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Lunes, 18 de junio de 2007

TEATRO › ANA ALVARADO Y SU OBRA EN EL TEATRO DEL PUEBLO

“Me interesó pensar sobre los restos de historia argentina”

La directora habla de Bálsamo, pieza de Maite Aranzábal en la que una mujer termina “como una cautiva de momias” en un museo del sur. Una reflexión sobre el efecto de la Conquista del Desierto en soldados y aborígenes.

 Por Cecilia Hopkins

La huida y las formas de la extinción son dos de los temas que aborda Bálsamo, obra de Maite Aranzábal que, con la dirección de Ana Alvarado puede verse en el Teatro del Pueblo (Roque Sáenz Peña 943). Interpretada por Julieta Vallina, una mujer intenta dejar en el olvido una vida con demasiadas frustraciones afectivas y escapa hacia un pueblo de la Patagonia, con el objeto de hacerse cargo de un pequeño museo perdido en el desierto. Allí establece una relación surreal con los objetos expuestos en las vitrinas y, en especial, es atraída por los restos de la cultura aborigen soterrada por la conquista del General Roca, pero también ganada por los relatos de sus fusileros. Absorbida por el cuidado de los testimonios que guarda el pequeño y oscuro lugar, entre especies en extinción, restos óseos y tarjetas identificatorias, la museóloga establece una intensa relación de amor-odio con dos hombres (¿cuerpos embalsamados, figuras de cera?) que representan a ambos bandos: vencedores –el coronel, interpretado por Guillermo Arengo– y vencidos, el aborigen animado por Roman Lamas. A partir de la creación de un mundo y un tiempo propios, la protagonista –y sus compañeros redivivos– recrea escenas de la conquista, asume el rol de la cautiva aborigen culturizada por el blanco y se apropia de una danza y una lengua que hasta poco desconocía.

“Siempre necesito poetizar desde los objetos, porque me formé como titiritera”, cuenta Alvarado en la entrevista con Página/12. “Trabajé muchos años junto a Ariel Bufano y, si bien estudié actuación con Silvina Savater, sabía que nunca la actuación sería lo mío. Desde 1993, la dirección es lo que más me gusta, un rol que cumplí en El Periférico de Objetos, junto a Daniel Veronese y Emilio García Wehbi. Con ellos me gustó mucho hacer Máquina Hamlet y Monteverdi Método Bélico. De lo que hice sola, me gustó Los débiles y Una pasión sudamericana. Y Bálsamo, claro.”

–La obra parece escrita especialmente para su estética de trabajo, afín a encontrarles vida a objetos inanimados...

–Maite Aranzábal es una dramaturga radicada en Río Negro. Su texto me lo pasó Mauricio Kartun, gran difundidor de la obra de sus alumnos. El museo me interesa mucho como mundo poético, pero como hace tiempo que se hacen trabajos teatrales sobre museos tenía temor a repetir algo de esas experiencias. Me interesó pensar, a través de esta obra, sobre los restos de la historia que guardan los museos provinciales y sobre cómo los visitantes se relacionan con esos lugares. Los museos argentinos, especialmente los del interior, exhiben objetos muy diferentes entre sí. Como no tenemos un pasado demasiado remoto, los museos van sumando testimonios que no se sabe si son en verdad probatorios de eventos significativos y, finalmente, el museo termina siendo una colección de cualquier cosa. También recordé los museos de mi infancia, en Luján o Areco, donde los muñecos de cera daban una impresión ambigua de muerte o de vida.

–La museóloga, en medio de la nada, clama por un cíber, un supermercado, un kiosco. El tema de la frontera que se traspone está presente tanto en el viaje que ella emprende, como en el recuerdo de la Conquista del Desierto.

–Hay otra frontera presente en el viaje de la protagonista, que es la de la locura. En verdad, ella atraviesa varias líneas fronterizas. Además del viaje de la museóloga de lo urbano a lo desértico, la obra también hace mención a las búsquedas seudoespirituales, ligadas a lo primigenio. En otra época, mucha gente se fue a la Patagonia. Creo que hay algo mítico en esa decisión. Claro que ahora, por motivos obvios, la Patagonia ya no es ese territorio lejano e ignorado. Antes se tenía la idea de que allí se podía fundar algo nuevo y de ese modo salir de las leyes de la ciudad. Durante el período de exilio, ese territorio era vivido como si fuese otro país.

–¿Es posible ubicar dónde suceden los hechos?

–La acción no tiene una ubicación exacta pero está próxima a General Roca, en Río Negro, ciudad edificada sobre enterramientos indígenas, emblemática del momento histórico que trata la obra. Finalmente, el lugar donde la museóloga pensó que iba a recobrar la paz y establecer otro tipo de vínculos está muerto. Ella queda encerrada en ese museo y, de alguna forma, repite con esas momias su relación con lo masculino.

–El tema de la extinción también es muy importante: junto a la protagonista languidecen etnias aborígenes y especies animales.

–En un principio, la museóloga se comunica, porque utiliza un teléfono o interacciona con los visitantes del museo. Con el tiempo se va cerrando sobre sí misma, convirtiéndose en una cabeza parlante que repite lo que tiene para decir pero pierde el cuerpo y con él, el deseo. Termina formando parte del propio museo que tiene a cargo, inmovilizada y afectada por los sonidos del lugar. En esto, los actores hicieron muchas propuestas, porque están muy entrenados en dejarse afectar por los objetos. Nunca uso objetos escenográficos, sino sólo aquellos que ayudan al actor a crearse un universo.

–¿Siempre le interesan los temas relacionados con la historia argentina?

–Sí, también en la obra de los otros. En mi caso, tengo propensión a pensar cuestiones relacionadas con el país pero nunca desde el rigor histórico. Me interesan las historias que desconocemos, pensar en lo extraño que debe haber sido el encuentro y el cruce entre aborígenes y soldados, los cautivos, el pasar a pertenecer a un contexto diferente al del propio origen. Cuando en 2005 dirigí Una pasión sudamericana, de Ricardo Monti (con Daniel Fanego, Guillermo Angelelli, Claudio Martínez Bel y Guillermo Arengo, entre otros) me interesó centrarme en el relato histórico visto desde la mirada del hombre. Y aquí, en Bálsamo, una mujer se encuentra entre dos hombres, como una cautiva de momias. Si bien es ella quien las activa y las ubica en roles, tal como hacía en sus relaciones afectivas del pasado: arma escenas históricas –o seudohistóricas– y allí es maltratada y humillada, es decir, vuelve a recibir el mismo trato que siente que recibió antes.

–¿Sobre qué material basará su próximo trabajo?

–La próxima obra no será de un autor argentino. Voy a volver a hacer a una autora, pero a una norteamericana. Estoy tramitando los derechos de una obra de Jane Bowles, a quien se conoce más por haber sido la esposa del escritor y músico Paul Bowles. Fue contemporánea de Truman Capote y Tennessee Williams, representó el estilo de vida libre y snob de la cultura intelectual de su país. Y vivió una época en la que la escritura femenina era difícil de instalar. Me parece que tiene algo de Silvina Ocampo, porque sufre el entorno del pensamiento masculino, a pesar de contar con una obra enorme.

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Formada como titiritera, Alvarado dice que “siempre necesito poetizar desde los objetos”.
 
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