TEATRO › ENTREVISTA A SERGIO MERCURIO
Conocido como “El titiritero de Banfield”, vive recorriendo América latina con su arte.
› Por Cecilia Hopkins
Quince años atrás, Sergio Mercurio (hoy más conocido como “El titiritero de Banfield”) decidió emigrar del sur de la Capital Federal para emprender por tierra un viaje hasta México. Durante el largo trayecto –duró 9 años–- se afianzó su vocación de titiritero. Construye desde siempre sus propios muñecos de goma espuma: con ellos visitó escuelas, cárceles, bares, teatros y plazas de quince países latinoamericanos. Según su experiencia, no hay como vivir viajando para recrear personajes y paisajes diversos. También es un modo de autodesafío, porque en cada uno de los sitios visitados se vio forzado a comenzar de cero. Por estas razones, Mercurio distingue el trabajo creador de un artista itinerante de aquellos que viajan sólo para participar de festivales internacionales. “Mis tres espectáculos pesan 12 kilos y caben en un bolso, va hasta donde yo quiero y puedo –explica en una entrevista con Página/12–. Los espectáculos son los mismos: se pueden hacer en un teatro de 600 butacas o en el campamento Sem Terra, en la bocamina del Cerro Rico de Potosí, en la cárcel de Rawson o en el Teatro Payró, de Banfield”, enumera.
En su largo peregrinar también hizo escuela: dictó talleres de técnicas de manipulación y formó grupos de titiriteros, en Bolivia y Uruguay. Ya lleva realizadas más de mil funciones. Filmó, además, un largometraje en Brasil –O filme da Rainha, documental sobre la vida de la artista curitibana Efigenia Ramos Rolim– y escribió un libro sobre su experiencia itinerante. Recientemente llegado a Buenos Aires, Mercurio está presentando su cuarto espectáculo para adultos –ya estrenado en el Teatro Nacional de Quito– los viernes, a las 21, en El Galpón de Catalinas (Av. Benito Pérez Galdós 93). Se trata de Viejos, una obra que presenta una completa galería de personajes ancianos.
–¿Por qué decidió vivir viajando?
–Viajar es empezar de nuevo, comenzar de cero en cada país. La única certeza que tenía es que si quería llegar a un lugar para quedarme un tiempo tenía que tener algo para dar. Por eso, ser un artista o un titiritero fue una cosa que apareció después. En marzo del ’95 comencé a llamarme “El titiritero de Banfield”, y así llamé a mi primer espectáculo. Después vinieron otros: En camino y De Banfield a México. Construí esos espectáculos improvisando en distintos lugares de Uruguay, Chile y la Argentina: al personaje de un borracho lo probé en un bar; al de una vieja, en los hogares de ancianos. No contaba con sala de ensayos, no había luces, tenía que hacer las funciones en cualquier lado: siempre tuve claro que lo único que necesitaba era contar con gente que mirase mi trabajo.
–¿Se puede crear con calidad y profundidad en una situación nómada?
–El sentido común denuncia que una persona que viaja no puede hacer un espectáculo de calidad. Es un artesano. Yo sentí el desprecio de muchos artistas infinidad de veces. La gente de teatro piensa que si uno está viajando y no es conocido, lo que quiere es pararse en el semáforo para hacer malabares. En su caso llaman viajar a ir de festival en festival. Cosa que, a mi entender, está muy lejos de la realidad de viajar. Ir de festival en festival es para los artistas algo así como hacer turismo con pensión completa. Se van de gira, pero no viajan. Respecto del reconocimiento, lo he tenido esencialmente del público.
–Usted valoriza mucho el hecho del viaje, del traslado. ¿En qué cree que difiere el trabajo de un titiritero itinerante de uno que tiene una residencia fija?
–Mis espectáculos hablan sobre el espacio y sobre los personajes de cada lugar. Hay muchas diferencias entre un artista afincado y uno itinerante. Si uno viaja, aprende a tirar lo que pesa, se da cuenta rápido de lo que sobra y trata de contar mucho con poco.
–¿Por qué cree que no hay tradición de títeres para adultos, fuera de los festivales?
–Es que los títeres para adultos no existen fuera de los festivales, basta mirar la cartelera de espectáculos de cualquier país. Yo creo que no existen, principalmente, porque no hay gente dedicada de lleno al género. En general los titiriteros crean para chicos.
–¿Por qué hay sólo personajes de ancianos en su último trabajo?
–Siempre me gustaron los viejos. La vejez me llama poderosamente la atención. Son extraordinarios. Ese universo me encanta. Al tema lo elegí cuando decidí que quería parar de viajar, que quería llegar a México. Yo creé esos ocho personajes ancianos después de muchos años de investigación en nuevas técnicas. En general, las problemáticas propias de la vejez las encontré en las dificultades que me planteaba la manipulación: cada dificultad se relacionaba con una realidad de la vejez.
–¿Qué es lo que propone cada personaje?
–No hay un tema de cada personaje sino que, para cada uno, hay un universo sugerido, intensidades, mucho humor y cierta nostalgia, certezas, testarudez. A mí las historias me las cuentan los títeres: me gusta pensar que yo no los muevo sino que los dejo moverse.
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