TEATRO › NICOLAS VAZQUEZ PROTAGONIZA EL OTRO LADO DE LA CAMA
Mientras trabaja en teatro junto a su mujer, Gimena Accardi, el actor debuta como conductor televisivo en Como anillo al dedo, por El Trece. Además, viene de hacer un rol dramático en la película Kryptonita, pero asegura que no cambia la comedia por nada.
› Por Emanuel Respighi
“Es el momento de mayor equilibrio emocional de mi carrera, por eso estoy a flor de piel y vivo todo con mucha felicidad.” El que hace semejante afirmación, casi tropezándose por la misma ansiedad de describir su presente, es Nicolás Vázquez. Aunque el joven actor lleva dos décadas en el medio, interpretando papeles que transitan por la comedia, parece recién ahora haber encontrado el equilibrio entre la popularidad que da el éxito y el placer de disfrutar lo que hace. Que no es poco: cada martes, en Como anillo al dedo (a las 21, por El Trece), demuestra que el traje de conductor no le queda para nada grande, mientras que de jueves a domingo protagoniza El otro lado de la cama en el Teatro Apolo, uno de los (pocos) éxitos de la temporada teatral veraniega en Buenos Aires. Como si esos trabajos no justificaran su estado de felicidad, Vázquez cerró 2015 protagonizando Kryptonita, el film en el que sorprendió a propios y extraños con su interpretación de Faisán, esa suerte de Linterna Verde nacida y criada en el conurbano.
Algunas cosas las buscó y peleó para obtenerlas, como El otro lado de la cama, la comedia con rock argentino de los 80 que hace reír y bailar a quienes van a verla. Otras, en cambio, se le aparecieron casi sin buscarlas, como probarse –y no morir en el intento– en la conducción de Como anillo al dedo. Formar parte del elenco de Kryptonita, la buena película de Nicanor Loreti basada en el libro de Leandro Oyola, dice que le terminó de abrir la puerta de la pantalla grande y llegar a otro público. “Y todo se dio con muy buena energía humana y con muy buen resultado profesional, que no siempre son coincidentes. De hecho, muchas veces sucede que los proyectos funcionan, pero uno la pasa mal. Ahora me subo al escenario y me hace bien”, dice el actor todo terreno modelo 2016. No es para menos: en El otro lado de la cama comparte las tablas, además de con Benjamín Rojas y Sofía Pachano, con Gimena Accardi, su mujer. “Por ahora todo es perfecto –cuenta–, porque nos divertimos y disfrutamos mucho de la obra. Pero también porque no tengo que contarle a mi mujer lo que me pasó arriba del escenario; nos pasan las mismas cosas por primera vez en la vida”.
La biografía dice que sus primeros pasos en la actuación los dio en la Casa de Cultura de Olivos, la ciudad donde nació. Aunque tenía sólo 14 años, su acercamiento a la actuación no fue ni por el flirteo con una mujer ni por una búsqueda lúdica. “Me inscribí porque quería ser actor”, afirma. Sin embargo, Vázquez sostiene que su público inicial fueron sus abuelos, que a la vez fueron los primeros que lo motivaron a darle rienda suelta a sus ganas de actuar. “Me encantaban Benny Hill, Alberto Olmedo y Darío Vittori. Claro que esos programas estaban prohibidos para un nene, por lo que sólo los podía ver en lo de mis abuelos. Mi abuela me sentaba en un sillón negro y me decía: ‘Vos descansá’. Siempre me quedó esa frase, porque pensaba de qué podía estar cansado un nene. Me traían un plato de milanesas con fideos, el repasador en la falda, y sentado en el sillón frente al Grundig gigante me dejaban ver a Olmedo, Benny Hill y a Vittori sin que mis viejos supieran. Mi primera escuela de actuación fue ver a esos monstruos por TV, para después intentar imitarlos”, recuerda durante la entrevista con Página/12.
–Entonces, ¿desde chico quiso ser actor?
–Cuando le pedí a mi vieja ir a estudiar teatro fue un tema, porque entonces no existían como hoy los talleres de teatro para chicos. De hecho, me fui solo a la Casa de la Cultura y pregunté cómo podía hacer para inscribirme. El problema fue que el curso era para mayores de 16 y yo tenía 14. Cuando fui a la entrevista para hacer la primera preselección, mentí y dije que tenía 16. Pasé ese filtro, pero tenía que anotarme con el documento. En la segunda entrevista, tuve que blanquear mi edad y por suerte hicieron una excepción al verme con tantas ganas. Esa escuela fue un aprendizaje de mucha exigencia, me costó mucho.
–¿Por qué?
