Jue 14.02.2008
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TEATRO › HORACIO PERALTA Y EL TITERE

“Finalmente, ¿es o no es un objeto?”

Exiliado desde 1976, el titiritero vino a presentar El titiritero y El tiempo pasa... Pero también prepara una película que investiga el “doble juego” con el mundo de los muñecos.

› Por Hilda Cabrera

Se dice que cohabitamos con otras dimensiones. ¿Qué pasaría si uno de esos universos paralelos estuviera habitado por títeres? La idea es atractiva, y más todavía si el propósito es desplegarla en un film. El titiritero Horacio Peralta, argentino radicado desde 1977 en Francia, donde formó compañía (Bululú Théâtre), suma proyectos en esta vuelta a la Argentina, junto a su familia francesa, su mujer Clotilde Ovigne, pianista, y dos hijos. La intención es concretar una película de ciencia ficción con títeres y mantener en cartel dos espectáculos durante todo febrero y marzo: El titiritero y El tiempo pasa... Luego partirá de gira por Italia, España y Francia, donde sigue “guardando un departamento en París”, y nuevamente el regreso. “La historia de la película está desarrollada. El productor está, es argentino, y hemos hablado con un guionista italiano”, adelanta a Página/12. Evidencia cautela al proporcionar datos. No es supersticioso: el proyecto está encaminado, pero uno nunca sabe. En la charla, sin embargo, algo se cuela: será una historia inspirada en textos teóricos y literarios que aluden a la existencia de universos paralelos. A modo de ejemplo, Peralta menciona Los propios dioses, novela publicada en 1972 por Isaac Asimov: “Un relato muy bello, donde se habla de universos paralelos, mutaciones e intercambio de materia energética”.

–¿En ese imaginario, la contracara del títere es la del humano?

–En nuestro trabajo está presente el doble juego y la pregunta de si somos realmente los que manejamos a los títeres. Quizás ellos estén viviendo en otro universo. Los manipulamos, es cierto, pero no porque son objetos, sino porque entramos en simbiosis con ellos, de manera parecida a como lo hacen los animales con las plantas. En este doble juego surgen además conflictos entre unos y otros y en el interior del universo de los títeres.

–O sea, un conflicto de entidades y un enigma que no acaba.

–Es una búsqueda de identidad. Sé que no es novedad, pero me gusta darle una vuelta de tuerca. Pretendo que el espectador se encariñe con el títere y se pregunte si existe realmente. Yo me lo pregunto, y hace treinta años que trabajo en esto. Mi formación es teatral: estudié con Martín Adjemian y Alejandra Boero, Víctor Bruno y Norman Briski. Fui compañero de Juan Leyrado, Rubén Stella y Alejandro Urdapilleta, quien siguió otro camino. Cuando a Briski le pusieron un par de bombas y amenazaron a algunos de nosotros comenzó la dispersión.

–Entonces reinició su vida en Panamá...

–Tenía 23 años cuando me fui (en 1976), y de ahí a Francia. A un compañero, Polo Cortés, lo secuestraron en agosto de 1976 y no apareció nunca más. Habíamos sido compañeros en la Asociación Argentina de Actores. En aquellos años la militancia nos caía encima.

–Y en Panamá encontró a José de Jesús Martínez...

–El Chuchú Martínez era un personaje impresionante. Mi espectáculo El titiritero es en su homenaje. Chuchú (poeta nicaragüense que adoptó la nacionalidad panameña, filósofo, autor de teatro, matemático, secretario y amigo del presidente panameño Omar Torrijos) se ocupaba de los refugiados. El me impulsó a seguir con los títeres y a viajar a Francia. Me consiguió un pasaje en barco, gratis, como invitado del gobierno de Panamá. Chuchú (que falleció) le cambió la vida a mucha gente. Tuve la alegría de poder llevar El titiritero de gira y mostrar mi trabajo a sus familiares y amigos.

–¿El tiempo pasa... también fue estrenado en Europa?

–No. Ahí reflexiono sobre mi trabajo inspirándome en una frase de la colección Evangelios apócrifos, que dirigió Jorge Luis Borges. Me la señaló un amigo estando en México. Cuando le escuché decir “Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena” sentí escalofríos y me prometí hacer una obra con eso. Es muy difícil darle la réplica a esta frase con un espectáculo en vivo. Mi pretensión fue imprimirle un tono optimista, pero cuidando no parecer un pedante ni un “profesor de vida”. Quiero mostrar un espectáculo agradable, ameno. Me interesa indagar en el amor y la muerte, pero tratando estos temas desde el humor. Cuando dramatizo es para sacudir un poco.

–¿Estas obras son estrictamente para adultos?

–No están hechas para que los chicos vengan en patota, porque no hay interactividad ni están dirigidas a ellos, pero las pueden ver acompañados por los padres. El titiritero, a partir de los 7 años, y El tiempo pasa..., de los 10.

–¿Por qué atrapan los muñecos?

–Eso es algo mágico, y en el sentido más puro y antiguo que tiene este calificativo. Uno escarba y escarba y no acaba de entender el porqué de esa dialéctica. Hay algo que conecta las energías del muñeco, el titiritero y el que mira. Entiendo que ahí se forma un trío. El títere puede decir que no lo miren, que el que habla no es él; puede desmitificarse y, sin embargo, el espectador seguirá fijando su atención en él. Esto pone a veces a la persona al borde del ridículo. A la que lo mira, lo escucha o le habla. Finalmente, ¿es o no es un objeto?

–¿Pasó por esa experiencia?

–Me siento ridículo cuando algo me sale mal, cuando no se produce esa circulación de energía de la que hablé antes.

–¿Qué técnicas aprendió en Europa y quiénes lo influyeron?

–Me fui de Argentina conociendo básicamente el títere de guante. En Europa encontré infinidad de técnicas que empecé a mezclar. Mi primera gran influencia fue Philippe Genty. Llegué a Francia en agosto de 1977, y alguien me habló de su compañía y de que estaba buscando titiriteros. Fui hasta el teatro con mi bolso de títeres de guante. Ya habían tomado a otro y él se había ido a Australia, pero me permitieron ver los ensayos. Me emocioné hasta las lágrimas. Aprendí que no es la mecánica del gesto lo que cuenta, sino la intensidad de lo que está detrás del gesto: el magnetismo. Pasado el tiempo, practiqué con otra gente fantástica, con Peter Washinsky, de Alemania (de la ex RDA); Bruce Swarst, de Estados Unidos, y el grupo Triangel Figuren Theater, de Holanda.

–¿Fue aceptado en Francia?

–Supongo que tuve suerte. El comienzo fue bravo, hasta que descubrí que podía utilizar el metro de París para armar mis espectáculos. Esto fue en diciembre de 1977. Colocaba una tela entre dos barras de metal paralelas y hacía función para los pasajeros. Era una locura, pero funcionó. Tenía que sobrevivir. Empecé a ganar mucho dinero de entrada. Después, todos los exiliados argentinos querían ser titiriteros.

–¿Cuál será el siguiente espectáculo?

–Está para salir Los viejos, con marionetas inspiradas en retratos de la serie de las Pinturas Negras, de Goya. Nunca lo presenté en Argentina. Lo estrené el año pasado en Francia, en el Festival Internacional Charleville-Mézières, meca de los titiriteros.

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