TEATRO › HEIDI STEINHARDT Y “EL TROMPO METALICO”
La obra reestrenada en el Teatro del Pueblo retrata a un matrimonio que, en aras del saber, somete a su hija a una presión insoportable. “Por alguna razón, al escribir siempre me salen familias”, dice la autora.
› Por Cecilia Hopkins
Escrita y dirigida por Heidi Steinhardt, El trompo metálico –una de las obras ganadoras del Festival de Teatro de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires– acaba de reestrenarse en el Teatro del Pueblo (Av. Roque Sáenz Peña 943). De formación actoral (estudió con Julio Chávez, Helena Tritek y Patricia Hart), Steinhardt llamó la atención hace ocho años en el surreal personaje que le confió Jorge Lavelli para su puesta de Mein Kampf, de George Tabori: totalmente desnuda, la joven surcaba la escena realizando destrezas acrobáticas, mientras entablaba relación con un Adolf Hitler interpretado por Alejandro Urdapilleta. El haber quedado seleccionada en el riguroso casting de selección tuvo mucho que ver con el germen de El trompo..., ya que basó la improvisación que mostró a Lavelli en un ejercicio que había presentado en el taller de Chávez, en el cual un matrimonio y su hija jugaban al tutti frutti de un modo bastante particular. Así, la aplicada Catalina (hoy Victoria Almeida) trataba de no decepcionar a unos padres dedicados con más crueldad que abnegación a supervisar sus conocimientos sobre toda materia. En aquel primer esbozo de la obra ya participaba Diego De Paula, el mismo actor que hoy, junto a Greta Berghese, le dan cuerpo a esa pareja intransigente y malévola que aún sigue torturando a su hija, entre otras cosas, con ítem inverosímiles para el juego del tutti frutti: “Reyes absolutistas del s. XVII y XVIII”, “Matemáticos de la Edad Media”, “Compositores europeos”, “Extractos de diálogos de películas” (una idea del propio Chávez) y “Climas con ejemplos de biomas”.
Parece que Steinhardt es ella misma una estudiante compulsiva. Además de teatro y danza, estudió Ciencias de la Comunicación, licenciatura en Artes y hasta da clases de apoyo escolar en todas las materias –especialmente historia, literatura y geografía–, lo cual la obliga a preparar tema tras tema, en función de las pruebas de sus alumnos: “Disfruto mucho de estudiar, y lo hago más allá de la exigencia de ganarme la vida o recibirme algún día”, asegura en la entrevista con Página/12. Luego de su experiencia en el Teatro San Martín con el “riguroso y rigoroso” Lavelli, Steinhardt trabajó como actriz en cortos y participó como entrenadora de actores en El juego de la silla, la película de Ana Katz. Recién en 2006, ya con un borrador de El trompo..., se decidió a generar un proyecto artístico propio. Ya tenía al actor para interpretar al padre, convocó a quien haría la hija, en tanto que a la actriz que sería la madre la directora la descubrió viendo una versión teatral de Heidi en el rol de la muy estricta señorita Rottenmeyer. “Ella le dio el humor que la obra necesitaba”, asegura la directora, quien acepta que su propia personalidad está “desplegada en los tres personajes”.
–¿Cuándo el conocimiento se convierte en un arma de coerción?
–Estos padres tienen una expectativa depositada en la hija. Debe cumplirse en ella un deber ser que está en relación con el conocimiento. Porque para el padre si no existe conocimiento, si no se sabe, no se existe. La hija reconoce en su madre una gran autoridad, pero en temas que no están en relación con el conocimiento, sino con las cuestiones atinentes a lo que se supone es femenino, lo estético, las buenas maneras. El padre vela por el desarrollo de su intelecto pero no se ocupa de lo espiritual. Para eso tiene los libros.
–¿La hija lee un libro de fábulas chinas en un intento por encontrar algo de poesía a su alrededor?
–Elegí ese libro porque me interesan las contradicciones. Tal vez Oriente no sea más libre de pensamiento que Occidente y viva con mayor rigidez, incluso, que nosotros. Pero en la obra, lo oriental aparece como contrapunto de la cultura europea, que es el modelo a alcanzar para la generalidad de las personas.
–¿Por qué el nombre de la obra?
–Tanto me lo preguntaron que debí encontrar algunas respuestas, porque en verdad el trompo es un objeto que no pertenece a mi generación. El metal es un material frío y poco moldeable, y me parece que su rigidez tiene que ver con el autoritarismo de estos padres. Su forma, por otro lado, alude a ese triángulo que integran con su hija. El trompo y su posibilidad de girar pueden representar a una Catalina que podría transformarse en el giro en algo etéreo y poético.
–¿La obra refleja una situación actual?
–Educación y cultura son dos esferas olvidadas desde hace mucho tiempo. Esta familia pertenece a una clase aristocrática venida a menos. Si hay una atemporalidad en el vestuario, por ejemplo, es intencional, porque creo que representan un modelo cultural que se repite, que se relaciona con el conocimiento y el estudio. Pero con una sed de conocimiento que es fuente de sufrimiento e infelicidad. En mis clases de apoyo escolar compruebo constantemente que los chicos no saben nada: me parece que la educación se convirtió en un mamarracho, cuando debería ser una de las prioridades de un país.
–¿Cuál es su idea de la educación?
–La educación abarca muchos planos de la vida. Me parece que cuando uno se educa aprende a vivir como un ser cultural, se desarrolla espiritualmente, se aprende a construir un cuerpo sano, adquiere datos y conocimientos que, se supone, tendrán una función, porque serán aplicados y no almacenados como en la memoria de una computadora. Si uno piensa en la educación en ese sentido, se podría pensar en una sociedad distinta. Está visto que, cuando en un país la educación no es una prioridad, nada puede funcionar. A no ser que se arme una cortina de humo, como pasó durante el menemismo, cuando se suponía que todo estaba bien y en realidad todo era un desastre. En un país donde hay unos pocos que lo pueden pasar bien y los demás se mueren de hambre, sólo puede sostenerse por la mediocridad de la gente que vota y todo sigue igual.
–¿Qué piensa del teatro que se hace actualmente?
–Hay de todo en teatro, pero en esa diversidad se me escapa la especificidad de lo teatral, sus elementos propios: hay mucho despliegue de tecnología y lenguajes multidisciplinarios, pero me parece que en el teatro de hoy falta simpleza. La comunidad teatral se agrandó pero no hay más público, sino más gente que hace teatro que va al teatro. Por eso creo que es muy interesante que exista una escuela de espectadores, uno de los programas del Instituto Nacional del Teatro.
–¿Cuál será su próximo estreno?
–Hacia junio voy a estrenar una obra nueva, con Adriana Aizenberg, Javier Lombardo, Esteban Meroni y Diego De Paula. Todavía no decidí cómo llamarla, pero puedo adelantar que es la historia de una madre y sus hijos. Otra vez una familia..., querría escribir sobre otra cosa, pero parece que siempre me salen familias.
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