TEATRO › HéCTOR BIDONDE Y UNA REFLEXIóN SOBRE LOS GENOCIDIOS
Un hombre torcido, sobre la matanza de armenios a manos turcas, marca el regreso del intérprete después de su rol como legislador porteño. “Se produce un debate de ideas conmovedor entre abuelo y nieto”, anticipa.
› Por Hilda Cabrera
Nunca lo habían visto tan revuelto, tan involucrado como en la arena política. Y Héctor Bidonde cree que fue así realmente en sus cuatro años en la Legislatura porteña. Integró primero la lista de legisladores de 2003 representando a la lista de Luis Zamora, de quien más tarde se separó. Lo suyo –cuenta– fue una “pileteada”, un deseo de saber qué podía hacer desde allí, e incluso encontrarle sentido a su decisión. Logró –dice– que se promulgaran dos leyes de teatro básicas para los independientes, muy peleadas, también con sus compañeros de toda una vida en el teatro que defendían puntos de vista diferentes. Un enojo que el actor cree que se ha disipado. Aunque distanciado de la actividad teatral por sus funciones, mantuvo durante esos años las clases de los sábados en su teatro-taller, práctica que sin duda lo benefició en este regreso a la escena. Bidonde compone hoy a un abuelo armenio que, en un encuentro con su nieto estadounidense, reconstruye un furioso episodio del pasado: el haber dado muerte a uno de los jefes turcos que ordenó el aniquilamiento de los armenios. Sucede en Un hombre torcido, pieza teatral del estadounidense Richard Kalinoski (el mismo de Una bestia en la luna) que se estrena el sábado 15, en el Teatro del Nudo (Corrientes 1551), dirigida por Manuel Iedvabni e interpretada por Bidonde, Alejandra Rubio, Martín Slipak y Fernando Sureda.
–¿Qué opina ahora de este personaje que le toca componer, a la vez víctima y victimario, porque le mataron a su familia y porque toma venganza por mano propia?
–En este hombre se produce esa gran contradicción; pero el autor, con buen criterio, no la desarrolla de modo esquemático. Tampoco manipula la historia, que es real. Este abuelo era un chico cuando su familia fue asesinada por los turcos y muy joven cuando decidió viajar a Alemania, buscar al pashá turco y matarlo de un tiro en la cabeza. Entonces fue enjuiciado y absuelto y se convirtió en héroe para los armenios. Después cayó en el olvido. En el encuentro con su nieto de 20 años se produce un debate de ideas muy interesante, muy conmovedor y, por momentos, divertido, porque la relación es entrañable, aunque esté atravesada por planos muy oscuros.
–¿El hecho de que se tomen fragmentos del juicio “socializa” la contradicción?
–Creo que sí, porque este hombre que se entrega a la policía alemana y se transforma en joven héroe nacional debe cargar al mismo tiempo con la sombra del turco al que mató y asumir los cambios que se van produciendo en la propia sociedad y en el mundo.
–Donde se suceden otros genocidios. ¿Por dónde pasa hoy la tolerancia?
–La tolerancia no abunda y, por otro lado, al poder no le interesa. El poder se ha sofisticado, alcanzando niveles nunca antes imaginados. Como dicen los chilenos, el capitalismo avanzó a “matacaballo”, y dentro de esa concepción es letal. En cualquiera de sus colores, el poder burgués odia al pueblo. Desprecia profundamente al hombre común, y a quien intenta entrar a su recinto le tira, a lo sumo, migajas y lo ve como a un enemigo. Las instituciones están para eso, para mantener al pueblo alejado de los lugares en los que se toman decisiones. Ya en 1980, un amigo que había regresado de Estados Unidos, donde mantuvo una entrevista con un argentino nacionalizado estadounidense de mucho nombre, me contó que este personaje le había dicho que “el mundo capitalista” tenía para 1981 proyecto para 1500 millones de personas y que al resto lo único que le quedaba era elegir entre el holocausto y la esclavitud.
–¿Una razón más para no frenar los genocidios?
–Y mantener a media humanidad en estado de servidumbre utilizando también medios sofisticados, como la comunicación masiva para alterar las mentes, fomentar la simulación o buscar culpables, como sucede hoy con los pibes que no se encuadran, que juegan al riesgo, que se drogan y toman alcohol. Sin que nos demos cuenta, se va a instaurar una especie de “guerra del cerdo” al revés. Primero eran los viejos y ahora los pibes.
–¿No hay gente despierta?
–Es que la están dejando sin alternativas. Para ser gobierno se necesita poder económico y tener un grifo disponible para abrir en el momento oportuno. ¿Qué son los acuerdos? ¡Una fantochada! Se ha instalado también el miedo, que favorece a los poderosos. El miedo a perder el trabajo, a ser asaltado... En nuestro país, y en el mundo, se tiembla ante la posibilidad de un colapso económico, político, financiero o ecológico.
–¿Cuál era su reacción ante los acuerdos?
–Los primeros enojos míos en el recinto eran, justamente, porque creía que en algún momento se produciría el debate. Pero no era, ni es así: todo pasa por cuánta fuerza hay detrás de cada uno. A las comisiones se llega con preacuerdos y lo que sucede en el recinto es pura versión taquigráfica: cuestión de levantar la mano y ¡a casa! Cuando se discuten los presupuestos, aquel que dos meses atrás levantaba el dedo exigiendo, sale del recinto, cruza la avenida y vuelve domesticado. Creo que el aumento de presupuesto para Proteatro se consiguió porque no querían que jodiéramos más. El teatro independiente les sirve para colgarse alguna medalla.
