TEATRO › VIRGINIA LOMBARDO DIRIGE “JUEGOS A LA HORA DE LA SIESTA”
› Por Cecilia Hopkins
La actriz Virginia Lombardo revistaba en el elenco de Juegos a la hora de la siesta, obra de Roma Mahieu, cuando se estrenó en 1976 con dirección de Julio Ordano. Treinta años después y en el mismo teatro Payró, Lombardo acaba de estrenar la premiada pieza, bajo su propia dirección. Basada en una versión del texto pensada para ser vista en España, la obra presenta a una banda de niños que se da cita en la plaza del barrio para dar rienda suelta a todo tipo de juegos. Aun con la condición expresa de que los actores se abstengan de representar comportamientos infantiles, la autora concreta en la obra una mirada crítica sobre el mundo de los adultos. Diez meses de trabajo le demandó a Lombardo el montaje, al frente del “singular y temerario elenco”, según ella misma define, que componen los jóvenes intérpretes (entre los que se encuentra Ivan Chernov, su propio hijo) un grupo de adolescentes que, aparte de la edad, comparte la característica de ser hijos de gente de teatro, como Gustavo Garzón, Alicia Zanca, Mirta Busnelli, Graciela Stefani y Manuel González Gil. La directora los caracteriza pormenorizadamente: “Andrés (Estanislao Silveyra) es el seductor al que todos siguen y admiran, pero que tiene los defectos de los verdaderos líderes; Fátima (Anita Pauls) es su lugarteniente, obediente y sensual; su hermana Claudia es interpretada por Tamara Garzón; Diego, el justiciero, por Ale Wainstock; Julito, el nerd, es Enzo Monti, víctima de las burlas de toda la banda; Carolina es Sofía González Gil, la que da a luz luego de casarse con “el nuevo”, Ivan Chernov, el chico tierno y sensible que, finalmente, se alía con las fuerzas del mal. Y, por último, Susana, a cargo de Sofía Salvaggio, la que sufre discriminación por ser hija de una mujer de la calle, la heroína y víctima por excelencia”.
–Algunos chicos asumen un discurso ligado con la iglesia, otros, al ejército, otros, a los que más tienen o, en contraposición, a los marginados. ¿Cada personaje es portavoz de un sector social diferenciado?
–Creo que todos pertenecen al mismo sector social: es una banda, un grupo, una pandilla, pero cada uno tiene características bien definidas.
–Los personajes pasan de retratar conflictos propios de la niñez a corporizar problemáticas referidas al mundo de sus mayores. ¿Cómo trabajó desde la dirección ese pasaje?
–La edad de los actores me simplificó esa tarea: ellos están muy cerca de la niñez y, a la vez, están tratando de dejarla y todavía no conocen por propia experiencia el mundo de los adultos. De todas formas, no pusimos allí el énfasis sino que buscamos jugar, redescubrir el juego y llevarlo hasta las últimas consecuencias.
–¿Qué tipo de cambios sufrió la obra en estos 30 años que pasaron desde su estreno?
–La violencia es otra, pero el erotismo, la falta de intimidad, el humor y el juego me parecen a la vez distintos y similares. Tengo muy presente la versión del ’76 y lo que significaba y a lo que nos remitía, ésta no tiene que ver con aquélla. Hace unos meses invité a Julio Ordano a un ensayo y él se asombró de la actualidad y el poder de resignificación que tienen cada uno de los juegos y los exabruptos de los personajes.
–¿Hay otro concepto de violencia en la actualidad?
–Encontramos violencia en todos los actos, pareciera que es una nueva manera de relacionarse, de comunicarse: ya casi no sorprende que una persona mansa como un cordero hoy pueda convertirse en un asesino serial.
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