Mar 10.07.2007
espectaculos

TEATRO › LUIS MACHIN Y “LOS PADRES TERRIBLES”

“La familia puede ser una condena”

El actor analiza la obra de Jean Cocteau, versionada ahora en el teatro El Cubo.

› Por C.H.

Los padres terribles fue escrita por Jean Cocteau en 1938, se sabe que para permitir el lucimiento de su amor de entonces, el joven actor Jean Marais. También se dice que el autor concibió la pieza en sólo ocho días, mientras fumaba opio sin pausa. A pesar de que la obra propone una alternancia de registros, del vodevil figuran todos los lugares comunes: celos, infidelidad, confusión de identidades, además de entradas, salidas y alboroto. Pero fue la relación incestuosa de una madre y su hijo lo que llevó al Consejo Municipal de París a su prohibición, poco después de su estreno. Unos diez años esperó el mismo Cocteau para llevar con éxito la pieza al cine. Dirigida por Alejandra Ciurlanti, la obra se está exhibiendo en El Cubo (Zelaya 3053) con gran afluencia de público. Interpretada por Mirta Busnelli, Luis Machín, Nahuel Pérez Biscayart, Noemí Frenkel y María Alché, la obra revela las circunstancias durante las cuales un padre se da cuenta de que, sin saberlo, está manteniendo una relación amorosa con la novia de su hijo, un jovencito mimado hasta la obsesión por su madre. No obstante lo oscuro del panorama, el mundo se “restablece” mediante el plan perverso que traza la hermana de ella, quien desea a su cuñado por encima de todas las cosas.

A cargo de George, el padre en cuestión, Machín volverá en breve a la televisión con En nuestros corazones para siempre, unitario sobre guión de Javier Daulte, con dirección de Sandra Gugliotta, que integrará “200 años”, ciclo de telefilms producido por Canal 7. La historia está centrada en el secuestro de un famoso actor de sitcom (Arturo Puig) por parte de un hombre –el personaje de Machín– con el fin de divertir a su hermana (Verónica Llinás) y a sus sobrinos, fanáticos del programa. “Hay entre los hermanos una velada relación incestuosa que nunca se termina de manifestar –cuenta el actor–; a mí me recuerda al cuento Casa tomada, de Cortázar, cuando se describe a los personajes centrales como “un simple y silencioso matrimonio de hermanos”, afirma, si bien queda a las claras que esta pareja es proclive al enredo: “Del secuestro surge una serie de situaciones que ponen en marcha una maquinaria de locura que tiene esta familia que establece un paralelismo con la de la ficción televisiva: son personajes cruzados por algo que los excede, están corridos de eje, alterados”, concluye.

–Esa familia se parece en mucho a la que se ve en Los padres terribles...

–Es cierto, hay puntos de contacto. Cocteau plantea la obra como un nudo de vodevil. Pero no se queda en eso solamente porque, además del puro enredo y equívoco, introduce lo que para la época fueron temas escabrosos. Como lo es la relación obsesiva de una madre con su hijo, que está en el límite de la sobreprotección y el incesto. No debe haber sido fácil en los años ’40 aceptar que esta relación tan dependiente pudiera entenderse como un vínculo enfermo.

–¿Cree que es el incesto el tema principal de la pieza?

–Esta relación sobredimensionada es uno de los ejes principales, pero no el único. La hipocresía, lo que se sabe y no se dice, está muy presente. Salvo el hijo, que ignora todo lo que ocurre alrededor de él, los demás viven tramando estrategias para comodidad personal. Cocteau decía que en esta obra los personajes no son ni buenos ni malos, y eso es cierto: en ese mundo todos toman decisiones arbitrarias en situaciones diferentes. A mí me parece que al propio Cocteau –una personalidad extraordinaria, como autor y director de teatro y cine, como escenógrafo y hasta promotor del jazz en París– le hubiese gustado esta versión. Porque el trabajo creativo del intérprete está muy presente: la obra permite un entrecruzamiento de géneros, como si fuera un mecanismo de encastre. Entonces, de comedia se pasa a la tragedia y luego al melodrama. Así que para un actor es una obra muy rica, porque debe estar atento a estos virajes. Pero también entraña peligros.

–¿Cuáles son esos peligros?

–Cuando tenemos posibilidad de mostrar nuestro histrionismo, podemos tentarnos y corrernos del eje que pactamos con la dirección. A veces, a fuerza de querer demostrar virtuosismo, se puede caer en una payasada.

–¿Con qué aspectos de la obra se vinculó más?

–Cuando la leímos, nos recordó mucho a piezas de Florencio Sánchez, como En familia. Porque, a partir de unos personajes reconocibles, habla de una burguesía en decadencia, de unos aristócratas en desgracia que han perdido su fortuna al no haber encontrado una orientación de su deseo en la vida. Es el caso de esta familia, todos viven de una herencia que dejó un tío que en esta versión administra Leonie (Noemí Frenkel). Acá se ve el rechazo al trabajo y el comportamiento pretencioso de los que fueron a Europa con la vaca atada (este tema lo toma Mauricio Kartum en El niño argentino) y volvieron con los mármoles y el mobiliario francés para sus residencias.

–Ultimamente, en muchas obras se aborda el tema de la declinación familiar...

–Lo vemos en De mal en peor, de Ricardo Bartís, o La familia Coleman, de Claudio Tolcachir. Es que hay un cambio enorme respecto de lo que fue la concepción del núcleo familiar unido y el matrimonio como contrato. Uno ve todo lo que trae aparejado la ruptura de un contrato... lo ideal sería que fuesen renovables, como en la televisión (risas). Por otra parte, la familia puede ser una condena, porque alguien puede sufrir esto de estar vinculado eternamente con lazos que no eligió.

–¿Pero cuál cree que es el atractivo que presentan estos problemas en el teatro?

–Cuando los lazos de familia se cortan por algún motivo, este hecho motiva una enorme curiosidad en los otros. No es lo mismo una pelea que distancia a dos amigos que a dos hermanos. Uno quiere indagar por qué se produce entre ellos una pelea encarnizada, como si fuesen perros de razas mal cruzadas que los ha vuelto indominables. Tal vez despierta en los espectadores una suerte de morbosidad o también les sirva para ver con distancia sus propios problemas familiares.

–¿Qué pasa entre el padre y el hijo?

–En esa relación impera lo que se sabe y no se dice, como pasa tanto en las familias. En un momento de soledad entre los integrantes del matrimonio se hace mención a que ambos perdieron un juguete: el padre pierde estar con la pendeja y la madre pierde la posibilidad de manipular al hijo como si fuese un objeto. Lo interesante es que ésta es una familia no psicoanalizada: todos accionan como piedras en bruto, ignorando lo que en verdad hacen. De eso sabemos quienes, como yo, pertenecen a una generación que tuvo padres no psicoanalizados, que consideraba con horror la idea de ir al psicólogo. Ni qué hablar de ver a un psiquiatra... para ellos, eso representaba el fin de la vida.

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