–No sé si la palabra es rebelde, pero siempre fui un actor desestructurado. Y en esa escuela empecé a leer texto, a entender que no todo pasaba por la impronta, a preparar un personaje... Fueron cuatro años allí, y después pasé por diferentes profesores: el Indio Romero, Robertino Granados, Patricia Palmer... Con todos, entrené y estudié, pero creo que mi verdadera escuela fue la casa de mis abuelos.
–¿Cómo ingresó al mercado laboral?
–Como todos, remándola. Durante mucho tiempo hice teatro a la gorra. Casi ningún chico empieza trabajando en la tele. Para ser actor hay que pelearla mucho. Nadie que desanime rápido puede vivir de la actuación. Hay momentos en los que la puerta no se abre. Me acuerdo de que iba a los castings y me encontraba con actores que ya eran conocidos y estaban en la misma que yo, que era un don nadie. Me rebotaron de Telefe y El Trece muchas veces. Los mismos productores que me habían cerrado la puerta fueron los que, cinco años después, me felicitaban por una escena que había hecho para algún programa. No hay que desesperase. A veces no es el momento, no es el physique du rol, no es el lugar... No siempre los fracasos tienen que ver con uno. En esta profesión no hay que tomarse nada como algo personal.
–¿Es verdad que tenía tantas ganas de hacer El otro lado de la cama que usted llamó al productor, Javier Faroni, para convencerlo?
–Hace diez años que venía peleando para que esta obra llegue a cartelera. La primera en ofrecérmela fue Claudia Maradona; iba a ser su primera producción. Después tuvo los derechos Sebastián Blutrach y tampoco se dio. Era tan grande el deseo que hace un tiempo llamé a mi representante para decirle que quería hacer esta obra, que buscará los derechos y que en todo caso la produciría yo. Iba a vender el auto, lo que fuera por hacerla. Se puso a buscar los derechos y los tenía Javier Faroni. Esa era la buena noticia. La mala era que había decidido hacerla en cooperativa, los martes en el Teatro Apolo. Le pedí que lo llamara, me junté a tomar un café y al verme tan cebada, lo convencí.
–Si bien la obra está protagonizada por seis personajes, parece tener su impronta humorística, donde hay mucho absurdo y complicidad con el público.
–La obra tiene un guión maravilloso, de David Serrano. Por algo metió éxito en cine, teatro y cine. La adaptación la hizo Manuel González Gil, el director. Pero los ensayos sirvieron mucho para que todos aportáramos a la comedia. Es una comedia muy lúdica. La libertad creativa fue absoluta. En los ensayos tirábamos de todo y después Manuel pulía. Es una obra aggiornada a nuestra idiosincrasia. El personaje de Gimena, por ejemplo, es totalmente diferente al original, porque propusimos pensar cómo podía hacer una mujer para bancarse a un chanta manipulador y desalmado como lo es su novio. La veta que le encontró es que es una mina que tiene mucho mundo espiritual, que cree en las energías y parece que viviera fumada todo el día. De hecho, la cambiamos tanto que, en broma, le dije a Manuel que tenía que pelear los derechos porque se trataba de otra obra distinta a la original.
–La obra aborda el amor, tanto el que se da entre amigos como el que se construye en una pareja. La identificación con el público es inmediata: nadie es capaz de escapar a esa temática.
–Vivimos en un mundo donde las relaciones humanas son cada vez más débiles, mucho más las amorosas. El amor eterno hoy está cuestionado. La obra habla de la fidelidad, de la que se da entre los amigos pero también entre los amantes. La fugacidad de las relaciones humanas se hace cada vez más natural. Hoy, todos parecemos cruzados por las pasiones o las confusiones pasajeras.
Vázquez ya es un rostro conocido por buena parte de los televidentes. De hecho, es en la TV donde el actor trabaja continuamente, sobre todo en telecomedias familiares. Desde su debut a los veinte años en RRDT, Vázquez ha formado parte de ciclos como Verano del ‘98, Calientes, Son amores, Los pensionados, ¿Quién es el jefe?, Alma pirata, Casi ángeles, Mis amigos de siempre, Solamente vos y Milagros en campaña. Una carrera forjada a pura popularidad, entre éxitos y fracasos. “Si bien en tele empecé en RR.DT, sentí que la gente empezó a reconocerme después de Son amores, que fue una comedia que tuvo dos temporadas y un gran éxito”, reconoce.
–¿Cómo fue relacionarse con la popularidad que da un éxito televiso? Uno puede soñar con un papel, con actuar en un escenario o pantalla, pero no existen las herramientas para convivir con la exposición que da la TV.
