Lun 24.03.2008
espectaculos

TEATRO › NADA MáS QUE LA VERDAD, UNA NUEVA VERSIóN DE EL MISáNTROPO, DE MOLIèRE

Idas y vueltas en busca de lo absoluto

La directora Berta Goldenberg analiza la flamante puesta que reactualiza un tema instalado por el dramaturgo francés en el siglo XVII: las tensiones que se generan alrededor de las convenciones sociales y las debilidades humanas.

› Por Cecilia Hopkins

Escrita por Molière en 1666, El misántropo hace foco sobre uno de los temas preferidos del autor de Tartufo y El médico a palos: las convenciones sociales y las debilidades humanas. Tal como lo anuncia el título, la pieza –una comedia que fustiga costumbres– está protagonizada por un hombre que, aunque frecuenta salones cortesanos, sería feliz si pudiese evitar todo contacto con sus semejantes. En efecto, Alceste no soporta practicar las convenciones que rigen la vida en sociedad, inhabilitado para adular y comportarse con la diplomacia que las situaciones sociales exigen. No obstante, este huraño defensor de la verdad a ultranza no puede evitar enamorarse de la bella Celimena, una mujer que reúne todos y cada uno de los defectos que él rechaza. En el teatro Anfitrión (Venezuela 3340), bajo la dirección de Berta Goldenberg, acaba de subir a escena Nada más que la verdad (la misma comedia de Molière, en versión de Jorge Goldenberg) con las actuaciones de Fernando Sayago, Désirée Salgueiro, Andrés D’Adamo, Analía Malvido, Arturo Silva y Sebastián Rubio.

Más allá de la vigencia temática que plantea un texto clásico, Goldenberg encuentra que estos textos plantean “preguntas irresueltas”, esto es, “preguntas relacionadas con las grandes cuestiones que duermen confusamente en el alma de todos”, según afirma en una entrevista con Página/12. La necesidad de darles cabida a estos interrogantes, entonces, es lo que la impulsa a proyectar una puesta en escena: “En el caso de Nada más que la verdad, veo que están en cuestión varios de estos temas irresueltos, los cuales podrían resumirse en el siempre frustrado afán de absoluto, tanto en el amor como en el saber”, explica. En el caso de Alceste, el protagonista, este anhelo de absoluto está puesto en la búsqueda de la verdad y la transparencia en las relaciones humanas. Y esto constituye, según la directora, una de estas preguntas-problema eternas y sin solución aparente. “Alguna vez me citaron un proverbio chino –dice Goldenberg–. ‘Un problema sin solución no es un problema.’ Sin embargo, la demanda de sinceridad es un problema irresuelto, eterno e inextinguible.”

–¿Cuáles son, a su entender, las cuestiones que deben observarse para lograr una puesta eficaz de un texto clásico?

–En verdad, no lo sé. No son muy diferentes, en mi experiencia, a las cuestiones a ser abordadas en toda obra: todos (actores, director, escenógrafo) debemos compartir esa intriga por develar el misterio que la obra plantea. Tal vez la eficacia del montaje podría ser medida en función de que alguien del público nos diga que también a él le sucedió algo así como una revelación. Así de esperanzado es uno cuando hace teatro...

–¿Qué le aporta al actor de hoy transitar por una obra clásica?

–Estoy convencida de que la riqueza del lenguaje, la opulencia de las imágenes, la entrega –sin liviandad– a los grandes temas de los que hablaba antes, hacen feliz al actor, lo enriquecen y le brindan una gran herramienta expresiva.

–¿En qué estado encuentra a la dramaturgia actual?

–Hay tanto, tanta búsqueda y por tantos caminos diferentes... Quizá me atrevería a decir que estamos atravesando por un período “romántico”, en contraposición a cualquier “clasicismo”. Algo bulle, hay búsquedas casi febriles de “lo nuevo”... Algo tan difícil de encontrar y, a la vez, tan estimulante cuando se lo encuentra.

–¿Cuál es su idea de “lo nuevo”?

–Para mí es un modo diferente de vincular al público con lo que sucede en escena; una búsqueda por evitar la convención y la retórica confortable; un intento de liberarse de “modos” de relatar, e incluso del relato mismo. Por supuesto, creo que en toda búsqueda es necesario saber reconocer los falsos actos de libertad y vislumbrar que, aun buscando lo anticonvencional, se puede caer en la convención. Y también intuyo otra dificultad enorme, dada la época en que vivimos. Copio de Hans Enzesberger eso de “en literatura todo está permitido ahora, pero ya nada es importante”.

–¿Quiénes serían los Alcestes y Filintos de hoy?

–No puedo menos que contar la consecuencia más graciosa –e inesperada– de lo que sucede entre los que ven la obra e incluso entre los que participan en ella. El encantador Filinto, “el adaptado a las convenciones sociales”, el que miente, halaga, finge y miente, suscita muchas adhesiones. Otros aman a nuestro querido e insoportable Alceste y su amor por “nada más que la verdad”. Así que resulta regocijante oír a la salida frases sueltas del tipo “¡Yo, Filinto, toda la vida!”, o “Yo siempre fui un poco Alceste”.

–¿Alceste es un personaje antisocial?

–Son sus mismas palabras las que lo definen: “¡Basta de sociedad!”. No puedo desmentir al apasionado Alceste. Sólo puedo sospechar que su demanda constante, su súplica dolorida y furiosa, denuncian un deseo: ser “sociable”, convivir... en la verdad. ¿Es eso posible? Y si no lo es, si la sociedad se rige precisamente por normas que impiden ese constante develamiento de falsedades, ¿eso convierte a Alceste en un ser antisocial? No lo sé. Más bien tiendo a ver en él a un personaje anhelante de una sociedad... imposible.

–Lo que se propone Alceste, el abandonar la corte por el desierto, ¿es una resolución de tipo individualista?

–Sucede que encuentro en El misántropo –y, obviamente, en Nada más que la verdad– lo que hay en toda gran obra: que no haya una tesis que defender, ni que atacar. Tanto es así que entre el autor de la versión, Jorge Goldenberg, y yo misma, el desacuerdo es bastante profundo con respecto a la mirada sobre su protagonista. Suscita odios, amores, irritación o adhesión... pero en lo que estamos totalmente de acuerdo es en que la demanda de Alceste, “que no se diga una sola palabra que no salga del corazón”, no es, mírese como se mire, una propuesta individualista.

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