Domingo, 15 de abril de 2007 | Hoy
TEATRO › ENTREVISTA A CLAUDIA PIÑEIRO
Novelista, guionista y autora teatral, acaba de estrenar en El Piccolino Verona, una obra que cuenta, con humor ácido, una situación de acorralamiento familiar. “El mundo que se esconde detrás de las cortinas de una casa es generalmente el de las mujeres”, dice.
Por Hilda Cabrera
Sólo siendo un buen lector se puede mejorar la propia escritura. La autora Claudia Piñeiro considera esa práctica un imperativo, de modo que ella lee y escribe sin pausa. Acaba de estrenar Verona en el teatro El Piccolino y tiene otra pieza en camino y una novela. “Cuando participé con Las viudas de los jueves en el concurso Clarín, ya había avanzado bastante en otra. La página en blanco no es mi problema”, dice. Sabe beneficiarse de los períodos de menor actividad acopiando material, y no desdeña escribir para televisión, pues de ésta “se obtienen ingresos que permiten vivir y ejercitar el oficio”. Meses atrás integró el jurado del Premio Alfaguara de Novela 2007 que presidió el escritor peruano Mario Vargas Llosa. Fue en esa editorial que en 2005 publicó Las viudas... (Premio Clarín). Otra novela de tinte policial, Tuya, resultó finalista en el concurso de Planeta 2003; y publicó relatos eróticos (El secreto de las rubias) y textos para niños y jóvenes (Un ladrón entre nosotros, Serafín, el escritor y la bruja). En el ciclo Teatro por la Identidad 2004, presentó Cuánto vale una heladera y actualmente se encuentra en cartel otra obra de su autoría: Un mismo árbol verde, sobre la feroz represión desatada por el Estado turco contra el pueblo armenio entre 1915 y 1923. Colaboró en las revistas Emmanuelle y Satiricón e integró equipos de guionistas para tevé (Yago, pasión morena, Cuatro amigas, Resistiré y Tres padres solteros).
Piñeiro halla inspiración en asuntos que están en el aire. Entre otros ejemplos, el asesinato disfrazado de suicidio en un barrio cerrado (Las viudas...). Se supone que los ambientes cerrados propician la elaboración de intrigas y desencadenan catarsis. En Verona eligió un ámbito de desprendimiento real, pues las hermanas de la historia que se cuenta deciden abandonar la sala en la que se están festejando los 70 años de la madre para dirimir cuestiones personales en el baño de la casa, amplio, como corresponde a una edificación antigua. La madre, Amanda, padece una enfermedad neurológica y ellas no encuentran mejor lugar que ése para expresar lo que sienten. “Un lugar de mucha intimidad, mayor que el habitual de la cocina”, apunta Piñeiro.
–¿Existe realmente, como se da a entender aquí, un mundo de mujeres?
–El mundo que se esconde detrás de las cortinas de una casa es generalmente el de las mujeres, muy diferente del que se pretende mostrar hacia afuera. Estas hermanas discuten sobre quién se va a hacer cargo de la madre enferma: son cosas que pasan en las familias, y frecuentes en las relaciones que se establecen entre hermanas o hermanos, siempre muy primarias.
–¿En qué sentido?
–En que forman parte de un aprendizaje que después vamos a desarrollar frente a extraños. A veces nos sorprendemos viéndonos discutir con nuestros hermanos igual a cuando éramos chicos. Es como si lleváramos esas peleas toda la vida, como marcas en el cuerpo.
–¿Y qué pasa cuando se produce una ruptura?
–Dentro de una familia como la que mostramos en Verona se puede decir cualquier cosa sin temor a que haya ruptura.
–¿A qué se debe la predilección suya por contar historias desde la sensibilidad de las mujeres? En su anterior estreno, el de Un mismo árbol verde, los personajes que narraban hechos del pasado y el presente eran una madre y su hija...
–En la novela Las viudas... aparecen personajes varones, pero es cierto que las que cuentan son mujeres. En Un mismo árbol... fue una actitud deliberada. Me interesaba que aquella masacre de armenios la contaran las mujeres, justamente ellas que vivían en una sociedad machista. Una sociedad en la que también eran las abuelas las que narraban historias del pasado. Mi impresión era entonces que la lucha por la supervivencia venía por el lado de la mujer y por su capacidad para salir de situaciones límite.
–¿Es imprescindible estar o sentirse acorralado para hacer catarsis?
–La persona que se encuentra en una situación de encierro y es consciente de que no puede escapar, sabe también que no podrá evitar el conflicto. Y esto es lo que les ocurre a los personajes de Verona. En realidad, en esta obra lo primero que se me apareció no fue el conflicto sino la imagen de unas hermanas en el baño de la casa. Después se me presentó otra imagen, la de la madre enferma, y a continuación surgió la pregunta de quién se haría cargo de ella.
–¿La imagen es siempre fuente de inspiración?
–Mi primer trabajo fue como contadora, pero un día me decidí y lo dejé todo para escribir. Empecé por la literatura, tuve maestros y me formé también como guionista con María Inés Andrés. Esto me fue dando alguna idea sobre la representación escénica. Después, cuando empecé a estudiar con Mauricio Kartun, comprendí todavía más lo importante que era la imagen en la escritura. Para Un mismo árbol... quise que hubiera muchas imágenes. Esa era una historia difícil de contar, porque es duro meterse con el genocidio, sea el de los armenios, el de los judíos o el de otros pueblos. Uno no puede dejar de pensar en lo que escribió Theodor Adorno y en su pregunta sobre cómo escribir poesía después de Auschwitz. Después se dijo que sí, que se puede escribir, pero no como antes. A veces, en el afán de no ser impertinentes, terminamos eludiendo estos temas y pienso que eso no es bueno, que es preferible tratarlos y hablar aunque nos equivoquemos.
–¿Qué le aporta la escritura escénica?
–El teatro me saca de la soledad, porque es un trabajo que se hace en grupo y que además puedo cerrar más rápidamente. Una novela me lleva dos o tres años de escritura y tengo que esforzarme para salir de mi persona. El teatro me expone sin intermediarios. En algún aspecto asocio los estrenos con los partos. Tengo tres hijos, y mi ginecólogo dice que las mujeres tenemos amnesia posparto, porque nos olvidamos pronto del dolor y a los pocos meses ya estamos pensando en tener otro hijo. En el estreno de Verona me decía a mí misma que debe existir la amnesia posdebut, porque sufro enormemente con esa exposición y, sin embargo, deseo escribir más obras. Esto no pasa con los libros, porque si a una le va bien recibe elogios y si le va mal, sufre, pero en soledad, en su casa, o a lo sumo entre amigos. Tampoco una lo sabe al instante, sino después de días o meses, por el comentario de la editorial. En el teatro, en cambio, se ve enseguida cómo reacciona el público. Es una experiencia muy fuerte, única.
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