Mar 26.02.2008
espectaculos

TEATRO › “EL TITIRITERO”

Muñecos al rescate de lo imposible

En las obras que presenta en el C. C. de la Cooperación, Horacio Peralta indaga el mundo de los títeres con vuelo poético.

› Por Hilda Cabrera

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EL TITIRITERO

Autor e intérprete: Horacio Peralta.
Compañía Francesa de Títeres Bululu Théâtre.
Lugar: Sala Raúl González Tuñón, del Centro Cultural de la Cooperación, Av. Corrientes 1543, los sábados a las 22.30. Reservas: 5077-8077.
Entrada: 20 pesos.

“Edificar, construir... Soy titiritero, voy a construir un títere... y una historia. Una historia en la cual será piedra la arena. Una historia que ojalá hubiese sido la mía.” Estas palabras de Horacio Peralta surgen inspiradas por un texto de Jorge Luis Borges y resumen un propósito de El tiempo pasa... (los domingos a las 21), uno de los dos espectáculos para todo público que ofrece en la sala Raúl González Tuñón. El otro es El titiritero, donde reúne ficción y realidad y avanza sobre el misterioso enlace del manipulador y su muñeco. Algo así como internarse en la relación de lo vivo y lo muerto, lo racional y lo fantástico. En la escena en penumbras, un foco de luz recorta la mesa en la que se han dispuesto los títeres y una caja de mimbre. Desde el fondo del escenario, el titiritero observa el ingreso del público, y espera. Cuando todo está listo, se presenta e inicia su relato. Comparte episodios muy sentidos. Menciona a Chuchú Martínez (poeta, autor de teatro, filósofo y matemático), y agradece, porque lo animó a ser lo que hoy es. Aquel espaldarazo lo recibió en Panamá, donde Peralta desembarcó al dejar la Argentina en 1976. Sus muñecos fueron los compañeros del alma en ese itinerario y en el posterior viaje a Francia (1978), donde reside.

Descontando esos intervalos que el artista utiliza para recordar hechos, o ilustrar sobre la música grabada para el espectáculo, se suceden las historias de amor y de muerte, de apasionados y de algún tonto (la secuencia de El idiota) y hasta de una vieja consciente de ser objeto y, por eso mismo, aspirar a lo que le está vedado: la trascendencia. Esta vieja que practica gimnasia para estirar los huesos a la salida de la maleta de mimbre es retrato fiel de las creadas por Goya en la serie Pinturas Negras. Ella es una viajera más en el periplo del titiritero que tomó a París como centro. Fue allí donde Peralta fundó la compañía Bululu Théâtre, denominación que homenajea al poeta y comediante solitario y trashumante del medioevo.

“Víctor, un día me fui de Argentina”, dice Peralta en escena, y su frase suena a recuento, a antología personal y despojamiento de lo superfluo. Su oficio incluye el rescate de lo imposible. ¿Acaso los muñecos del artista polaco Tadeusz Kantor no hablaron desde la muerte?

Peralta apunta a lo desmembrado o lo sin cuerpo en acciones que dislocan lo real y apuntan a un intercambio de identidades. Se verá entonces a un animal enamorado, a una vieja o un espectro en historias que sólo el espectador cómplice tomará como ciertas. Maravilla que se produce en este trabajo, donde el manipulador (palabra que suena mal pero es muy gráfica) logra esa difícil y perturbadora conjunción de objeto-actor-espectador. ¿Cuánto han influido en estos logros las lecturas inspiradoras que menciona Peralta? El reino de este mundo, por ejemplo, del escritor cubano Alejo Carpentier, y la música que incide emocionalmente, la de un fragmento de El lago de los cisnes, de Tchaikovsky, que regala intensidad a una historia de “amor infinito”.

Peralta se pregunta qué es un títere, y aunque arrima respuestas, éstas son insuficientes. Lo que importa en todo caso es la calidad del diálogo que se establece entre movimiento, voz y texto y la libertad que se ofrece al espectador para elaborar lo propio. Sucede en todas las rutinas, en la metafísica de El escultor (cuya resolución se acerca a la que el mimo Marcel Marceau halló para sus personajes escultores), y en La muerte, donde la broma reside en que ésta llora la muerte de su madre. Un sinsentido que el personaje ahoga en risa. La vieja goyesca adicta a la gimnasia y empeñada en la defensa de su identidad es un caso especial. Rebelde ante el enérgico “Ahora se acabó” del titiritero, la vieja ensaya su discurso: “Mala gente –retrueca–. No soy más que un trapo, madera y cartón”. Pero la voz manda, y ella acepta, claro, pero con dignidad: “Horacio, estoy un poco cansada. Hoy te vi demasiado”.

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