Mié 27.06.2007
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TEATRO › CLAUDIO QUINTEROS HABLA DE SU VERSION DE “LA VENUS DE LAS PIELES”

“Algunos gozan de la esclavitud”

El director adaptó el texto de Sacher-Masoch para indagar en la inquietante relación del ser humano y el masoquismo.

› Por Cecilia Hopkins

Novela escrita en 1870 por el austríaco Leopold von Sacher-Masoch, La Venus de las pieles basa su argumento en la relación que mantuvo con la mujer con la que suscribió un contrato por el cual se declaraba su esclavo. Entre otras situaciones, la obra cuenta los detalles de un viaje del matrimonio a Italia en el que, sirviendo a su esposa como criado, el autor fue testigo de sus amoríos con un actor italiano, a quien Sacher-Masoch solicitó especialmente la merced de recibir azotes y otros maltratos. “Amar es ser yunque o martillo” es la idea que atraviesa esta suerte de memoria conyugal, que revela el modo en que el propio marido adiestra a la esposa en el arte de sojuzgar: “Yo me veía obligada –escribió después su esposa en su biografía– a hacer sufrir torturas físicas y morales a aquel pobre hombre, que alzaba hacia mí sus manos suplicantes gimiendo: ¡Más, más; pégame más, no tengas piedad! ¡Cuanto más me haces sufrir más feliz soy!”. Escrita por el actor y director Claudio Quinteros, una versión homónima de la novela más famosa del autor que dio origen a la palabra masoquismo se está ofreciendo en El Portón de Sánchez (Sánchez de Bustamante 1034). La puesta, una de las ganadoras del Concurso Nacional de Producción Teatral del Instituto Nacional del Teatro, está protagonizada por Carolina Fal y Horacio Acosta, ambos muy comprometidos en el difícil rol de la pareja de marras. Los acompañan con solvencia Sebastián Duarte, Gabriela Marín y Federico Luján.

Nacido en 1836, en el seno de una familia formada por un jefe de policía y una noble polaca, Sacher-Masoch llamó la atención de Quinteros casi por casualidad: “Estaba buscando un texto para dirigir”, cuenta en la entrevista con Página/12. “Buscaba hablar sobre uno de los grandes temas que puede abordar el teatro, cuando un psicoanalista me habló de esta novela de Sacher-Masoch. Así entré en su mundo. Leí también mucho acerca del Marqués de Sade, a partir del análisis que hace Deleuze en Lo frío y lo cruel, ensayo donde explica a ambos autores.”

–Masoch y Sade son contemporáneos, pero no es apropiado unir sus nombres...

–Sí, la palabra sadomasoquismo no es correcta. Habría que dividir los términos, porque ambos autores se diferencian desde muchos puntos de vista. La actitud de Sade es pornográfica, en sus novelas va sumando cantidad de historias, a toda velocidad y sin detalles. En cambio, Masoch suspende la narración, es todo un esteta en sus descripciones, muy barroco en su relato, enroscado y hasta aparatoso. Y, fundamentalmente, en la visión masoquista, la víctima está de acuerdo en ser victimizada, lo cual no ocurre en Sade, donde no existe ningún contrato entre las partes. Desde aspectos políticos, Sade está a favor de la destrucción total de todo aparato de poder; en cambio, Masoch se inclina por el despotismo de la mujer, apoyando a las zarinas rusas.

–Es que parece que lo propio del masoquismo, además del placer a través del dolor, es la sujeción del hombre a la mujer.

–Sí, esta necesidad de ser victimizado por alguna mujer se da en él todo el tiempo. Para gozar necesita la presencia de una mujer dura, cruel, fría, con el látigo en la mano. En Las memorias de Wanda, la que fue su mujer por diez años cuenta cómo él la fue pervirtiendo para que aprendiera a someterlo. Y se sabe que hacía lo mismo con sus amantes, con las amigas de ellas, también con sus sirvientas. En Masoch, el amor está todo el tiempo unido al dolor. Hay una frase de Deleuze que me interesa, en la que habla de la sexualización del amor y la historia. Creo que toda la historia está llena de ejemplos de gente que necesita ser golpeada, aun inconscientemente.

–¿Algún ejemplo en nuestro medio?

–El gozar con la esclavitud es un tema que hoy aparece muy contundentemente. En período de elecciones, por ejemplo, es notorio que mucha gente necesita apostar por el más duro, por el que tenga más poder. Masoch pervierte, somete y tortura, pero da el poder para que sea ella quien accione. Y cuántas veces en una relación laboral, por ejemplo, alguien le da texto al que somete para recibir castigo. Hubo quienes me cuestionaron por estar haciendo esta obra con el pasado que tiene este país. Pero aquí no se habla de un sufrimiento que, como sucedió durante la dictadura, recibe alguien sin pedirlo. El hecho de que haya un acuerdo previo es algo que me resulta muy inquietante. El masoquismo es fundacional en la estructura del ser humano. Es algo que está y habría que tomar conciencia de eso.

–Hacia el final, el personaje que representa a Masoch asegura que, mientras que la mujer no tenga un lugar de igualdad, será una tirana o una esclava, pero nunca una compañera del hombre.

–El autor era un pedagogo, quería adoctrinar. Y, a pesar del tiempo transcurrido, esa frase alude a algo que todavía se da en nuestra realidad.

–Pero en esa frase también se afirma que será el hombre quien decida si la mujer merece o no un trato igualitario. Es decir que, finalmente, el mundo sigue siendo de los hombres, aun de aquellos que desean ser azotados por mujeres...

–Sí, pero también existe la esperanza de que la mujer podría tomar el poder y llevarlo en otra dirección. ¿Por qué no? Porque en el amor, a mí me parece que las mujeres tienen las cosas más claras que los hombres. En principio, sexualmente son más poderosas, tienen más orgasmos que su compañero, más permisos para gozar de un modo más total, porque están más conectadas con el deseo. El hombre es un ser más cercano a lo animal: una vez que eyacula, se acabó todo.

–¿Sólo se puede ser yunque o martillo en las relaciones de amor, como decía Masoch?

–En montones de cosas la gente es así. Hay quienes piden rigor, incluso en situaciones pedagógicas. A mí eso me parece medieval. Pero es parte de nuestra estructura psíquica. Para mí tuvo mucho sentido haber hecho una versión escénica en el teatro: hay pocas veces que uno se conmueve o se inquieta, porque todo en teatro me parece bastante estereotipado.

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