TEATRO › RICARDO BARTíS Y LAS IDEAS DETRáS DE LA PESCA, EN EL SPORTIVO TEATRAL
“La idea de fundar un lugar cerrado con buen pique prenuncia la idea de que el espacio público iba a devenir privado”, señala el director, que destaca que en sus obras intenta un anclaje en la realidad, pero también un discurso poético.
› Por Cecilia Hopkins
Cuando el director Ricardo Bartís reconoce que tiene la dificultad de hacer un teatro que hable de manera directa sabe por qué lo dice. En efecto, no fueron ni directas ni lineales sus traducciones escénicas del mundo de Roberto Arlt en El pecado que no se puede nombrar ni del mito del Don Juan en Donde más duele. Sin embargo, algo cambió desde De mal en peor, la obra que hablaba de las tribulaciones de una familia porteña venida a menos, con una deuda imposible de honrar. En La pesca, su último estreno, Bartís propone una historia muy llana, pero con un alto grado de carga simbólica. El tema es que sus claves son tan escurridizas que podrían pasar inadvertidas al espectador no avisado, quedándose sólo con la cáscara del asunto. Y esto constituye otra dificultad a la hora de narrar. “Reconozco que no puedo hablar de manera directa”, acepta el director en la entrevista con Página/12. “Pero las obras que sí lo hacen caen en un teatro didáctico y conservador, aun cuando enuncian cuestiones que, en lo aparente, parecen cuestionadoras o revolucionarias”, critica.
Para Bartís, su teatro propone, por un lado, un anclaje en la realidad a los efectos de su resignificación y, por otro, un componente de naturaleza poética, nunca contenido en el texto, sino en la corporalidad del actor. La anécdota es, para él, “una excusa para poner en funcionamiento un mecanismo asociativo teatral para retraducir algo que sentimos”. Por esto, el relato que este espectáculo propone tiene, según él mismo define, “unas resonancias esquemáticas y arquetípicas” que, para ser trascendidas por el espectador, se necesita “un cuerpo de actuación que proponga una resonancia profunda”.
La anécdota de La pesca consiste en la reunión de tres hombres que intentan reactualizar una vieja historia. El lugar del encuentro es el sótano de una vieja fábrica inundada, que en los años ’60 fue la sede de un club de pesca llamado La Gesta Heroica. “Era un pozo alimentado con las aguas desbordadas del arroyo Maldonado, donde se habían criado tarariras traídas de Corrientes para que cualquiera que pagara una cuota tuviese el pique asegurado”, contó el director cuando comenzaba los ensayos de la obra. “Después vino lo que vino, las aguas se fueron reduciendo y ahora lo que queda es un charco de aguas servidas. En esa tapera quedan tres personajes que quieren recuperar el proyecto.” Por supuesto que ya en aquel momento, Bartís reconocía en el relato una dimensión política: “Uno de los personajes es el prototipo del pensamiento fascista del peronismo y el otro es un zurdo melancólico. Los dos representan las expresiones internas de la derecha y la izquierda del peronismo”. Así, una de las ideas que sobrevuela la puesta es que “el peronismo estabiliza para traicionar, porque propone por izquierda lo que te va a sacudir por derecha: en esa tensión que se reitera cíclicamente se ha constituido el poder del peronismo”. Sin embargo, otros temas se abren paso a partir de ese club de pesca bajo techo: “La idea de fundar un lugar cerrado que cuenta con buen pique prenuncia la idea de que el espacio público iba a devenir en espacio privado”, afirma el director. “La ciudad ya no nos pertenece más: lo que hacemos, lo hacemos arrinconados y bajo techo.”
La actividad de la pesca aparece en la obra no sólo como una forma de olvidar pesares y decepciones, sino como una metáfora de la militancia. Favorecida su reproducción por la alta temperatura de las aguas servidas, el pozo hierve de tarariras, esas “primas lejanas de las truchas, pero mersas, buenas para el ataque y la defensa”, según apunta Bartís, un aficionado a la pesca desde la niñez. Así, estos peces –centro y razón de ser de La Gesta Heroica– hacen referencia a todos aquellos que, embanderados en la lucha por otro modelo de país, creyeron en una estructura partidaria que terminó traicionándolos. La pesca ofrece, entonces, una mirada desencantada acerca de la repetición de ciertas situaciones signadas por el fracaso. Pero no sólo se habla de la muerte y transmutación constante del peronismo, sino que también se alude a la declinación de las creencias, en general. Interpretado por Luis Machín, Carlos Defeo y Sergio Boris, el espectáculo puede verse en el Sportivo Teatral (Thames 1426).
