Lunes, 19 de noviembre de 2007 | Hoy
TEATRO › “ME RIO DE LO QUE NO PUEDO SOPORTAR”
La autora e intérprete habla de ¡Dolly Guzmán no está muerta!, unipersonal en el que ironiza sobre la realidad del país.
Por Cecilia Hopkins
Autora, directora e intérprete de sus propios textos, Mónica Cabrera suele elegir la comicidad para expresar su estupor frente a los devenires políticos y sociales del país, tanto como el tango y el bolero. Porque no es casual que, a la hora de rematar las situaciones planteadas, ambos géneros aparezcan en escena de un modo más o menos paródico. A este modelo de espectáculo también responde ¡Dolly Guzmán no está muerta!, su última creación, que puede verse en el Centro Cultural Caras y Caretas, en Venezuela 370. Si bien también trabaja como actriz en proyectos dirigidos por otros (los miércoles se presenta en el teatro Anfitrión, también en la calle Venezuela pero al 3300 –junto a Marina Bellati, Noralih Gago, Pablo Palavecino y Gimena Riestra–, en El 3340 con humos de cabaret en el teatro Anfitrión, conducidos por Juan Parodi) en caso de dirigir, Cabrera concibe obras unipersonales. Sin embargo, hasta hace unos diez años atrás, supo dirigir a elencos en puestas de textos clásicos y contemporáneos. ¿Qué razones la llevaron a cambiar el rumbo de sus espectáculos para concretar solamente obras en las cuales figura como única intérprete? Convocada por Página/12, en sus respuestas Cabrera menciona varios ítem relacionados con dificultades muy precisas: mantener una obra que convoca escaso público, entrar en el circuito de los castings para integrar proyectos cinematográficos o publicitarios, todos éstos, en definitiva, problemas que plantea la decisión de vivir de la profesión de actor sin consagrarse por entero –como también hizo Cabrera durante algunos años– al ejercicio de la docencia teatral.
–Sus unipersonales tienen marcas características: siempre canta tangos o boleros y siempre hay referencias críticas a la realidad del país. ¿Cuándo surgió en usted la necesidad de crear este modelo de espectáculo?
–Entre 1988 y 1995 dirigí tragedias clásicas y textos contemporáneos. Hice Shakespeare, Sófocles, Ghelderode, Genet, Beckett, Jarry, García Lorca, Gambaro... investiganddo mis recursos expresivos, intentando descubrir mi propia poética como directora de actores y puestista. Esto fue enriquecedor para mí, incluso recibí el reconocimiento de la crítica especializada pero no encontré repercusión en los espectadores. Cuando me imaginaba como actriz y directora no pensaba que debería comunicarme con apenas veinte espectadores durante una función semanal a lo largo de dos meses... Y al ver que como actriz debía esperar pacientemente a que algún director quisiera convocarme, me decidí y escribí Las lágrimas negras de Santita Monjardín.
–¿Cuál fue su conclusión, después de este cambio de actitud?
–En el armado de ese espectáculo no especulé en ningún sentido: elegí el humor porque es el género a través del cual veo la vida y puse las canciones que me gustaban, porque me gusta cantar. Pero nunca definí una fórmula para proyectar los espectáculos que le siguieron, El club de las bataclanas, Arrabalera, mujeres que trabajan, El sistema de la víctima y ¡Dolly Guzmán no está muerta! El vehículo del humor y la música resultaron amables para los espectadores, y la idea de desarrollar mi obra tomó cuerpo, ya que ahora tenía interlocutores y podía considerar que recibía un jornal por mi trabajo.
–¿Piensa en los temas que le gustaría desarrollar cuando comienza a concebir la próxima obra?
–La temática no es una elección voluntaria; me pongo a escribir sobre el amor, y pasa Videla en un camión de la infantería. Me pongo a escribir sobre una actriz, y me aparecen todos los cadáveres desaparecidos en el país, me pongo a escribir sobre las víctimas, y un tío de un personaje resulta ser un teniente torturador. Si escribo sobre la condición femenina de mujeres de mediana edad, aparecen Alsogaray, Martínez de Hoz y Cavallo bailando la tarantela. Me parece que me río de las cosas que no puedo modificar, solucionar o soportar.
–¿Nunca pensó en trabajar junto a otra cultora del “one woman show”?
–Yo no considero que lo que hago sea un unipersonal; es un rótulo con el que no identifico lo que hago. ¡Dolly Guzmán...! es una obra de teatro, con un elenco integrado por una actriz. No hago un show, como Pinti, Gasalla, Edda Díaz, grandes actores que constituyen un show ellos solos. Tampoco hablo de mí sino que intento ampliar mi registro como intérprete utilizando recursos del teatro clásico o del género chico. Hay festivales de teatro en los que se excluyen de la convocatoria a los unipersonales. Supongo porque los organizadores consideran al unipersonal como una rascada, algo que se le ocurre a un actor para robar por los caminos. Y en el imaginario popular debe estar instalada la idea de que el unipersonal no implica una búsqueda estética, ni una elección voluntaria, sino una desgracia que ya se superará cuando ese actor solitario pueda integrarse a algún elenco numeroso que haga una obra de teatro. Por ahora estoy muy contenta investigando sobre las cuestiones que me plantea un elenco con una sola actriz.
–¿Por qué eligió en este caso el género policial?
–Admiro a Hammett, Simenon y Highsmith. Crecí viendo los policiales que pasaba la tele en la década del sesenta y setenta. Y leí doscientas veces Rosaura a las diez, de Marco Denevi. Sobre esas bases construí la trama de Dolly... y desarrollé la idea de una actriz que tuvo años de gloria y que ahora sufre esa especie de “muerte civil” que sufren las estrellas de nuestra cosmogonía local. Así fue tomando cuerpo la anécdota de una actriz que todos creen muerta y que por eso no la convocan los productores que tienen que diseñar elencos con gancho para todas las edades. Luego aparecieron la droga y la división narcóticos, la bonaerense, el cadáver de Evita, los grupos de tarea: me parece que la realidad se me abalanza y se mete en la pintoresca historia de humor y canciones que quiero contar.
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