TEATRO › EL CIRQUE DU SOLEIL PRESENTA KOOZA EN COSTANERA SUR
En el nuevo espectáculo de la compañía canadiense que llega a Buenos Aires sobresale cada elemento: el vestuario, la música, la iluminación, la escenografía, el nivel de destreza física y las actuaciones de los clowns. Así, la experiencia de verlo no se parece a nada.
› Por María Daniela Yaccar
Kooza es otra experiencia alucinante a la que invita el Cirque du Soleil. Un espectáculo perfecto, para decirlo sin rodeos, en el que sobresale cada elemento: el vestuario, la música, la iluminación, la escenografía, el nivel de destreza física, las actuaciones de los clowns. En el que se destaca, también, cómo esos elementos se conjugan para generar un todo que es más que la suma de las partes y que deja al público atónito, contento, impresionado. Chicos, adolescentes y grandes disfrutan de lo que el Cirque tiene para dar, que es siempre una experiencia visual que no se equipara con nada. Además, el acontecimiento de ver a un circo en acción excede, claro, al espectáculo en sí: comienza cuando uno se enfrenta a la imponente carpa azul y amarilla con capacidad para 2600 personas y de 20 metros de altura, emplazada en esta ocasión en Costanera Sur.
Dentro de El Grand Chapiteau se configura un mundo que en nada se parece al real, que tiene las características de los sueños o las fantasías y que, para que funcione como tal, requiere del cuidado del más mínimo detalle. El Cirque no sería el Cirque si no fuera todo tan prolijo y sincronizado; es parte vital de su esencia. Si se compara a Kooza con las últimas propuestas que la compañía de Quebec trajo a la Argentina, se comprueba que la fórmula es, básicamente, siempre la misma, con algunas variaciones. En este caso, tal como lo habían anunciado sus creadores, el aspecto dramático tiene menos lugar. Kooza que se estrenó en 2007 en Montreal es un espectáculo definitivamente menos existencial que Corteo, el que mostraron aquí en 2014, que retrataba el mito de Dédalo e Icaro. Es menos teatral y cinematográfico, pero igual de efectivo. O más.
La destreza de 48 artistas de diferentes puntos del globo está, entonces, en primer plano, dando como resultado una obra menos emotiva, pero más cargada de adrenalina, miedo y peligros. Porque, claro, si bien el Cirque es un relojito –la satisfacción garantizada, una empresa, éxito asegurado–, hay personas que están en el escenario jugándose la vida, estirando el límite de lo posible. Personas a las que seguramente les exigen muchísimo, personas que se exigen muchísimo a sí mismas. Y por eso el público aplaude con énfasis cada logro. Hay que estar un poco loco, realmente, para ser uno de esos dos subidos a “La rueda de la muerte”, un aparato metálico de más de 700 kilos, que gira a una velocidad aproximada de 50 kilómetros por hora, impulsado por dos artistas que saltan y hacen acrobacias en el aire. Se trata del momento más impactante de Kooza.
Según publicaron algunos medios, en 2013, en Las Vegas, un acróbata se lesionó después de sufrir una caída fuerte en este número. Fue a días de que la empresa fuera multada por el fallecimiento, en pleno show, de la trapecista Sarah Guillot-Guyard. De modo que así es, nomás: no todo en esta vida puede programarse, y estos artistas con miles de horas de preparación lo dejan todo en el escenario –algunos números se desarrollan con una red de protección a la vista–, exponiéndose a lesiones constantemente. Otros momentos deslumbrantes de Kooza son el aro aéreo –cargado de sensualidad– y el alambre alto, en el que cuatro funambulistas se pasean en bicicletas por dos cables situados sobre el escenario, uno a 4 metros y medio de altura y el otro a casi 8. Hay números no tan peligrosos que llaman la atención por otros motivos, como el de un trío de jóvenes contorsionistas mongolas, con trajes color crema que remiten a la pintura de Klimt, pegados al cuerpo. La escena busca una belleza escultural, tiene un carácter pictórico.
Se sabe: el Cirque no es sólo proeza humana. Es una combinación de deporte y arte. Del primero toma el entrenamiento y la exigencia física; del segundo, el afán de belleza, la tensión, cierta estructura, un tópico a tratar, la composición. La idea del todo, el flujo de sentido. De la mano del Trickster y el Inocente, los dos personajes centrales, opuestos perfectos, las piruetas se suceden en una atmósfera que convoca a todos los sentidos. Kooza es un espectáculo muy hindú. La pieza central de la escenografía es una torre móvil llamada Bataclán, decorada con motivos de la India. En el nivel superior de esta estructura se ubica la orquesta, compuesta por seis integrantes y con un desempeño sobresaliente, ya que la música acompaña perfectamente la acción. O, mejor dicho, la completa. La banda sonora es diversa. Aunque el sello es la presencia de la música tradicional hindú, también hay pop occidental, rock y hasta un breve solo de batería. Lleno de color, el vestuario está al nivel de la música y la escenografía: aparecen más de 175 disfraces, con “reminiscencias” de Alicia en el País de las Maravillas, El Barón Munchaüsen y El Mago de Oz, según ha precisado su creadora.
El disfraz del Perro Malo, otro de los personajes de la historia, causa mucha gracia. Este can enorme y rebelde saca la lengua, mueve las orejas, sacude la cola y hasta hace pis. Como si fuera poco, el humor es otro condimento de Kooza, que queda en manos de tres clowns simpáticos y molestos, distintos entre sí, cuyo trabajo es esencialmente físico y vocal. Son los que en el estreno despeinan a Susana Giménez con una aspiradora, los que besan a los de las primeras filas, los que le ponen pochoclos en la cabeza a la gente. Interactúan con el público, invitando al escenario a voluntarios. El jueves participa Diego Leuco. En los estrenos se produce otro circo: el que se genera alrededor de los famosos, posando con sus familias delante del afiche rosa, evaluados luego en los medios en términos de look acertado o desacertado.
La fiesta es para pocos. Porque, obviamente, tanta pompa tiene su precio: hay que pagar como mínimo 860 pesos para ver al circo más prestigioso del mundo. Dentro de la carpa, una gaseosa en lata vale 70 pesos. El mundo de lo concreto choca con la poesía, pero es parte. Eso sí: la satisfacción está garantizada. Y en este sentido, aunque por momentos su especificidad parezca el engranaje de una enorme maquinaria, por la entrega y por lo que se atreven a hacer, por los riesgos que asumen en Kooza, el mérito mayor es de los artistas. Son ellos los que juegan con la posibilidad del dolor, los que en muchos casos abandonan a sus familias por meses, para no desilusionar las demandas del público mundial y permitirle una experiencia verdaderamente única.
* Kooza se presenta hasta el 22 de mayo en Costanera Sur, España 2230.
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