Viernes, 8 de junio de 2007 | Hoy
TEATRO › TITO COSSA Y LA CONDICION DE AUTOR TEATRAL
El autor de Yepeto examinó en la Biblioteca Nacional el rol del escritor teatral: “La nueva generación tiene más nivel que la nuestra”, dijo.
Por Angel Berlanga
¿Quién es el dramaturgo hoy? ¿Cuál es su identidad literaria? ¿Es un escritor? Con esos interrogantes como puntos de partida, Roberto “Tito” Cossa encaró en la Biblioteca Nacional su conferencia en torno del rol que ocupó y ocupa el autor teatral. “Estas dudas no son caprichosas: el dramaturgo contemporáneo tiene la sensación de que ha sido expulsado de la literatura”, explicó. “Suelo recurrir a este ejemplo: hace unos años Página/12 pidió a cien escritores que votaran a tres colegas que consideraran como los más significativos de la historia de la literatura argentina. De movida, entre los convocados a votar, no hubo un solo autor teatral. Tampoco entre los elegidos.”
“El rol del dramaturgo-escritor –siguió Cossa–, el que llegó a la cumbre con Ibsen, no ha desaparecido; lo que se ha modificado es el protagonismo del personaje: fue derrotado en la lucha por el poder en el arte teatral. En el trono se sienta hoy el director. El dramaturgo pagó caro sus devaneos con la literatura y hoy su obra, que escribió con pluma de ganso y soñó encuadernada en cuero de Rusia, es catalogada a veces como libreto y otras como guión.” El autor de Tute cabrero y de El viejo criado semblanteó en su recorrido etapas de auge y decadencia de reconocimiento para su oficio; hasta mediados de siglo, dijo, nadie discutía si un dramaturgo era o no escritor, y por eso no pareció extraño que en 1936 le dieran el Nobel de Literatura a Eugene O’Neill; en contrapartida, señaló, los recibidos por Dario Fo en 1997 y por Harold Pinter en 2006 le parecieron, además de sorpresivos, “intentos de la Academia Sueca para revalorizar el rol literario de la dramaturgia”. Más allá de esos intentos, subrayó, estos autores están hoy expulsados de la literatura y deben propinar “codazos” para permanecer dentro del teatro.
Cossa explicó que el carácter grupal del teatro y la intervención directa de quienes lo hacen “diluyen la propiedad sobre las palabras”, algo que no pasa entre los narradores. “La crisis del dramaturgo no nace en el ámbito de la literatura sino adentro del teatro, en su propio terreno”, aseveró; tras la clásica “pelea menor por el prestigio” con el actor, en los años ’70 se produjo la aparición del director, “un señor que advirtió que el espectáculo teatral envejecía, que las formas de narrar arriba del escenario ya no eran las mismas”; el desarrollo del cine, señaló Cossa, cambió la literatura, la pintura y acaso la música, pero dio su mayor impacto en el teatro. “En definitiva –dijo–, el cine invade con una eficacia formidable su mismo terreno, que no es otro que contar historias de ficción a través de personajes actuados.” Su irrupción, agregó, “obligó a poetizar las imágenes” y derivó en “el nacimiento de otro creador, capaz de generar una convención superadora a la del texto y a la del representador, es decir, a autor y actor: así nació el protagonismo del director”.
En la Argentina, destacó Cossa, nacido en 1934, el fenómeno empezó a observarse en los ’90, “cuando muchos autores jóvenes asumieron también el rol de directores de sus obras”. “No hacen otra cosa que volver a las fuentes”, agregó. “¿Qué otra cosa que hombres de escenario fueron Shakespeare y Molière?... Al final de la conferencia, y ya en diálogo con Silvia Hopenhayn –anfitriona del ciclo La Literatura Argentina por Escritores Argentinos, solventado por el Programa Cultural del Banco Galicia–, Cossa dijo que esa generación “intentó matar a sus padres”: “Tienen una gran libertad y mucho más nivel que el nuestro”, les reconoció. “Los jóvenes de hoy estrenan cada tres semanas, escriben rápidamente, trabajan y se vinculan con los actores, inventan personajes a partir de eso. No falta un espectáculo en el que no sorprenda la calidad de una actriz o un actor. En nuestra juventud no se podía vivir del teatro; si uno ganaba algún dinero sentía culpa. Había como una especie de rigor monástico. Eso cambió: ahora no hay problema con ganar plata. Otra cosa que cambió es que nosotros nos encerrábamos en Buenos Aires y ellos recorren el mundo, y tienen reconocimiento en Europa; hacen un teatro más universal, menos cotidiano, más ligado a la imagen y no a la palabra. Esta generación tiene, además, un desprecio respecto de lo político; pero aunque no lo quieran reconocer, también hacen obras políticas. Nosotros creíamos que el teatro iba a ser parte del proceso para cambiar el mundo; íbamos al café a hablar de la revolución. Los chicos de ahora no creen en nada de eso, por lógica, porque no son locos: prefieren ir a tomar clases de voz, a formarse.”
Más allá de la crisis del rol del dramaturgo, dijo Cossa, no cree que haya que lamentarse. “¿Qué importa si el autor pertenece o no a la literatura?”, se preguntó. “En definitiva, escribir teatro es antinatural.” La obra de un narrador, explicó, si sobrevive permanecerá intacta, tal como fue creada: el Quijote es el mismo desde hace 400 años, ejemplificó. “Con Romeo y Julieta –contrapuso– ocurre lo mismo cuando está en el libro, pero este texto es, básicamente, una partitura, una arcilla que se regenera en cada puesta en escena, aunque sea la versión original la que sigue seduciendo a público, críticos u hombres de letras.” “La obra literaria es fiel, como una señora burguesa –concluyó–; la obra teatral anda por las noches cambiando de marido. Una diferencia que el dramaturgo contemporáneo debe vivir como un privilegio. Porque seamos sinceros: las señoras burguesas serán muy respetables, pero las putas son más divertidas.”
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