Martes, 13 de noviembre de 2007 | Hoy
TEATRO › ENCUENTRO NACIONAL DE TEATRO CALLEJERO DE GRUPOS
Con una rumorosa apertura en el Obelisco y luego con funciones a la gorra en el Parque Avellaneda, teatristas, zanquistas y músicos demostrarán que el verdadero escenario está en la calle.
Por Hilda Cabrera
De lo visto, vivido y realizado en materia de teatro callejero trata el libro que acaba de publicar Héctor Alvarellos, director de los grupos La Runfla y Caracú, actor y docente. La aparición de su texto, valioso en datos que rescatan la actividad entre 1982 y 2006, coincide con el Cuarto Encuentro Nacional de Teatro Callejero de Grupos que este artista impulsa con apoyo institucional y que abre mañana a las 19 con una fiesta en el Obelisco. La muestra continúa el jueves y días siguientes –hasta el domingo 18– con una serie de espectáculos que se ofrecerán todos en Parque Avellaneda (Av. Directorio y Lacarra). De la apertura de mañana participan más de cuarenta zanquistas, acompañados por músicos dedicados a temas de raíz autóctona y otros a música contemporánea. A ese despliegue se suman los intérpretes de cinco de los grupos presentes en el Encuentro, ofreciendo escenas de sus obras.
El encuentro permitirá apreciar aquello que sostiene Alvarellos, que “el teatro callejero desmitifica al actor, pero también lo agiganta, porque lo pone en el estado más puro de su origen, ya que el teatro nació con él en el espacio abierto”. Las expresiones del teatro de calle, individuales o de grupo, cubren un amplio espectro. Están las murgueras y las circenses o acrobáticas, las titiritescas y, entre muchas otras, las que cuentan una historia y tienen asignado “un autor que pensó su obra para un determinado espacio y un director y actores entrenados para comunicar en ese espacio”, como apunta Alvarellos. De todas formas, aquello que se pretende es común a todas: seducir rápidamente al público y retenerlo hasta el final. Esa es también la opinión de Daniel Conte, integrante de La Runfla, asistente de dirección, actor, iluminador y director de montajes propios, como El desarmadero, una historia sobre el conurbano bonaerense característica de “un país trágico que se la cobra con los jóvenes”.
El poder autoritario y otros problemas de índole social constituyen materia de interés para los integrantes de este equipo que, como otros callejeros, “le están insuflando aire al hecho teatral, tanto en la relación actor-espectador, donde se produce una instancia genuina fuera de toda convención, como también al sentido del ser actor en relación a un espectador sin prejuicios”, según Conte. Estos temas tampoco les resultan ajenos a los grupos denominados comunitarios, con participación de vecinos. Ese es el origen de Catalinas Sur, dirigido por Adhemar Bianchi, de Los Calandracas y El Teatral Barracas, liderados por Ricardo Talento. Comunitarios que, con diferencias estéticas, se multiplicaron a partir de 2001, con la formación de asambleas barriales.
En su libro, Alvarellos hace recuento de la actividad propia y ajena; de una labor que lo atrapó en 1982, cuando se integró al Teatro de la Libertad que dirigía Enrique Dacal. Instalado en Humberto I° y Defensa, el grupo ofreció versiones de Juan Moreira, de Francisco Enrique, otras sobre Bairoletto y varias más sobre “delincuentes sociales e historias de injusticias”, como recuerda el mismo Dacal en el texto de Alvarellos. Promediando la década del ’80, el arribo de elencos de trayectoria en Europa, como el Odin Teatret, de Dinamarca, creado por el actor, director y teórico italiano Eugenio Barba, inciden en la transformación estética e incluso ideológica del teatro callejero, cuyos elencos se reorganizan a veces para estrenar en salas obras. Así dan a conocer piezas como La gallina ciega, de Roma Mahieu, y El cuento de la buena vida, de Roberto Perinelli. En cuanto a La Runfla, no siempre trabajó sola. Además de idear teatralizaciones en conventillos y casas tomadas –como aporte a los ciclos de Teatro Abierto–, se unió a otros grupos. Con Los Calandracas y Diablomundo ofreció dos interesantes obras: Le robaron el río a Buenos Aires y Utópicos y malentretenidos.
Este es sólo un ejemplo de labor conjunta. Hubo muchos más, incluso con visitantes de Latinoamérica y Europa, como Teatro Núcleo, fundado en Argentina pero establecido desde 1978 en la italiana Ferrara. Sus directores, Cora Herrendorf y Horacio Czertok, trajeron al predio que ocupan Alvarellos y su troupe una versión de la novela Mascaró, de Haroldo Conti. Esto fue en el Primer Encuentro Nacional de Teatro Callejero de Grupos. Establecido desde 1993 en Parque Avellaneda –sede del Centro Cultural La Casita de la Selva, que Alvarellos codirige con Gabriela Alonso–, La Runfla ha ofrecido piezas enjundiosas, como ¡Ay Bufón!, nadie está exento de la fiebre, versión callejera de Rey Lear, y Fuenteovejúnica, inspirada en la célebre Fuenteovejuna, de Lope de Vega, y en pinturas de Brueguel para la construcción de máscaras. La tarea junto al Grupo Aldea Pilar, del Servicio de Paz y Justicia (Serpaj), que preside Adolfo Pérez Esquivel, es parte de este interés por la realidad social que guía al grupo, otro de los pioneros del video Teatro Callejero: Arte sin techo (1982-2001).
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