TEATRO › PEPE CIBRIAN Y ANGEL MAHLER, UN CUARTO DE SIGLO DE TRABAJO EN CONJUNTO
La dupla presenta en el Teatro Lola Membrives una nueva versión de El fantasma de Canterville. Dicen que la receta para la convivencia es “el respeto” y que su trabajo perdura porque siempre buscan “darle un estilo propio al musical argentino, aun cuando se trate de versiones de grandes obras de la literatura universal.
› Por Emanuel Respighi
Mucho antes de que su prolífica trayectoria y su tenaz capricho por instalar el género musical en el país convirtieran a la dupla en una marca, hubo un día en el que Pepe Cibrián y Angel Mahler decidieron trabajar juntos. Corría 1982 cuando Cibrián, necesitado de un arreglador musical, fue hasta una disquería en la que trabajaba un joven de 17 años al que una amiga definía como un niño prodigio. “Y me terminé de convencer de que lo que decía era cierto –rememora Cibrián– cuando a las pocas horas de dejarle un casete para hacerle un arreglo me lo llevó a un teatro en San Telmo y me lo hizo escuchar en su auto. Esa actitud y energía de traerme el trabajo el mismo día me demostraron no sólo talento sino también ganas de triunfar.” Aquella atípica escucha nocturna en un auto derivó un año más tarde en Calígula, el primero de los 16 musicales que la dupla creó en sus 25 años de trayectoria conjunta. Y que este fin de semana estrena El fantasma de Canterville (de jueves a domingo, Teatro Lola Membrives), una nueva versión del cuento de Oscar Wilde con más de 70 artistas en escena.
La dupla más exitosa del musical argentino coincide en que el cuarto de siglo de creación constante en un género que tardó en establecerse en el país los encuentra con la tranquilidad de que no fueron años en vano. Y no se les caen los anillos cuando Cibrián le aclara al periodista que el musical “no es un género al que le costó establecerse, sino más bien que nos costó establecerlo”. Y continúa, con esa soberbia que lo caracteriza pero que, de tan natural, lo vuelve simpático. “Sentimos sin avergonzarnos que nuestra consecuencia en el musical tuvo sus frutos. Hoy se ven varios espectáculos musicales. Es inédito. A la gente le encanta cantar, básicamente porque es la música la que genera grandes pasiones. Una obra de prosa no genera la adrenalina que alcanzan los actores y el público durante un musical. Sin embargo, hay muy poca gente que apuesta al musical”, subraya, en la entrevista con Página/12.
–¿Festejaron las “bodas de plata” que cumplen este año?
Pepe Cibrián: –Nosotros nos felicitamos todo el tiempo. Tenemos la costumbre de agradecernos y sorprendernos permanentemente. Pienso que lo mucho o poco que logramos en estos 25 años tiene que ver con una profunda pelea por mantener un vínculo.
–¿Pero no van a decir que nunca se pelearon en este tiempo?
P. C.: –No recuerdo haber tenido una pelea con Angel. Sí, yo tengo mi carácter y grito a veces... Pero somos muy parecidos y muy dispares a la vez.
Angel Mahler: –Tenemos una amistad muy particular. No tengo una amistad así con nadie más. Con Pepe estamos atentos a lo que nos pasa, pero a la vez vivimos con tiempos y maneras diferentes. La única manera de mantener una relación, cualquiera sea, es con paciencia, respeto y buena leche. Nuestro vínculo se basa en el profundo compromiso que tenemos los dos con lo que nos propusimos: crear buenas obras de teatro. El teatro musical está por encima de cualquier conflicto o discusión.
P. C.: –La receta está en el respeto. Por eso, desde hace 10 años Angel asumió una tarea en el espectáculo que antes tenía yo: la producción general. Durante años yo fui el emprendedor y él quien acompañaba y mejoraba esos proyectos. Pero en un momento de la vida, como debe ser, Angel asumió esa tarea. No es que Angel no haya opinado en su momento ni yo no lo haga ahora. Pero supimos asumir los roles que cada uno debía tener en cada momento. No hay vedettismo. Eso es fundamental para conservar la relación. Generamos espacios mutuamente para que el otro se sienta importante porque lo es, no como demagogia. A esta altura, no entendería trabajar solo. Sin Angel al lado no haría nada.
