Sáb 04.11.2006
espectaculos

TEATRO › GONZALO MARTINEZ

La contemporaneidad de un clásico ruso

El director explica por qué llevó al teatro Los demonios, de Dostoievski.

› Por Hilda Cabrera

La intención es movilizar al espectador, apartarlo de la indiferencia, y si es necesario armar un elenco de nueve para contar una historia, se lo arma: “En el teatro independiente entramos en deudas personales, pero no queremos limitarnos. Cada uno de nosotros hace dos o tres obras al año. La voluntad está”, dice Gonzalo Martínez, actor, dramaturgista y director que luego de atreverse con un texto del escritor polaco Vitold Gombrowicz (La pornografía) se decidió por otro autor fundamental y adaptó Los demonios (o Los poseídos, de 1871), de Fedor Dostoievski. Respecto de esta novela, inspiradora de películas y montajes de grandes creadores, Martínez reparó en la dificultad de trasladar el episodio que allí se cuenta. Dostoievski retrata con intensidad literaria el derrumbe moral de quienes militaban en algunas organizaciones antizaristas. Incorporado el desafío, el director estrenó finalmente su versión de Los demonios, en Espacio Callejón: “Nos llevó un año montar la obra, pero este vértigo me rinde en lo personal –cuenta–. Son horas de trabajo, y de todo el elenco, que, por supuesto, no se traducen en dinero”.

–¿Por qué relacionar aquella historia con el presente?

–Me animé porque la novela de Dostoievski trasciende aquel momento. Mientras la leía, pensaba en otros escritores, en Gombrowicz, Franz Kafka y Friedrich Nietzsche, y encontraba parentescos entre ellos y Dostoievski. También en las pasiones de esos personajes, tan emblemáticos en la literatura, como la renga María Timofaievna, Pedro Verjovensky y Shatov, que siento cercanos a los de Roberto Arlt. Leí la novela en paralelo con materiales de revisionismo histórico de la Argentina y, en esos cruces, hallé situaciones, anécdotas y personalidades que me resultaban contemporáneos. En realidad, me fui escapando de los años ’50 y ’60 de la historia argentina, las décadas con las que, en un principio, me manejé.

–¿En qué tipo de personalidades reparó?

–Hay algo de las relaciones entre los humanos que, creo, son reconocibles en todas las épocas. Finalmente, lo que está en juego en la novela son las emociones, y éstas no se diferencian de las del presente. Mientras trabajaba en la adaptación, descubría aspectos de la historia que me rebotaban mucho y que han sido recogidas en libros. Un ejemplo es la biografía de José López Rega, escrita por Marcelo Larraqui, donde se cuentan cosas impresionantes. Cuando uno se mete en ese clima de fuertes ambiciones políticas, empieza a descubrir situaciones que se parecen mucho a las que Dostoievski describe en su novela. Tuve muy presente a Perón y las cartas que escribió cuando estaba proscripto, tratando de dirigir a la distancia un partido que estaba dividido. Otro personaje que se me aparecía era Guillermo Patricio Kelly, quien fue dirigente de la Alianza Libertadora Nacionalista.

–¿Le atrae especialmente la historia política?

–El acercamiento entre esta novela y la historia argentina no me resulta extraño. Para mí la historia tiene interés cotidiano. De adolescente, no iba más allá de la lectura del diario y de opinar sobre lo que pasaba en el día. A los veinticinco años, empecé a ver el mundo de otra manera. Sentí que comprometerme con la historia era saldar mi deuda social. Cuando me interné en esta novela, mi preocupación principal era cómo contarla hoy en un contexto como el nuestro.

–¿Influyeron los trabajos del director polaco Andrzej Wajda y la versión de Albert Camus?

–Vi la película de Wajda, de 1981 (quien realizó también una traslación al teatro, en 1971) y trabajé sobre el texto de Camus, Los poseídos, de 1959. Son materiales muy potentes. Encontré además una adaptación hecha por Carlos Muñoz, que se estrenó en Argentina.

–¿Cuánto pesó en su trabajo la ideología puesta en la novela?

–Dostoievski da cuenta de una tensión social, de un momento en que la sociedad conoce el miedo y presiente el peligro. Tomé ese momento como un episodio de gran desequilibrio, en el que una parte de la sociedad hace correr el rumor de que se viene la revolución social. En esa fragilidad, hallé un paralelo con sucesos de nuestra historia contemporánea. Cuando en cualquier expresión política uno deja que pesen sus opiniones, quita a otros mayores posibilidades de lectura. En la novela hay un pensamiento que hoy podríamos llamar de derecha. Eso está, y no lo niego, como no niego que fue difícil para mí lidiar con ese pensamiento, porque me relaciono mejor con las ideas de la izquierda. Pero también me pregunto si muchas de éstas no han quedado fosilizadas y si yo no estaré entrando en mecanismos automáticos que me impidan reflexionar.

–¿Es el temor a la bajada de línea?

–En general, a los argentinos nos cuesta mucho trabajar sobre materiales en los que se emiten opiniones sobre la política o la historia. Sea en un libro o en una obra de teatro, un personaje o una palabra que asociamos con la bajada de línea nos hacen ruido. El desafío, creo, es hallar el tono que nos permita rescatar un material a pesar de ese ruido. Pienso que, por ejemplo, Tato Bores y Enrique Pinti encontraron ese tono en el humor.

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