CHICOS › GABRIELA HILLAR, JESSICA JOSIOWICZ Y DANIELA ALVAREZ LELL
Proponen el espectáculo Canciones a upa, pensado para chicos de ocho meses a tres años. La obra dura 35 minutos, el tiempo que los más pequeños logran concentrar la atención. Puede verse los fines de semana en el Auditorio Cendas.
› Por Sebastián Ackerman
Sobre el escenario se puede ver una mamadera o un chupete gigantes, y algunos de los diálogos –breves– giran en torno de pañales y el uso o abandono de estos elementos. ¿Teatro para bebés? Efectivamente: el Proyecto Upa ofrece una obra para aquellos que aún no tenían una propuesta acorde con su edad, los que van al teatro a upa. “El teatro es un hecho cultural que forma parte de la vida de los chicos como ir a un restaurante con sus papás, o ir a un pelotero”, afirma a PáginaI12 Gabriela Hillar, autora de Canciones a upa. Y resalta: “El teatro es una alternativa más que aparece en el mundo de ese bebé que tiene un vínculo con sus papás. Y participa de una primera experiencia sensorial. No pretendemos enseñar ni hacer psicoanálisis infantil; simplemente hacemos arte, y el arte está ahí para poder vivirlo y sentirlo”, dice la autora de Canciones..., que se presenta los fines de semana a las 15 en el Auditorio Cendas (Bulnes 1350).
El espectáculo (recomendado para chicos de ocho meses a tres años) dura 35 minutos, el tiempo que los más chiquitos pueden concentrar la atención. Es una de las características específicas de la propuesta: junto con la música, los objetos y las actuaciones, pensar en la platea antes que en el lucimiento personal. Jessica Josiowicz y Daniela Alvarez Lell, actrices de Canciones..., notan que los chicos “se conectan a partir de los objetos, y empiezan de alguna manera a respondernos, y marcan una diferencia. Hay como un contacto muy distinto con los espectadores: es todo una experiencia trabajar con chicos tan chiquitos porque uno no solamente está trabajando con el chico, sino también con lo que el padre le explica de lo que está sucediendo en el escenario. Un bebé de ocho meses no tiene la capacidad de abstraer lo que sucede en el escenario, entonces es muy importante la contención de los padres”, acuerdan.
Hillar señala que si bien los textos son breves, están más dedicados a los padres que a los chicos, porque “son guiños de lo que queremos decirles a ellos”. Y resalta que la puesta teatral recrea situaciones que pueden ser familiares para los bebés, pero transformando esas situaciones en un hecho artístico: “El teatro recrea momentos de la vida real. Y ahí entran los objetos gigantes: para marcar una diferencia entre lo que sucede sobre el escenario y lo que les pasa en la realidad a los chicos. Cuando los chicos juegan, no se ponen sus zapatos: van y usan los de papá y mamá, porque son más grandes. Eso les permite jugar con otro nivel de imaginación”, ejemplifica, y las tres coinciden en que la apuesta general de la obra “es que el movimiento, ligado al colorido, los objetos y una escenografía equilibrada hacen una propuesta artística con muchos estímulos, en una edad en la que la comunicación se da principalmente a través de los estímulos, para que ese espectador nuevo, recién inaugurado, vaya entendiendo códigos del arte de a poco”.
Folklore, rocanrol, malambo, melódica y balada interpretadas por distintos registros de voz transitan la obra. Pero no por virtuosismo artístico, sino más bien porque –al igual que el teatro– consideran la música un “hecho disfrutable”. Y casi a coro sostienen que no creen que exista “una música para niños, ni que haya que aniñar la música, como Mozart for babies o Beatles for babies. La música es música. Es una disciplina artística para ser disfrutada”, e Hillar cuenta que a la hora de la composición pensó “en las cosas que yo cantaba con ellos cuando trabajaba en el jardín, desde una zamba hasta los Redonditos de Ricota. Pero las letras están escritas en el pensamiento de los chicos, como si evocáramos lo que los chicos están pensando en esa etapa de la vida, que ellos no dicen porque no tienen la fluidez de palabras necesaria”, señala.
El objetivo de Canciones a upa no es transmitir una enseñanza ni que los chicos aprendan una moraleja. Es que disfruten lo que sucede. Y los padres no son ajenos a esta propuesta: la intención –concuerdan Hillar, Josiowicz y Alvarez Lell– es a que gocen del crecimiento de sus hijos. “No pretendemos que el chico comprenda, lo que pretendemos es que el chico disfrute ese juego propuesto, y lo adopte para su propio juego. Y no que los papás digan ‘¿viste cómo dejó el chupete y la mamadera?’, sino que puedan reírse de estas situaciones cotidianas, que los papás viven con mucha angustia. Por eso es para ellos esta obra: les mostramos que esto también es parte de lo que es crecer, para que lo vivan desde el disfrute, que es una mejor forma de criar”, se ilusionan.
El Proyecto Upa viene trabajando desde hace doce años, y en ese tiempo fue transformando sus producciones, adaptándolas cada vez más a las necesidades de los más chiquitos. En esta tercera temporada de Canciones a upa, “la mayoría de los que ven la obra son bebés –analiza Hillar–, y a mí me impresiona porque estamos registrando un cambio cultural: hay adultos que se animan a esta experiencia de llevar a un bebé y bancarse que tal vez se asuste, que llore, que se quede dormido, y que puedan valorarlo como una experiencia positiva”, se entusiasma, y cuenta una anécdota: “La otra vez una mamá trajo un bebé de cuatro meses porque tomaba la teta. Y no se durmió en toda la obra. Y si vos preguntas qué entendió, yo diría que todo. Porque si estuvo despierta una nena que sólo duerme y come, algo hay ahí que le llamó la atención”, y concluye: “Tiene que ver con eso: empezar a tener un registro de experiencias positivas, o no, mucho antes de lo que antes se pensaba que se podía. Ese es el cambio, es cultural. Los chicos son los mismos de siempre”.
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