Mié 24.10.2007
espectaculos

TEATRO › JUAN CARLOS PUPPO, ENTRE “CABARET” Y UNA ANDANADA DE PROYECTOS

Movilizado por la incertidumbre

Sorprendido por el afecto que despierta su rol de Herr Schultz en el musical, Puppo se reparte entre teatro y cine.

› Por Hilda Cabrera

Dice amar a su personaje, el judío Herr Schultz, ganado en un casting. Se siente premiado por la vida y el teatro y apuesta a la “imaginación creadora”. Juan Carlos Puppo contagia energía cuando habla de su trabajo, hoy, de su papel en Cabaret, musical sobre el Berlín de la década de 1930 que convoca en el Teatro Astral. Allí es el buen hombre que despierta simpatía, el dueño de una frutería que se ha enamorado de la aria Frau Schneider, encargada de la pensión en la cual se hospeda. Compone así a una de las varias parejas de esta historia de diversión y drama. Por este rol, Pu-ppo recibe a diario el afecto de quienes lo reconocen fuera del teatro, gente de paso y turistas que vieron la obra: españoles y chilenos, o argentinos llegados de Tucumán, Jujuy y Tierra del Fuego. Cabaret cuenta y conmueve. Se sabe ya que este espectáculo entrará en receso el 2 de diciembre y que luego habrá funciones desde el 2 de enero hasta marzo. Para entonces, Puppo habrá concluido el armado de su próximo trabajo, esta vez de carácter independiente. El actor no se detiene desde que, siendo adolescente, partió de la localidad de Atucha (partido de Zárate) para tomar clases particulares con Maruja Gil Quesada en Buenos Aires e ingresar al Seminario Dramático del Teatro Cervantes, estudio que completó con el maestro Oscar Fessler y con los actores-directores de Nuevo Teatro: Alejandra Boero y Pedro Asquini.

“No fui el alumno preferido de Fessler, pero lo recuerdo bien, porque me cambió la vida, como actor y como persona”, cuenta Puppo, también intérprete de TV y cine. En El pulpo negro, con Narciso Ibáñez Menta, donde compuso al asesino Alberto Duarte, y entre otros títulos en Resistiré, en el papel de un senador corrupto; Historias de sexo de gente común y Culpable de este amor. En cortos y largometrajes, como Borgeana, dirigido por Gisela Benenzon; País cerrado, teatro abierto, de 1981; La ñata contra el vidrio, filmado en 1972, y en Terapias alternativas (con Manuel Callau) y El tesoro del portugués, próximo estreno de Néstor Paternostro, donde personifica a un cura.

–El trabajo acaba y Puppo sigue, ¿qué prepara?

–Estoy interesado en monólogos. Algunos de mis proyectos parten de promesas. Mis viajes a Pergamino, por ejemplo, donde viví años con mi familia. Mi padre era ferroviario y eso me permitía conocer muchos lugares, pero el mío sigue siendo Pergamino: voy todos los años a dirigir una o dos obras. Estrené Raíces, Ha llegado un inspector, El médico a palos y muchas más.

–¿No se rinde?

–Al contrario, la incertidumbre me moviliza. Cuento puro o puro cuento nació en mi anterior casa de la calle Caseros. Lo presenté en el comedor dos años después de la desaparición de mi hermano Roberto José. El había sido delegado peronista en Zárate. No puedo explicar lo que vivimos. Mi madre sufrió dos infartos. Pero un día me dije “basta de llorar”, y viendo que a los jóvenes parecía no interesarles la lectura me decidí y armé ese trabajo sobre textos de autores argentinos. Después lo estrené en el Bauen, pero el comienzo fue aquella realidad y aquel recuerdo de mi hermano Roberto, de quien nunca pudimos saber algo. En mi casa no cobraba entrada, claro. Esto fue en 1980. Fui dos veces con este trabajo al Festival Latinoamericano de Oralidad, en Cuba. Para mí es un ejercicio teatral y algo que me hace bien. Cuando lo presenté en casa vino a verme Ana Padovani, y le encantó. Ella es una artista interesante. Yo no podía creer los elogios que recibió este trabajo. En 1995 lo premiaron con el José María Vilches en Mar del Plata. Ese mismo año actué en La pulga en la oreja, dirigida por China Zorrilla, con Soledad Silveyra y Carlos Calvo. Trabajaba de martes a domingo en esta obra y los lunes en Cuento puro...

