Lunes, 22 de enero de 2007 | Hoy
TEATRO › LOS MUSICALES, UN FENOMENO QUE SE MULTIPLICA EN LOS ESCENARIOS PORTEÑOS
En enero copó la cartelera de Buenos Aires. Las producciones buscan el equilibrio entre el respeto a las reglas propias del género y la constitución de la identidad de un musical argentino.
Por Alina Mazzaferro
Pareciera que el calor y el espíritu veraniego fueran los responsables. Como una plaga, un fenómeno teatral se multiplica en los escenarios porteños: los personajes se desplazan con pequeños pasitos de danza y si quieren expresar sus sentimientos no pueden evitar hacerlo con una canción. Se trata del musical, un género que en Argentina ha sido bastardeado por unos, subestimado por otros, pero que ciertamente se encuentra en pleno auge en la escena local actual. Además de Sweet Charity, la obra de Bob Fosse que desde el año pasado tiene su versión en calle Corrientes protagonizada por Florencia Peña, son varios los espectáculos de teatro musical que, en enero, han copado la cartelera teatral de la ciudad. Estos tienen algo en común: a diferencia de Sweet Charity y otras pasadas versiones de los pesos pesados de Broadway, las nuevas propuestas musicales son absolutamente home-made, con idea, música, letras y coreografías diseñadas por los expertos locales.
Pasión bohemia, con música y dirección de Valeria Lynch; La ópera de dos mangos, dirigida por Carlos Palacios; Lo frío y lo caliente, del grupo Carne de Crítica, y Buenos Aires de tango, ideada por Mariano Manikis, son las nuevas apuestas para esta temporada. Mientras tanto, dos de las más taquilleras de la historia del musical nacional tuvieron su regreso triunfal: Tanguera, producida por Diego Romay, y Drácula, el clásico de la dupla Pepito Cibrián-Angel Mahler. Todas ellas avanzan, como quien camina sobre una cuerda, buscando el equilibrio entre el respeto a las reglas propias del género y la constitución de la identidad de un musical argentino; entre la búsqueda de esa veracidad con que se mueven en los escenarios extranjeros los herederos de Gene Kelly y Fred Astaire, y el rescate del humor del grotesco criollo, la nostalgia tanguera, el glamour de la vieja revista porteña o la inocencia del film nacional de los ’60.
Hay algo sumamente atractivo en la oscuridad del cabaret decimonónico y el submundo de personajes marginales que lo rodea, aun en pleno siglo XXI. No por nada Valeria Lynch, al igual que el film de Baz Luhrmann, regresa al mítico Moulin Rouge de la mano de Toulouse-Lautrec (interpretado por Guillermo Fernández), quien conduce al espectador dentro de ese bohemio universo de Montmartre. Allí estarán las coloridas bailarinas de cancan; Jane Avril, una monjita recién llegada al cabaret (Marisol Otero); Colette, la vedette del momento, tan fría como seductora (Sandra Ballesteros), y la famosa La Goulue, otrora bailarina estelar, ahora en plena decadencia (Lorena Miranda, recién salida de Cantando por un sueño). “Todos los personajes son verídicos; eso hace que cobre otro sentido lo que se está contando”, explica Ballesteros a Página/12. Enseguida aclara que en esta versión no hay casi puntos en común con la famosa película que recogió melodías de Madonna, U2, Sting y Elton John. Aquí la música original, las letras y el guión de la pieza han estado a cargo de la misma Lynch y Patricio López Tobares, mientras que Mariana Letamendia fue responsable de la coreografía. “Es una historia de amor al arte –sigue Ballesteros– y la gente que fue convocada se acercó por eso, por ese amor al teatro, a la pintura, la danza, el canto y la actuación que la obra profesa. Aquí se desnuda ante el espectador la quintaesencia del artista.”
La propuesta de Carlos Palacios, regisseur de ópera, también versa alrededor de un mundo marginal pero esta vez traspolado a un escenario rioplatense. La ópera de dos mangos es una adaptación de Gustavo Lencina, con música de Daniel Berardi, de La ópera de los mendigos de John Gay (luego retomada también por Bertolt Brecht y Kurt Weill en La ópera de los tres centavos). Palacios rescata aquí a toda la fauna del viejo cabaret porteño: el cantor de tango, las chicas del strip-tease, el mago, el ventrílocuo, el cómico, las bailarinas y el lanzacuchillos están presentes para reconstruir ese submundo desde una poética grotesca, tan picaresca como inocente.
“Me parece importante que rescatemos la estética del viejo cabaret de Buenos Aires, porque tenía su magia, su ternura”, afirma el director, crítico de las “versiones yanquis en las que no hay creatividad sino cliché” y defensor de las raíces locales del musical, desde la zarzuela hasta el antiguo teatro de revista y la comedia porteña. Si la versión de Brecht de la obra de Gay exponía cruda y críticamente el modo de operar de las sociedades capitalistas, Palacios parece no quedarse atrás, demostrando que el musical no es de ninguna manera un género liviano, hueco o frívolo. “Pertenezco a una generación de creatividad y utopías y voy a seguir peleando por eso a través del arte, aunque el consumo de Coca-Cola aumente en los bares y la sociedad día a día me cachetee”, asegura.