–Pude disfrutar de la popularidad, básicamente porque soy muy sencillo. El éxito de Son amores fue impactante, porque empecé con un personaje chiquito como representante de jugadores y terminé al mismo nivel que los hermanos Marchesi con 35 puntos de rating diarios. Nadie está preparado para, de un día para otro, meterse de lleno en los hogares de todo un país. Me acuerdo de que, cuando grabábamos, nos metíamos en un motorhome, y de repente sentíamos cómo la gente nos movía el camión pidiéndonos que salgamos y le firmemos un autógrafo. Eso no puede ser sano para nadie. Te pega. No es fácil convivir con la fama televisiva. Pero tuve la suerte de que provengo de una familia trabajadora y que antes de Son amores había estado en programas que los habían levantado a los tres meses y no tenía cómo pagar el alquiler. De hecho, había hecho tele y volví a laburar a la gorra sin problemas.
–¿Cuándo fue eso?
–Estaba haciendo Calientes, en El Trece, que había arrancado con todo, nos cambiaron de horario por el estreno de Campeones, y a las 19 ficción se viene a pique. Palazo. Me había ido a vivir sólo, no tenía un peso. Y salí de vuelta con mi unipersonal Mutando a ganarme el plato de comida a la gorra. Le pedí a Florencia Peña, que en ese entonces tenía el restó El gran Lebowski, que por favor me dejara actuar. Me dio el lugar y yo pasaba la gorra. Hacía tres meses estaba haciendo la promoción de Calientes, con el dulce de los flashes y de las notas, y después me encontré pasando la gorra. Pero me sentía el mismo tipo. El que no entiende que hoy estás arriba y mañana abajo, va a sufrir mucho.
–¿La fama temprana nunca lo confundió?
–No. Creo que me ayudo el hecho de que cuando empecé a laburar y a ganar algo de guita, a los 18 años, todo que entraba iba a ayudar a mi familia. Retrasé un montón de cosas que mayoría de los chicos que trabajan en tele podían tener, como comprarse un auto, viajar por el mundo o pagar un departamento, pensado que siempre vas a cobrar la misma plata. Nunca me olvide de dónde venía. Siempre tuve los pies sobre la tierra. De hecho, tenía compañeros que se compraban el Audi y yo no los entendía. Nunca me llamó la atención la ostentación.
–Pero algún lujo se habrá dado...
–Sí, pero siendo consciente de mis posibilidades. Nunca pensé que como había “llegado” tenía que comprarme el Audi porque me daba status. No tengo ese pensamiento. Prefiero guiarme por el placer más que por la apariencia.
–Parece una frase más propia de un experimentado que de alguien que todavía no cumplió los 40.
–Gimena (Accardi) me ayudó mucho, me equilibró. Es una mina muy despojada de todo, tan de perfil bajo, es puro corazón. Antes, yo era una locomotora que decía todo que sí. Ahora aprendí a decir que no, aprendí a respetarme, a permitirme estar mal algún día. Yo no era así. Era un payaso, lo más parecido a Patch Adams en la Argentina. Me despertaba a las 7 de la mañana y empezaba el show.
–¿Era algo natural o se trataba del personaje que los medios querían que fuera?
–Me salía naturalmente, tal vez como un mecanismo de defensa. Durante mucho tiempo me creía Superman, que era el inflador anímico de todos y que no podía demostrar mis debilidades. Eso lo encontré en terapia. Me resultaba difícil dejar que me ayuden. Era incapaz de mostrarme emocionado. Elegía ser el receptor de los problemas de los demás y nunca era el emisor. Nunca me permití en un café que me escucharan a mí. En cambio, ahora no tengo filtro. Soy casi el mismo en mi casa que en un estudio de TV haciendo una entrevista.
–¿Esa autosuficiencia no es resultado del lugar en el que lo puso el medio, que siempre lo necesita alegre y contento?
–No voy a culpar al medio de mis incapacidades emocionales. Tuvo que ver conmigo, con mi personalidad. No quiero más ser Patch Adams. Y eso que es un don, querer ayudar al otro, se transforma en egoísmo. Ahora no tengo doble cara. Si no me gusta algo, lo digo.
–¿Esa actitud no es un obstáculo a la hora de trabajar en un medio en el que el protocolo y las apariencias parecen ser requisitos innegociables?
–Sí, pero es muy auténtico. Ya no me entrego al sistema ni digo todo que sí. Si no te cuidás, terminás acribillado. Y ahora tengo el privilegio de poder elegir artísticamente. Me han llegado propuestas que me interesaban desde el personaje que me tocaba o de la historia que se iba a contar, pero que cuando me enteraba que compartía elenco con alguien, declinaba de participar. Ya no hago cosas en las que la puedo pasar mal. Aún cuando se trate de buena plata. Prefiero perderme trabajos interesantes a tener que sufrirlos. En otras circunstancias, he dicho que sí a propuestas que no me cerraban. Y la pasé mal. Por eso defiendo El otro lado de la cama o Como anillo al dedo. Porque la paso bien y hago reír a la gente. Hacer reír a la gente no tiene precio. Reírse uno, mucho menos.
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