–Este espectáculo lleva enlaces musicales sobre temas de Eladia Blázquez. ¿Le interesa el tango?

–Me gusta con locura. Mi padre era muy tanguero y bailaba y mi hermano cantaba tangos. Con el autor Carlos Pais armamos un espectáculo que se llamó Tal como somos, que dirigió Santiago Doria. Norberto Califano se ocupó de la música y de los arreglos. Esto surgió después de un pedido que me había hecho Jorge Capellano, un actor argentino que estaba en Suecia. Me convocó para hacer Hablemos a calzón quitado. El había visto mi trabajo en esta obra de Guillermo Gentile. Pensé que era mejor llevar un unipersonal, y así elaboramos con Pais este espectáculo, donde los personajes son los de las letras de Eladia, quien aprobó nuestra idea. Zárate es un lugar que quiero: allí vive el hijo de Roberto y soy padrino de una escuela muy humilde de las afueras.

–¿Cómo es el cura de El tesoro del portugués?

–El film está protagonizado por cinco chicos y tres mayores. Mi papel es el de un cura muy fantasioso. El drama de los padres estalla cuando los hijos se van a una isla. Las escenas en las que actúo se grabaron en el subsuelo de la Catedral de La Plata y en la iglesia del Huerto de los Olivos, que está frente a la estación Borges del Tren de la Costa.

–¿Existen papeles difíciles?

–Sí, claro. El padre de Hablemos a calzón quitado; el travesti de El gran show de Cabaret Bijou... Ahí pensaba en mi familia, en qué dirían al verme actuar de travesti. Otro papel importante para mí fue Mefisto, del Fausto que estrenamos con el elenco de El Taller de Garibaldi que dirigía Rodolfo Graziano, y el Creonte, de Sófocles.

–El que condena a Antígona por sepultar a su hermano...

–Un personaje increíble, como Arnoldo, de Una visita inoportuna, de Copi. Tampoco puedo olvidar al criado Caramanchel de Don Gil de las calzas verdes. Me fascina esto de no hacer siempre una misma línea de personaje.

–Sin embargo, la composición no es hoy valorada.

–Puede ser. Algunos actores se anteponen al personaje, y a veces, nos guste o no, están estupendos. Por cuestiones de generación, tuve la dicha de ver y conocer a artistas que sabían componer. Para mí es un mérito ser Schultz y no Puppo, mantener la cabeza abierta y observar y asombrarme de todo. “No se cansen de crear”, pedía el maestro Fessler. Yo siento pasión por esto que hago. El actor Jorge Mayor me preguntaba si no me aburría ver actuar a otros en teatro. Y es cierto que a veces no me gusta lo que veo, pero no pierdo el entusiasmo. A Jorgito lo conocí en Nuevo Teatro. El estaba haciendo la conscripción y la Boero iba a hablar con los militares para que lo dejaran salir y hacer las funciones de Las nueve tías de Apolo. Lo recuerdo con el pelo cortado al ras y su gorra de conscripto. Desde entonces fuimos amigos, hasta que murió. Con Jorge habíamos trabajado en Volpone, en La Manzana de las Luces, dirigida por Jorge Petraglia, en 1978. No lo olvidaré nunca: estaba trabajando en esa obra cuando secuestraron a mi hermano Roberto. También hicimos con Jorge Farsa del corazón, de Atilio Betti, y Edipo Rey y Hamlet, con Rodolfo Bebán y Leonor Manso, dirigidas por Graziano en el Cervantes. Cuando lo llamó Kive Staiff para Una visita inoportuna, le dije que la hacía si me daba el papel de Arnoldo.

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