convocatoria macocal. Estas gráficas acompañarán una suerte de “museo apócrifo” del accidentado recorrido de la familia Marrapodi.

Todo el tiempo aparece, en la charla, el chiste de sentirse grandes. Arrancaron a los veintipico con el afán de romper ciertas reglas del teatro más convencional y generando notable atracción en los jóvenes del momento. Ahora andan por los cincuenta y pico. Pero no perdieron gracia ni intensidad, más allá de cualquier broma. En Marrapodi hacen un trabajo que da la sensación de que requeriría de más actores, por la cantidad de registros y personajes (¡y los cambios de vestuario!). El tema suena solemne y ellos le inyectan toda la gracia posible y una exageración de recursos gestuales, físicos, textuales: resumen casi 300 años de teatro rioplatense a través del recorrido de una familia de artistas. Unos presentadores de traje van relatando los traspiés de los Marrapodi y sintetizando el espíritu de los géneros que aparecen a lo largo de la obra: el teatro clásico, el gauchesco, el sainete, el grotesco, el realismo, el teatro de revista. En 1998 la estrenaron en el San Martín, en la sala Cunill Cabanellas. Había que reservar las entradas con anticipación y quedaba público afuera. Este trabajo los llevó de gira por Latinoamérica, por Estados Unidos y por España. Y fue muy premiado.

Casablanca destaca “el tránsito” que tiene el espectáculo. Lo han hecho en el teatro comercial, en el oficial y en el under; en éste y otros países. La obra –la primera de Macocos que contó con un texto elaborado previamente a improvisaciones– fue escrita junto a Jorge Maronna (Les Luthiers) y el director del grupo, Javier Rama, quien falleció muy joven, a los 45 años, en enero de 2008. “Nosotros nunca fuimos actores obedientes. Siempre nos gritamos: ‘¡Che, esto es así! ¡La concha de tu madre!’ . Siempre había una discusión, una pelea. Y esa pelea llevaba a una idea superadora. Pobre Javi. Debe ser una de las cosas que mejor hizo. Bancarse el sufrimiento como director, estar todo el tiempo pescando de ese naufragio de ideas, de ese mar loco, la que más peso y cabeza tenía”, lo recuerda Salazar. A Rama están dedicadas las tres funciones que brindarán los Macocos de aquí en adelante, según consta en el programa.

El mito de origen

Todo comenzó en quinto año del colegio secundario. Salazar y Casablanca eran compañeros. “Los bobos del curso”, se definen. Casablanca ya estaba interesado en el teatro, Salazar no tanto. Cuentan que eran malos en todas las materias y que una profesora de matemática le regaló nota a Casablanca cuando él le prometió que sería actor. Debía la materia hacía años y necesitaba aprobar para continuar estudiando. Juntos se metieron en un curso de clown y armaron un primer grupo. El siguiente fue Los Macocos, nacido en 1985 en la Escuela Nacional de Arte Dramático bajo el lema “los Macocos no hacen teatro, lo deshacen”. “Una muy buena premisa”, analiza Wolf a la distancia. El y Xicarts se sumaron después. Venían de un grupo llamado Fluvius en el que “había muchas mujeres, así que era más lindo que Macocos”. “Ellos nos envidiaban. Habían interactuado con alguna compañera y todo”, recuerda Xicarts. La formación de los jóvenes continuó en El Parque, taller de San Telmo conducido por Julián Howard, Roberto Saiz y Alberto Catán, donde estrenaron su ópera prima: Macocos! Este espectáculo se vio luego en el Centro Cultural Rojas.

Cuando formaron el grupo (o la banda, como la han definido) estaban trabajando de otras cosas: eran vendedores, cadetes, empleados fabriles, dicen, sin especificar quién hacía qué. Todos dejaron sus empleos para dedicarse a la actuación. “Macocos es la escuela donde me formé, los años más divertidos, los más lindos. Pasó casi todo. La Biblia dice ‘primero es el verbo’, lo primero en mi caso fueron Los Macocos. Después de eso vinieron las novias y los trabajos”, se explaya Salazar. “Macocos es la escuela, la formación técnica, ideológica, estética y ética. Aprendimos un montón de cosas que utilizamos fuera del grupo, también. Son un montón de años. El grupo cruzó todo. Nos hicimos profesionales gracias a él”, aporta Casablanca. Xicarts cuenta que la primera vez que completó un formulario y escribió que era actor fue cuando se presentó con ellos en Rosario.