–¿Por qué los conflictos sentimentales de los personajes están tan en primer plano?
–Lo afectivo está presente porque somos argentinos y nuestra naturaleza es afectiva. El teatro de hoy no es capaz de reproducir en la actuación niveles de afectación emocional. Porque considera al campo emocional un elemento baladí y frágil.
–¿Por qué hablar hoy de una gesta heroica?
–Porque en nuestra fantasía se espera de la Argentina una gesta. Que ante tanta ignominia y horror haya un gesto de vergüenza y rebelión por parte de los que padecen. Las causas de los padecimientos son múltiples: Patti recurre a la Justicia y habla de democracia, el campo cree ser sostenedor de algo previo a la Nación, los políticos, que son gerentes de una empresa que paga muchísimo y tienen discursos de compromiso social, apelan al mito para recuperar el andamiaje de la militancia. En La pesca hay una referencia a los años ’60 y ’70, a las organizaciones revolucionarias y a la resistencia peronista. Pero la referencia a la gesta es más amplia: en la Argentina hay una necesidad de instalar un momento mítico. Porque hay conciencia de la chafalonería, del sustituto bastardo que se ha hecho del acontecimiento. De la caída y el deterioro general que llevan a la violencia. La gesta heroica es un mito acendrado en nuestra interioridad. Los nuevos héroes de la tragedia contemporánea son los políticos, los que salen en los medios. En esta época, el único mito constitutivo es la guerra. El único rey, el dinero, el capital.
–¿Qué es lo que define al peronismo?
–El peronismo parecería ser la expresión de ciertas fuerzas de la cultura argentina, de nuestra forma de pensamiento. El peronismo –aun cuando el mito que lo caracteriza esté deshilachado– permite aceptar que somos todos hermanos pero que, sin embargo, nos podemos matar. Esto es un elemento muy argentino. El peronismo ha contenido en su seno experiencias muy disímiles, desde las más siniestras, como la Triple A, hasta las expresiones auténticamente populares. El peronismo permitió el máximo nivel de desarrollo de la conciencia de clase en el país: a través del peronismo, la clase obrera y los sectores populares avanzaron en sus conquistas sociales, en su desarrollo y proyección.
–En la obra los personajes se preguntan acerca de las causas de la duración del peronismo. ¿Cuál es su opinión?
–El peronismo tiene una iconografía y una mitología propia que resiste y funciona aún hoy. Tiene un enunciado en contra de los poderosos y la explotación. La tiene a Evita, un fenómeno singularísimo. Tiene el exilio y un personaje omnímodo con la posibilidad de proyectar sobre esa voz ausente cualquier tipo de contenido. El peronismo tiene algo reaccionario y conservador. Un ejemplo es el dicho “de casa al trabajo y del trabajo a casa”. Eso quiere decir que se puede ir tranquilo por la vida si uno hace las cosas como corresponde. Y hoy hay una gran necesidad de tranquilidad. Finalmente, Perón dijo “no es que fuimos tan buenos, sino que los que vinieron después fueron peores”. Y esto es real.
–Las paredes del sótano llevan marcas que registran las subidas y bajadas de las aguas. Una de ellas es del año ’76...
–Esa marca alude al nivel de deshumanización que mostró la clase social dirigente y el Estado a través de los mecanismos de represión. Creo que va a costar mucho diluir un miedo innominado que sentimos hacia algo siniestro que no conocemos. Hay un nivel de violencia horrorosa. Diez años de menemismo también tuvieron consecuencias definidas, no sólo a nivel de hambre, sino a nivel de pensamiento, porque sus consecuencias son el arrasamiento intelectual, la incapacidad para agruparse y proyectar. También eso se ve en el teatro independiente, donde hay tantos monólogos.
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