TEATRO › LILIANA PéCORA Y “MUJERES DE 50”, EN EL AUDITORIO BAUEN
En su espectáculo, la actriz evita caer en el lugar común de buscar la comicidad a través de la estigmatización de la figura masculina. Y consigue encarnar a ocho mujeres diferentes sin apelar a elementos exteriores.
› Por Hilda Cabrera
“Esto es lo que quiero decir.” El descubrimiento lo hizo la actriz y humorista Liliana Pécora cuando tuvo en sus manos un ejemplar de Mujeres de 50, especie de manual de supervivencia que trasladó a la escena y por el cual recibió distinciones aquí y fuera del país. Había comenzado por buscar material sobre temas femeninos con el fin de armar un unipersonal, género en el que pensaba debutar. En su trayectoria –iniciada profesionalmente a los 23 años, cuando por concurso integró el elenco de una puesta en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín– no figuraba eso de estar sola en el escenario. Docente, con conocimientos de psicología, piano y pintura, decidió dedicarse a la actuación y al género humorístico. Trabajó en TV y participó de cuarenta montajes de teatro. Animada por el texto que publicaron Daniela Di Segni e Hilda Levy, logró un espectáculo que atrae desde el título a quienes desean saber algo más y reírse de sus miedos. Mujeres de 50 se ofrece en el Auditorio Bauen con apoyo de un público cómplice. Se debe en parte a que no existe agresividad hacia los hombres. “Es habitual que en los escritos de mujeres se califique al varón con el único propósito de descalificarlo inmediatamente”, apunta Pécora. Esta mecánica no es de su gusto. “Abundan los libros que definen al soltero como rezongón o se burlan del que no abandona la casa de su madre. Mi intención era reflexionar con humor sobre lo que nos pasa a las mujeres que atravesamos los 50 sin aprovecharme de las debilidades de los hombres.” De acuerdo con la actriz y adaptadora Susana Nova, concretó una primera versión con monólogos que no la convenció. Finalmente, elaboró otra, también con Nova, tomando historias sueltas y partiendo de la clásica reunión de egresadas. Pécora se concentró en ocho personajes: “Eran los que podía diferenciar bien y ponerlos a dialogar sin más cambios en mi persona que los del tono de mi voz y el movimiento corporal.”
–¿Por qué se vive con tanta angustia el paso de una década a otra?
–La inseguridad juega un papel importante. Que una chica de 19 años se altere porque está por cumplir 20 nos sorprende. Pero es así: empieza a sentirse vieja. Otro factor es la presión social. Las tapas de las revistas femeninas están pensadas para que las lectoras de toda edad, y especialmente las maduras, tengan como modelo tope a la mujer de treinta y pico. Entonces vemos a señoras de 50 que se matan en el gimnasio, compran ropa de jóvenes, pasan por el quirófano... Y como el aspecto influye al conseguir un trabajo, la experiencia que trae la edad queda relegada.
–¿Cómo se cambia de personaje sin utilizar elementos exteriores?
–Con un trabajo basado en la transformación y no en un cambio de peluca. Cuando veo a actores o actrices que hacen de sí mismos, me desentiendo de la obra. Me emociono, en cambio, ante trabajos como el de Pepe Soriano en Visitando al Sr. Green, donde compone a un viejito, y en todo sentido, en la forma de mirar, la colocación de la voz, los movimientos del cuerpo... Una no puede creer que es la misma persona que sabe cantar y bailar con enorme destreza. En Mujeres de 50 trato de que esas ocho mujeres sean creíbles, que el espectador, como todo adulto acostumbrado a poner distancia y desconfiar, imagine las escenas con la libertad de un niño.
–¿Relaciona este unipersonal con su taller de la risa?
–No, hace ya siete años que inicié los talleres.
–¿Qué significado le da a la risa?
–Me gusta decir que la risa cumple la función de un parabrisas en medio de la tormenta. El agua nos tapa la visión, pero gracias al parabrisas podemos seguir avanzando. El problema, como la lluvia, sigue ahí, pero la risa, que genera endorfinas –una sustancia que contribuye a que veamos las cosas de manera más sosegada–, disminuye la intensidad del malestar.
–¿Por qué se definió por el humor?
–Tengo un temperamento jocoso por naturaleza: siendo chica entretenía a la familia y a mis compañeritos de colegio con imitaciones. La idea de organizar los talleres surgió de un estado mío de gran depresión en la época del “corralito”. El abatimiento generalizado me dejó sin trabajo. Quién iba a contratarme para hacer humor en un escenario o en un evento. Fue un tiempo de luto. Trabajaba cada vez menos. Qué podía hacer. Soy de las personas que ponen atención a la mitad del vaso lleno. Me aventuré, y comencé a organizar juegos y ejercicios que resultaran cómicos. Inventaba situaciones... Y continúo hasta hoy. Este año inicié también un seminario de la risa para los domingos.
–¿Lo considera una terapia?
–Estudié psicología, pero no soy psicóloga. Armo talleres y seminarios sirviéndome de mi experiencia como actriz dedicada al humor y a la lectura. La risa no se logra con medios mágicos, tampoco cura, pero da seguridad. Descubre ridiculeces y limitaciones, y ayuda a tomar las riendas de la propia vida. Como maestra jardinera que fui, sé enseñar a reír a través del juego. Los niños aprenden rápido y los mayores también pueden.
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