“A lo largo de estos años hubo diferentes búsquedas: la magia, la belleza, la lectura política, la eficacia. Que sea gracioso. Cómo pulir el texto para que sea preciso y la gente se ría en todas las funciones”, detalla Salazar. Desde 1985 estrenaron, después de Macocos!, Macocos Chou (1988), Macocos mujeres y rock (1989), Adiós y buena suerte (1991), Geometría de un viaje (1994), Macocrisis (1996), La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi (1998), Androcles y el león (2000), Los Albornoz (2001), Fábula de la princesa Turandot (2002), Continente viril (2004) y Súper crisol Open 24 horas (2005). Ya sin Xicarts, hicieron Don Juan de Acá, el primer vivo (2008), Pequeño Papá ilustrado (2010) y Don Quijote de las Pampas (2012). También han ofrecido lo que llaman “guisos” (compilados de sketchs) y ciclos aniversario. Una de sus marcas registradas es su versatilidad para moverse como peces en el agua en los distintos circuitos del teatro. En estas tres décadas se han paseado por el under, la calle Corrientes y los teatros oficiales. Trabajaron de noche, de trasnoche, incluso por la mañana en las ocasiones en que se dirigieron al público infantil de las escuelas. Han actuado a la gorra y vendiendo entradas caras. Siempre se sintieron “cómodos” a la hora de hacer funciones, menos en los casamientos o en los “countries horribles”. Lo que más fascinación les produce son los shows “multitudinarios”.

Y lo que siempre les interesó fue ir de “conquista”, captar a los no convencidos. En este sentido, se sienten parte del “teatro popular”. “Siempre pensamos mucho en la gente. En cómo darle una vuelta de rosca a lo que pensábamos que era interesante de ver, para que no sea una charla de amigos en un bar. Meterle laburo para que tenga vuelo. Nos rompimos el alma. Fue invertir mucho tiempo, muchísimas horas, sin ver un mango. Le hemos dedicado al menos diez años al teatro a cualquier precio. Y nos lo devolvió. Quizás esto se puede aplicar a todo”, sugiere Xicarts. Linda es la idea con la que Salazar complementa esas palabras: “Siempre nos gustaron las funciones para público desconocido. Porque si no empezás a verte en un espejo. Y empieza a haber mal olor en la habitación que está cerrada”. Por este motivo abandonaban cada lugar en el que les iba bien. Y en paralelo se esforzaban para que cada propuesta tuviese algún condimento nuevo. “Hay parámetros que se repiten pero muchísimos espectáculos eran de modificación, de cambio. ¡Uy! Ahora el título es ‘Los Macocos están con el cambio’”, bromea Casablanca.

El valor del grupo

Para Los Macocos, el reencuentro y el aniversario, el regreso tan esperado con el hit que es Marrapodi tiene también otro sentido: “Sembrar la semillita del trabajo en grupo”. En la época en que “la banda” daba sus primeros pasos, el quehacer colectivo era tendencia: eran los tiempos de La Banda de la Risa, El Clú del Claun, Gambas al Ajillo, La Organización Negra, Los Melli. “Estaría buenísimo que eso vuelva a pasar: la idea de concebir al teatro como una creación de grupos. En un espectáculo decidimos poner nuestros DNI y no nuestros nombres: para suprimir el ego. Nos parecía que el grupo era mucho más que nosotros”, explica Salazar. “Lo grupal da vuelo. El grupo supera lo personal. Sabemos que somos más inteligentes todos juntos que individualmente”, agrega Xicarts.

Cada cual tiene su recorrido como director o actor, pero no quieren hablar de qué es lo que están haciendo por fuera de Macocos. “Lo que nos une es esto”, coinciden. “El teatro termina siendo una cosa grupal. Las ideas son de todos”, define Casablanca. “Pero a veces eso es una convención, como resultado del laburo del director, que arma una ficción que termina hermanando a los actores que no ves nunca más o que ves dentro de cinco años. En Macocos no es así. Treinta años es mucho y creo que se aprecia”, recalca Xicarts. Por supuesto que no les debe haber sido fácil. En algún momento han dicho que pasaron por “todos los tipos de confabulaciones y alianzas posibles: de cuatro contra uno a cinco contra ninguno”.

“Siempre, cuando el público está ahí sentado, mirándonos, y nosotros estamos haciendo Marrapodi, estamos en la misma sintonía. Todos participando en un mismo evento. Una fiesta. Es muy gratificante”, resumen. El reestreno de La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi será, entonces, un encuentro cruzado por el cumpleaños, la nostalgia y la historia; la oportunidad de conocer o de volver a ver a un grupo que funciona tan bien y que ha resistido el paso de los años y todo tipo de tempestades. Una oportunidad, además, de ser testigo del trabajo de cuatro grandes actores que, está más que claro, están en el escenario haciendo exactamente lo que se les antoja.

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