Lunes, 17 de marzo de 2008 | Hoy
TEATRO › NOTABLE PRESENTACIóN DE SLAVA POLUNIN EN EL OPERA
El brillante clown, ex Cirque du Soleil, trajo a Buenos Aires Slava’s Snowshow, un espectáculo onírico y encantador.
Por Alina Mazzaferro
Los payasos no siempre ríen. Tampoco siempre hacen reír. De hecho, Slava comienza su espectáculo –Slava’s Snowshow, que se presenta por dos semanas en el Teatro Opera– con la soga al cuello. Imagen tétrica, oscura, si las hay, la de un payaso de ojos tristes, boca redonda y narizota colorada, jugando con la muerte con la inocencia que caracterizaría a un niño.
Es que, más que un show de risas, este clown ruso, que ha trabajado codo a codo con el célebre Cirque du Soleil, brinda un espectáculo que es pura poesía. Cada imagen parece extraída de un sueño; cada cuadro es un paisaje en movimiento robado a algún pintor imaginario. En el mundo de Slava todo es posible: del cielo cae polvo de estrellas que reparte un hada blanca al cruzar el firmamento cual cometa. Los objetos que despiertan la imaginación no son otros que los cotidianos: una cama, una tela y una escoba se transforman rápidamente en un barco a vela que evita a toda costa el naufragio. Para los chicos, esto puede ser cosa de todos los días. Para los grandes, es una invitación a volver a mirar las cosas con ojos de niño.
Pero Snowshow propone algo más que eso: el adulto debe esforzarse por entrar en ese otro tiempo, más parecido al de los sueños, en el cual no existen ni la velocidad ni la lógica de la realidad cotidiana. Porque el universo creado por Slava tiene una lógica propia. Quien logre descubrirla y entrar en ella vivirá una experiencia infantil. Y no sólo a través de la mirada: en Snowshow todos participan y se quedan después de hora, como si hubiera sonado la campana del recreo tras la función, a jugar con globos y pelotas.
El espectáculo está hecho a medida de los más chiquitos de la sala y es disfrutado por todos. ¿Cómo puede ser esto posible? En primer lugar, porque justamente la propuesta de este experto del arte del clown consiste en que cada uno de los espectadores, cualquiera sea su edad, se asombre ante las situaciones más ingenuas o conocidas. Ese es el desafío del equipo de Slava, compuesto por una decena de clowns de zapatones y sombreros de ala ancha: cada espectador debe maravillarse ante cada cuadro como un niño ante un acto de magia; todo debe ser descubierto y observado como por primera vez, con la mirada virgen de un bebé.
En segundo lugar, Slava despliega un universo semiótico ante los ojos del espectador. Las convenciones del teatro occidental son tan fuertes que no se necesita, como prueba este espectáculo, palabra alguna para que los intérpretes transmitan su mensaje y el público lo capte inmediatamente. El payaso eleva un poco las manos y la platea lo alienta con gritos y aplausos. Si las baja de inmediato, ésta se calla. Si lo hace lentamente, el estímulo se esfuma de a poco. Un simple y conciso juego de signos, eso es el arte del clowning. El payaso hace un gesto y los espectadores lo interpretan de inmediato. Por eso Slava puede hablar en gibberish (ese lenguaje inventado que utilizan los actores como ejercicio para trabajar la entonación, también portadora de significado), pues no importa que esos significantes verbales estén vacíos: el cuerpo también tiene su lenguaje y se hace entender.
Este sistema cerrado –y por momentos también abierto– de signos es el código establecido a priori que hace posible que todos disfruten de la gracia del payaso. Sin embargo, Slava es un clown diferente, que no se queda únicamente con el acto del muñeco tonto, torpe o simpático. Sabe que la música es un agente poderoso a la hora de generar un clima y con ella, junto con la iluminación, la escenografía y las más disparatadas ocurrencias, monta escenas tan irreales como ideales, oníricas y mágicas. Así, las melodías más famosas suenan y resuenan en el espectador, que se emociona también porque reconoce en esos acordes una sensación pasada (el esfuerzo y la esperanza propia de “Carrozas de fuego”, la contemplación y el drama que inspira “Claro de luna” de Beethoven o la intimidación que generan los intensos platillos del “Bolero” de Ravel son algunos ejemplos).
Por último, en Snowshow, el que pisa por primera vez una sala teatral y el que es un asiduo conocedor del campo se sorprenden de modo equivalente con algunas de las propuestas más espectaculares: un tejido de la textura de una tela de araña envuelve a toda la platea, que levanta los brazos formando un mar de manos, enredadas en esta simpática trampa hilada. Y finalmente, el truco más esperado: una ventisca de papeles ataca a la platea, que agradece el estar dentro de la escena y no ser un mero espectador pasivo.
Slava’s Snowshow ha sido ya visto por dos millones y medio de espectadores en más de cien ciudades de todo el mundo. Su puesta romántica y a la vez intensa, heredera del teatro visual, el cine mudo de Chaplin y la destreza de mimo de Marcel Marceau, a quienes el artista ruso admiraba, ha recibido numerosos galardones, entre ellos el Premio Time Out y Laurence Olivier (Londres, 1994 y 1998), Stanislavski (Moscú, 2001) y Drama Desk (Nueva York, 2005). Eso prueba que una imagen es más potente que mil palabras. Porque nadie es inmune al éxtasis que produce presenciar –y sólo las artes visuales pueden lograrlo en una sala cerrada en medio de la ciudad—- una repentina y pacífica nevada nocturna o una luna llena, amarilla como un queso, que inaugura la noche, escapando al horizonte.
9-SLAVA’S SNOWSHOW
Creador: Slava Polunin
Director: Viktor Kramer
Teatro Opera, Corrientes 860
Próximas funciones: miércoles 19 y jueves 20 a las 20.30; viernes 21 y sábado 22 a las 18; domingo 23 a las 17.30.
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