Luego de una extensa gira por Latinoamérica, Europa y Asia, con cinco premios ACE en su haber y destacada en Shanghai como Mejor Musical, Tanguera vuelve a la calle Corrientes con María Nieves a la cabeza y 30 artistas en escena, coreografía de Mora Godoy, música y letras de Eladia Blázquez, dirección musical de Gerardo Gardelín y libro de Diego Romay y Dolores Espeja. Lo que llama la atención es quien firma la dirección de este megashow que desde hace cinco años combina el tango con el teatro musical: nada menos que Omar Pacheco, que desde hace 25 años está al frente del grupo Teatro Libre, un emprendimiento teatral cerrado y ajeno al teatro comercial que contempla el hecho teatral como una experiencia sagrada, puramente sensorial y empática. “Tenía muchos prejuicios con respecto al musical –confiesa Pacheco– y tuve que luchar contra una forma de ver el teatro antes de aceptar. Fue un debate conmigo mismo. La consigna fue que respetaran determinada estética de trabajo. Finalmente pude trabajar muy cómodo; sentí que se me respetó como director y que tuve la posibilidad de trabajar con gente nueva y muy creativa”.
¿Qué tienen en común otros espectáculo de Pacheco, como los recientes Del otro lado del mar y La cuna vacía, con Tanguera? Bajo el sello de la misma firma, todos ellos están estructurados sobre la base de una “dramaturgia de la iluminación”, rasgo característico de la obra de Pacheco. “Trabajo con un concepto lumínico de alto nivel –explica el director–, una estética cinematográfica y un juego de luces que hace parecer que la puesta es carísima y no lo es.” Quien también ha trabajado con tango poniendo el énfasis en el aspecto plástico es Mariano Manikis, fotógrafo que desde el año pasado incursionó en la puesta en escena con Tangojasápico y ahora presenta Buenos Aires de Tango. “Quería contar un día de Buenos Aires desde que amanece hasta que anochece, mostrar el pulso de la ciudad, la gente”, explica Manikis, que presenta en escena 100 de sus fotos (proyectadas con un cañón multimedia como telón de fondo), mientras tres parejas de tango y una pequeña orquesta recorren el cancionero de este folklore porteño.
“Al decir comedia musical me imagino al señor de galera y bastón”, dice Francisco Pesqueira, actor que ha trabajado en Los miserables y Zorba el Griego. Nada más frío y alejado de la realidad argentina que eso para el grupo Carne de Crítica, compuesto desde 2002 por Pesqueira, Claudio Pazos y el director Carlo Argento. Por eso, en Lo frío y lo caliente, el musical aparece a modo de homenaje crítico-paródico de las películas nacionales de los 60 de Carlitos Balá o María Aurelia Bisutti. Carne de Crítica convierte al drama de Pacho O’Donnell, mediante la introducción del número musical y melodías que remiten a las del Club del Clan, en una tragicomedia. “Me interesa el teatro musical que tiene algo profundo para contar; si no es de cartapesta”, dice Pesqueira. “Nosotros trabajamos la obra como si la vida tuviera una banda sonora. ¡Y qué sería de la vida sin canciones!”, remata.
Más caliente aún es el regreso de un superclásico de los musicales argentinos: Drácula, que hace 15 años viene presentándose con igual éxito. “No creo que haya un antecedente de una obra teatral argentina que haya durado tanto y siga vigente como ésta”, dice su protagonista, Juan Rodó. “Drácula venció el prejuicio e impulsó a los productores a creer en este género y, a pesar del paso del tiempo, sigue estimulando la pasión por el musical en distintas generaciones”. ¿Cómo es que ha conquistado al público esta archiconocida historia del conde-vampiro? “Siendo frío se puede decir que cautiva por su misterio –analiza Rodó–, el juego de la seducción, el atractivo de la sangre... Pero realmente no se puede responder; la gente se enamoró de Drácula. Gusta y no hay explicación.” Lo cierto es que esta obra inauguró la pasión nacional por el género “más bello –según sus adeptos– porque reúne las tres disciplinas más lindas de ver”. “El musical provoca vibraciones inusitadas”, agrega Palacios. “Hace que la gente grite o tire cosas al escenario. Porque no es lo mismo decir ‘te amo’ que decirlo con toda una orquesta atrás.” Cuenta Rodó que, a partir del fenómeno Drácula, los musicales llenaron los teatros y las nuevas escuelas de arte se plagaron de estudiantes. “Hoy hay mucha gente preparada y talentosa –afirma Pesqueira–. Como diría Cibrián, aquí podemos hacerlo. Estoy recontra seguro de eso.”
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