TEATRO › “ATENDIENDO AL SEÑOR SLOANE”, DE JOE ORTON
La versión de Marcelo Ramos y la dirección de Claudio Tolcachir refuerzan la idea de vodevil alrededor de la figura del extraño que destruye los ya endebles pilares en los que se asienta la familia.
› Por Hilda Cabrera
ATENDIENDO AL
SEÑOR SLOANE
(Entertaining Mr. Sloane)
De Joe Orton, en versión de Marcelo Ramos.
Intérpretes: Alejandro Urdapilleta, Verónica Llinás, Matías De Padova y Osvaldo Bonet.
Escenografía: Alberto Negrín.
Vestuario: Renata Schussheim.
Dirección: Claudio Tolcachir.
Lugar: Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3125. Funciones: jueves y viernes a las 21, sábado a las 22 y domingo a las 20.
La sala en la que se desarrolla la acción de Atendiendo al Señor Sloane podría considerarse –con algo de snobismo– apropiada para pensar esta obra desde un lugar de absoluta decadencia. Pero las paredes sin revoque y negras por la humedad estaban de antes, testimoniando un proyecto de ciudad cultural incompleto. En ese ámbito de grandes dimensiones se ofrece ahora esta revulsiva y a la vez cómica creación del inglés Joe Orton. Quiérase o no el lugar subraya lo que dice el texto, que la casa habitada por Kathy y su padre Kemp se halla a medio construir y, a modo de “extravagante” invención, con vista a un basural. Este es el paisaje que observa el joven Señor Sloane devenido inquilino de la mujer y eje de un conflicto que involucrará a todos. Testigo, además, del ácido reencuentro de Kemp con su hijo Eddie, a quien el padre no dirigía la palabra desde hacía veinticinco años.
La versión de Marcelo Ramos reproduce el particular lenguaje directo del autor sin las deformaciones que en la actuación se corresponden con la caricatura. Un acierto cuando se trata de personajes que tienden al disparate, como el Eddie que compone Alejandro Urdapilleta. No hay duda de que esta puesta de Claudio Tolcachir cuenta con intérpretes de sólida trayectoria, como Osvaldo Bonet (Kemp) o Urdapilleta y Verónica Llinás, a quienes el público adjudica mitos del teatro under. Uno y otra utilizan a su vez recursos que en otro tiempo significaron descubrimientos, de los que se despegan en varias secuencias, Llinás sobre todo, cuando su Kathy intuye que se le quieren arrebatar placer y seguridad.
En cuanto a Sloane –criado en un orfanato, pero aun así con aspecto de gimnasta– es interpretado por Matías De Padova. Su papel es el del extraño que destruye los ya endebles pilares en los que se asienta la familia. De éste se espera un servicio que proporcione disfrute y llene ciertos intolerables vacíos.
“Hemos pasado una mañana movida”, dirá Eddie, y no habrá quién se lo discuta. El público ríe agradecido ante ese guiño del personaje después de haber acompañado durante algo más de dos horas el desarrollo de una historia teñida de absurdos. El escarnio de las relaciones familiares es constante, aunque “suavizado” en esta puesta con toques de vodevil. Estos apuntes tornan irrisoria la tragedia e impregnan de comicidad la maltrecha convivencia. Así, cada personaje es dueño y sirviente del otro, victimario y víctima, brutal o cuidadoso en el trato.
Los caminos por los que Eddie intenta convencer a su hermana “corta de entendimiento” retratan la incapacidad del personaje para imponer su voluntad si no es recurriendo a la amenaza. Conducta que también caracteriza a Sloane, quien cultiva en forma pareja la seducción y la crueldad, y a quien el viejo Kemp acusa de haber asesinado a su patrón: “El que lo mató esa noche era un hombre joven de piel suave”, insiste.
La comicidad surge a veces de la misma adaptación de Ramos: se habla del “papi, delincuente juvenil” y se le reprocha al anciano sordo, casi ciego y sin fuerzas de poseer un genio colérico y ser capaz de herir físicamente al que se le ponga delante. Rechazar la hipocresía, aun en lo irrisorio, es en general una ambición de quienes trabajan con los textos de Orton. En este aspecto, el logro del director Tolcachir es señalar esas complicidades que a nivel familiar crean verdugos y víctimas.
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