Lunes, 14 de mayo de 2007 | Hoy
TEATRO › MURIO EL ACTOR Y DIRECTOR MIGUEL GUERBEROF
Por Hilda Cabrera
¿Cómo partir de la “absoluta inocencia” al actuar o poner en escena obras de Harold Pinter, Samuel Beckett, William Shakespeare o Thomas Bernhard? Intentarlo era uno de los propósitos del actor y director Miguel Guerberof, que falleció el sábado a los 67 años, víctima de un problema cardíaco. Especialista en el teatro del escritor irlandés y del poeta nacido en Strafford-upon-Avon, Guerberof halló en cada uno de sus trabajos la manera de aportar una mirada original sobre piezas teatrales varias veces estrenadas en nuestro medio, como sobre otras poco o nada frecuentadas. Una muestra fue Los enanos (The dwarfs), de Pinter, donde lo que le importaba entonces era descubrir los miedos que guardaba la obra y no describir anécdotas.
Cuando en las entrevistas se le preguntaba por la libertad que se arrogaba en la creación de dramaturgias, Guerberof bromeaba respecto del celo que manifestaban los ingleses ante las versiones que se realizaban sobre sus autores. “Ellos se molestan cuando hacemos Shakespeare en el mero español (ese mero aludía a una expresión habitual en el escritor Jorge Luis Borges). Y se molestan con Beckett, que era irlandés y bilingüe, que escribió en francés y los destruyó.” El director mendocino decía esto a propósito de una puesta que luego pudo concretar, Bien está lo que bien acaba, de Shakespeare, y a continuación de una experiencia vivida en Alemania con su puesta de El cuento de invierno, también del poeta inglés. Se regocijaba entonces con el desconcierto del público que no entendía cómo era eso de estrenar la obra de un inglés en Alemania y en español. De todos modos, quedó complacido, pues obtuvo buenas críticas.
Una particularidad de Guerberof era no olvidarse de sus amores literarios al momento de estrenar una nueva obra. Si se trataba de una pieza de Pinter, señalaba coincidencias entre el autor de El montacargas y Beckett, por ejemplo, de quien opinaba que había sido en ciertas etapas de su producción “seguidor de la poética beckettiana”. Y ofrecía ejemplos bien concretos, relacionando una escena entre Len y Mark (Los enanos), referida a la creencia en Dios, con otra posible entre Vladimiro y Estragón (Esperando a Godot). Guerberof rescataba entonces diálogos como: ¿Crees en Dios? ¿Qué? ¿Crees en Dios? ¿Quién? Dios. ¿Dios? ¿Crees en Dios? ¿Si creo en Dios? Sí. –¿Lo dirías de nuevo?
Cuando las nuevas dramaturgias se interesaron por la fragmentación y se creaba un nuevo público para estos trabajos, opinaba que ya no era necesario ceñirse a una línea argumental para acceder a una obra, así como no lo era desde tiempo atrás en las artes plásticas. La estructura estaba conformada por fragmentos de discurso, sensaciones y situaciones, y había que asumirla. Lo que interesaba era, finalmente, el pensamiento “que se desgrana” en lenguaje y fantasía. Es así que Guerberof lograba trabajos únicos, tanto como actor de teatro, cine e incluso de televisión, como en sus versiones para la escena, donde la ensoñación hallaba terreno fértil. “La ensoñación –decía– origina un sistema poético que nos permite seguir viviendo.” Fundador del teatro Beckett, en el barrio de Abasto, no se consideraba un optimista, y aducía no querer hacerse problemas con ese tipo de reflexiones. Sin embargo, ésa era una pregunta de rigor en las entrevistas debido a su pasión por el autor de Final de partida y de tantas otras obras que, con humor seco, traducen la desintegración del individuo y la imposibilidad del diálogo. En circunstancias como ésas, Guerberof prefería decir que tenía esperanzas pero no ilusiones. Y en ocasiones, ironizaba sobre la búsqueda de la felicidad: “No sé por qué tenemos ese empeño denodado de querer ser felices, si desde El libro de Job hasta acá, uno sabe que se sufre”.
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