–¿Cómo se construye un proyecto artístico después de esa experiencia?
–Después de cuatro años dedicado a la política, hice balance y me dije: “¡Qué curioso! Para un actor, el lugar de resistencia termina siempre en el teatro”. Fue importante trabajar para que se promulgaran leyes como la de teatros a futuro y conseguir que, para garantizar la legitimidad de los subsidios, se bajara el número de funciones de 24 a 12. Ese asunto de que si alguien se muda la nueva habilitación del nuevo teatro independiente se debe hacer según la ley de los teatros preexistentes es un paso adelante, porque el capital está en quien construyó un teatro y no en las paredes. El teatro independiente es un reservorio de lucha cultural y tiene que ser beneficiado con leyes de fomento y condiciones estables. En esta tarea nos hemos peleado muchísimo, también con los compañeros, pero creo que al final nos entendimos.
–¿Proyecta algún trabajo en cine o televisión?
–Soy un hombre mayor, y en la televisión no hay papeles para mí. No sé qué pasará cuando se entre de lleno en la etapa de la digitalización. Comparado con lo que se viene, el Infierno del Dante va a parecer un jardín maternal. Tenemos ya el desembarco del mexicano Angel González en Canal 9, la compra de ocho canales de cable por Turner, la consolidación del Grupo Clarín y el nuevo desembarco de Carlos Slim (Telmex), que vino a terciar en el tema Telefónica-Telecom. ¿Y qué pasará si se opta por la norma europea de TV digital que permitirá tener más canales de aire, en reemplazo del sistema analógico actual? Esto va a ser igual a lo sucedido en México. Ojalá me equivoque, pero es preparar el terreno a más grupos hegemónicos. En México, Televisa y TV Azteca se pasaron dos años y medio viendo cómo los sindicatos, las asociaciones intermedias, las pymes culturales y las editoriales discutían una ley de medios y de industrias culturales. Esos grupos no participaban de las reuniones, pero cuando faltaba poco para las elecciones presentaron un proyecto que fue aprobado en siete minutos y se quedaron con todo. Fue tan escandaloso que doce meses después, en marzo del año pasado, hubo que volver a modificar la ley. Con el manejo de las industrias culturales pasa algo semejante. La concentración se relaciona cada vez más con el marketing experiencial.
–¿Cómo es eso?
–La publicidad estática es una antigüedad. Ahora debe ser sensorial. Acá hubo varias muestras. El gobierno de la ciudad le otorgó a Nike dos cuadras de la calle Garibaldi, de La Boca; Nike instaló ahí lo que esta gente llama intervenciones barriales (“barrio bonito”). Se colgaron muñecotes en los balcones, se construyó una pérgola... La idea era que al recorrer varias veces al día esa calle, que desemboca en Caminito, los turistas y la gente del lugar podían ver a repetición un hecho planetario: el segundo gol de Maradona a los ingleses. En la zona de Palermo pasó otro tanto. Ahí desembarcó Campari y se realizaron intervenciones artísticas, gastronómicas y culturales. Existe un estudio que aún no entró en su tercera etapa. Es el estudio de marketing turístico cultural del catalán Joseph Chías, quien elaboró el plan estratégico cultural a Telerman, en 2001. Esta gente “descubrió” que Buenos Aires tiene tres cosas para ofrecer: cultura, gastronomía y diseño.
–¿Y el tango y el fútbol?
–En ese estudio, el tango viene después, como el fútbol y la cirugía estética. Esa es la “marca” Buenos Aires. Estuvo también Toni Puig Picart ofreciendo sus servicios. Este catalán, que fue director de la revista Ajoblanco, fue más desenfadado. Aconsejó a los argentinos sacarse de encima el mito de la palabra. Los argentinos, y los porteños, no necesitamos palabras sino marketing, porque –opinó– Buenos Aires “no sabía hacia dónde iba”.
–En algún punto es cierto.
–Pero no en el sentido que le queremos dar nosotros. Ellos ven a la cultura como marketing, por lo tanto la marca es lo que vale. La marca se relaciona con el paquete turístico. Esto quiere decir línea aérea, aeropuerto, bus, autopista, hotel, cultura, gastronomía, turismo sexual, cirugía estética y otros productos de consumo que, bien difundidos, consolidan una forma de vida. Buenos Aires tendrá que producir para ese paquete.
–Algunos lo festejan porque les abre caminos...
–Cuando me metí con el tema de la ley para artesanos, me pregunté cuáles eran las ventajas y desventajas. Buenos Aires cuenta con unos mil y pico de artesanos. Investigando, descubrí que existe una ley de artesanía nacional dividida en regiones y que existen empresas que no compran el producto terminado. Les interesa, por ejemplo, un diseño riojano, pero les parece mejor la confección de Neuquén. A unos les compran una cosa y a otros, otra. El artesano debe limitarse a lo que se le pide, mientras tanto la empresa stockea, vende y exporta. Que la gente saque conclusiones.
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