TEATRO › ENTREVISTA A ALEJANDRO FINZI
El dramaturgo estrenó en Francia Benigar, donde retrata a uno de tantos espíritus libres que se afincaron en el sur argentino.
› Por Cecilia Hopkins
Como desde hace dieciséis años, el Festival de Cine y Cultura Latina de Biarritz le dedicó un espacio a la literatura latinoamericana. Si bien los invitados suelen ser narradores –ya pasaron por allí Mario Vargas Llosa, Juan José Saer y Héctor Tizón, entre muchos otros–, en la edición que se llevó a cabo en septiembre figuró entre los homenajeados Alejandro Finzi, dramaturgo cordobés asentado desde hace años en Neuquén. Aparte del foro dedicado a su obra, el autor estuvo presente en el estreno de uno de sus textos –Benigar–, interpretado por el elenco del Théâtre du Versant, traducido por Denise Delprat, quien ya había incursionado en la obra de Finzi, convirtiendo al francés La isla del fin del siglo, obra que estrenará el Théâtre Royal de Lièje, Bélgica, el próximo 29 de enero. Ya estrenada en el país por José Luis Valenzuela, la pieza evoca la figura de Juan Benigar, lingüista e ingeniero croata que a comienzos del siglo XX se radicó en la Patagonia, casado con Sheypûkin, una joven mapuche. “Desde Aluminé, Benigar defendió los derechos aborígenes y continuó sus estudios, hasta su fallecimiento, en 1950”, aclara el autor en la entrevista con Página/12.
–Su obra presenta unos personajes profundamente vinculados con el paisaje de la Patagonia. ¿Cuál cree que es la razón por la cual interesan estas obras en Francia?
–La Patagonia es tierra de viajeros, de aventureros de todo tipo, desde Pigafetta a Saint-Exupéry, desde Darwin hasta Saint-John Perse. Cuando la novela Vuelo nocturno de Saint-Exupéry aparece en París en 1931, la Patagonia se constituye en el imaginario de los lectores. La literatura contemporánea descubre un territorio nuevo para el género de la novela de aventuras y la región sur se hace inmensamente popular, más allá de las modas circunstanciales. Por eso Saint-Exupéry es un escritor tan francés como patagónico. De hecho, es el escritor más importante de la Patagonia. Después es francés, sólo después. He escrito mucho teatro sobre él: La isla del fin del siglo y Patagonia, corral de estrellas o El último vuelo de Saint-Exupéry, fueron presentadas en París por el Théâtre Hibou. Luego Primavera, 1928 (que acaba de hacer Luciano Cáceres en el marco del proyecto “Polos”) y Nocturno patagónico, que es mi adaptación de Vuelo nocturno. Mi primer texto representado en Francia, en Nancy, Nocturne ou le vent toujours vers le sud, de 1981, se aleja de este orden temático y se mete en el problema de un desocupado que parte al sur en busca de un destino mejor.
–Más allá de su literatura, ¿cuál es su propia visión de la Patagonia?
–Allí nos estamos cayendo del mapa..., somos el fin del mundo, para ir de un pueblo al otro a veces hay que hacer cientos de kilómetros. Como digo en La isla del fin del siglo, tal vez seamos el último rincón del planeta. Aquí viven los forajidos y los lunáticos, esta fue (lo es, todavía) “tierra de cárceles”, la tierra maldita de Darwin; tierra donde al amanecer aparecen ciudades coloniales contra la cordillera como en el norte neuquino; donde la luna colgada sobre la distancia convierte el desierto en mar.
–¿Cómo encuentra esos personajes tan singulares?
–Escribí una serie de textos sobre personajes bastante chiflados y soñadores, sí. Es cierto. Abel Chaneton, el primer mártir del periodismo del siglo XX, a quien matan alevosamente cuando quiere ir a Buenos Aires a entrevistarse con Yrigoyen. Había denunciado desde su diario, en 1917, a un gobernador corrupto. Martín Bresler, otro personaje excepcional que en aquel año se fuga de la cárcel –estaba adentro acusado de robar tres vacas–, cruza la cordillera, termina peleando en los Balcanes, pero regresa a Neuquén para decir que es inocente del crimen que se le imputa, es detenido y termina en 1942 en el Borda, el mismo año en que internan a Jacobo Fijman. También me ocupé de Juan Bautista Bairoletto, el famoso bandolero, que iba a ver cine en Chos Malal y se mataba de risa con las primeras películas de vaqueros.
–¿Cómo supo de la historia de Benigar?
–De su existencia me enteré por el actor Daniel Vitulich, ya fallecido, fundador de nuestro grupo teatral Río Vivo, muy recordado en la Patagonia norte. Escribí la obra para él, también de origen yugoslavo. La historia de Benigar es sencillamente fascinante. Fue un hombre de una cultura y erudición excepcionales. Escribió un diccionario polilingüe, de trece idiomas comparados, que una crecida del río Colorado se llevó para siempre. Fue quien hizo el sistema de riego por canales en Catriel, a comienzos de siglo, y construyó un telar en Aluminé para vender telas a los ingleses. Su entrega a la causa de los derechos mapuches es conmovedora...
–¿Cómo es el proceso de escritura de sus ficciones poéticas, a partir de los datos de vida de las personalidades elegidas?
–Las historias documentales de todos estos personajes son un detonante dramatúrgico. Luego, en el texto y la puesta, Chaneton dialogará con un alacrán que quiere aprender a leer y ser tipógrafo; Martín Bresler hablará con una araña que se llama Solange y vive en la cárcel; Bairoletto se encontrará con Santa Dolores, la virgencita de los lupanares patagónicos, vivirán un romance y tendrán un hijo; Juan Benigar dialogará con Sheypûkin, su mujer que alumbrando con un candil lo espera del otro lado del Colorado para partir a Aluminé. Saint-Exupéry hablará con un pingüino y un pájaro marino, cerca de Puerto Madryn. Todos estos personajes entran en cauce dramático con un disparador que llega de una Patagonia que es el reino de lo diminuto, de lo más pequeño, y que por eso mismo es una metáfora de estas soledades y estas distancias. Hay muchos bichitos en mis obras. Busco eso. Con Primavera, 1928 me pasé de largo, sin embargo: ahí llega un lobo de mar desde la Patagonia hasta Quebec. Ahora estoy trabajando en un material que lleva a Agustín Tosco a escena: de la Patagonia me voy a relatar el Cordobazo y quien dialogará con Agustín será un bichito de luz.
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