A. M.: –Para mí es un orgullo lo que dice, que alguien como Pepe te pase la posta. Pero además esa amabilidad te carga de responsabilidad. Me encanta que suceda este ida y vuelta. Yo sigo agradeciéndole el haberme dado la oportunidad en su momento. Soy un poco pesado: hace 25 años que le agradezco...
–Pero es probable que con el paso del tiempo se pierda la capacidad de asombro. No debe ser la misma sensación la que sintieron al estrenar Calígula que la que experimentan ahora.
P. C.: –Es otra capacidad de asombro. Con el paso del tiempo, una pareja pierde la pasión sexual, pero no el amor, la compañía... Pero nos seguimos asombrando de que la gente siga llenando nuestros teatros... No me olvido de cuando durante años nadie venía a ver mis obras, que trabajaba para no más de 10 personas en la época off. También vivimos una época difícil en 1990, antes de Drácula. Porque Las dulces niñas fue un fracaso espantoso. Pero uno aprende de los fracasos...
A. M.: –Sobre todo cuando tenés éxitos después... (risas)
P. C.: –La profesión es una ola: a veces se está arriba y en otras ocasiones abajo. Nadie tiene el carnet vitalicio del éxito. Quien cree que va a tener éxito siempre termina suicidándose. Una obra nuestra puede gustar más o menos, pero el público sabe que no hacemos chantadas. Creo que tenemos una trayectoria respetada, valorada, ética y honesta. ¡Y somos nacionales!
–¿A qué se refiere con que son “nacionales”?
P. C.: –Ser nacional en este país es muy difícil. Hay poca, casi nula, producción nacional de musicales, y en todos los géneros. Nosotros no compramos obras de otros, sino que son nuestras. Son adaptaciones nuestras, en todo caso. No producimos lo que hicieron otros. Nosotros buscamos siempre darle un estilo propio al musical argentino, aun cuando se trate de versiones de grandes obras de la literatura universal.
A. M.: –Por algo Piazzolla vivía obsesionado con la crítica: en este país se reconoce más lo extranjero que lo nacional. Y, encima, ahora pareciera que ser mejor depende de los números de la boletería y no del espectáculo que uno ofrece.
–¿Pero ustedes hoy no sufren esa falta de reconocimiento: son una marca...
A. M.: –Nosotros nos propusimos vencer eso. Si bien es cierto que Cibrián-Mahler es una marca, costó mucho ese reconocimiento y no fue logrado sin esfuerzo. Todo lo contrario. Y cuando uno trata de hacer sus propias creaciones y no se siente reconocido, duele mucho.
P. C.: –Ahora nos sentimos reconocidos por todos. Que, ojo, eso no significa que no salgan comentarios malos de nuestros espectáculos, como debe ser. Nos sentimos respetados y valorados, aun cuando no somos mediáticos y tenemos un perfil bajo.
–¿Qué cambió de aquellos musicales de principios de los ’80 a éstos?
A. M.: –La cabeza es la misma. Con mayor o menor producción, el concepto de nuestros espectáculos y hacia dónde íbamos nunca cambió. Cuando hicimos Los Borgias eran metros y metros de telas... Si hoy tuviéramos la posibilidad de hacer aquellas obras, probablemente cambiaríamos algunas cosas, pero no la esencia de lo que para nosotros debe ser un espectáculo. Por eso tenemos un repertorio en el que la obra es fundamental.
–¿Y cuál es el concepto artístico que una nueva obra debe tener para dejarlos satisfechos?
P. C.: –Que nos guste a nosotros. No hay una fórmula, porque si la tuviera sería Rockefeller... ¡Qué antiguo, Rockefeller! Nosotros hacemos lo que nos gusta. Por eso somos medio eclécticos. De una comedia pasamos a un drama, luego a algo romántico y también al infantil. Dentro del género musical nos movemos en diferentes terrenos. La mayor corroboración de que hacemos lo que nos gusta es que hasta yo vuelvo a animarme a las tablas (ver recuadro).
A. M.: –La satisfacción que nos da nuestro trabajo es doble, porque además de que hay un público que nos sigue, nuestras obras son genuinas, auténticas. Las puestas que presentamos nos representan. No tenemos deudas ni económicas ni artísticas con nadie y eso hace que tampoco las tengamos con nosotros mismos.
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