CHICOS › YOLANDA REYES, INVITADA A LA FERIA DEL LIBRO INFANTIL Y JUVENIL
La notable escritora colombiana, que supo convertir en bella literatura historias dolorosas de la realidad de su país, desmitifica algunos lugares comunes sobre el género: “Los niños agradecen que haya un adulto que habla con ellos de todo”.
› Por Silvina Friera
Aunque es la primera vez que se presenta en la Feria del Libro Infantil y Juvenil, Yolanda Reyes tiene una larga y entrañable relación con la Argentina y muchos amigos y lectores que hacen que se sienta como en casa en esta tercera visita al país. Esa complicidad que ha entablado a partir de sus libros –especialmente con Los agujeros negros, un cuento notable sobre un niño, Iván, cuyos padres fueron asesinados por los paramilitares, inspirado en un caso real, y El terror de Sexto “B”, publicados por Alfaguara– es un puente de plata que ella supo construir con la convicción del poder que tienen las palabras “para expresar lo que sentimos”. Con su inconfundible y cálido acento bogotano, la escritora colombiana logra eclipsar la gelidez de una mañana gris en la sede de la editorial, en Retiro, entre café con leche, medialunas de manteca, masitas, sanguchitos y un puñado de anécdotas. “Es un desayuno, una conversación; la idea es hacer una cosa muy en pantuflas”, dice, para romper el hielo, rodeada de periodistas, de especialistas en literatura infantil, docentes y libreros. Esta reina de la simpatía y la lucidez, sin proponérselo, comienza a dar una clase magistral en contra de la corrección política. Se puede hablar de la muerte y de muchos otros temas “delicados”. Lo que importa, siempre, es cómo se cuentan esas historias.
“Lo que no se hace en la primera infancia enmarca el presente y el futuro de muchos seres humanos”, cuenta Reyes, fundadora y directora en Bogotá de Espantapájaros, un centro cultural, librería y jardín de infantes donde se dictan numerosos talleres que fomentan el contacto con el libro y la lectura, como Cuentos en pañales, en el que a partir de los ocho meses, bebés y niños “gatean, caminan y comen sus primeros libros”. Y si se empachan, parece insinuar la escritora, mejor. “Un niño de seis años que entra a la escuela y ha sido criado sin libros, y otro niño de seis años que ha tenido libros, son dos galaxias distintas. Es una inequidad que es muy difícil de zanjar”, explica. “Los economistas son los que más claro tienen que hay que invertir en la primera infancia y no por razones altruistas, sino porque está demostrado que hay un costo muy alto por las cosas que se dejan de hacer cuando eran fáciles y baratas.”
El único libro que escribió por encargo fue Los agujeros negros, publicado en el 2000, en la colección de los Derechos del Niño editada por Alfaguara y Unicef, en la cual se encargó a escritores de diversos países de habla hispana, desde Argentina hasta España, la creación de un cuento a partir de un derecho. A Reyes le tocó en suerte el que reza que “los niños tienen derecho a recibir auxilio y protección”. Más allá de lo seductora que le parecía la propuesta, la calle, en Colombia, decía otra cosa: niños secuestrados o que sufrían el secuestro de sus padres y menores en las filas de distintos grupos armados. No era fácil escribir un cuento en esas circunstancias y muchas veces estuvo a punto de desistir. “Yo soy muy lenta para escribir”, confiesa. “Todos me decían que hablara de una ranita o de un perrito, pero no sé hablar de perritos y ranitas a las que les pasan cosas.” Todo cambió cuando leyó una columna del escritor Héctor Abad Faciolince, Notarios en tiempos de guerra, en el diario El tiempo; un artículo sobre cómo crecer en Colombia. “Hablaba de un tío que era del Opus Dei y de su padre, que era de izquierda y había sido asesinado por la derecha. El recordaba la mano de su padre y esa imagen me prendió una luz. Estaba con mi muchachita de cuatro meses viendo en la televisión el asesinato de Luis Carlos Galán, y pensé, mientras le cambiaban los pañales, para qué la habré traído a este mundo, no habría que tener hijos, esas cosas tontas. Miraba las ventanas cuando empezaban a estallar las bombas y oía las explosiones en Bogotá con mis niños muy pequeños. Crecer así es difícil”, subraya la escritora.
La mano del padre de Faciolince la llevó a la historia de Iván, el hijo de unos investigadores del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), Mario Calderón y Elsa Alvarado, asesinados en 1997 por los paramilitares. “Esa noticia salió en el periódico y me acuerdo del dolor que fue saber que habían entrado por la noche a un apartamento de clase media de Bogotá, que los habían matado, y que el niño de dos años se había salvado encerrado en un armario. Me imaginé a esa mamá en el último instante, entre el estruendo y las balas, poniendo a salvo a su criatura, como en el cuento ‘Los siete cabritos’”, compara la escritora. “Quise escribir la historia desde un niño que se pregunta qué pasó esa noche y desde el punto de vista de cómo lo quisieron sus padres y cómo le dejaron un legado. Los duelos son momentos muy difíciles, pero cuando se logra entender lo que pasó, se recuperan pedazos de esa historia, los hilos que hacen que uno sea lo que es.” A Reyes se le quiebra la voz; se emociona y emociona contando su experiencia durante la escritura. “Los niños agradecen que haya un adulto que habla con ellos de todo, sobre la vida y la muerte. A los niños les fascina hablar de política, dicen ‘tenemos derechos’; ésa es una revelación. El artículo 44 de la Constitución colombiana de 1991 dice una frase poética que es preciosa, pero que en la vida real no se aplica: ‘Los derechos de los niños prevalecen sobre los derechos de los demás’. Pero del dicho al hecho...”
–Esa violencia cotidiana, que hace que sea tan difícil crecer, debe tener un impacto en los chicos colombianos. En comparación con otros países, ¿son chicos más maduros?
–Son chicos comunes y corrientes, no sé cuando sean grandes qué impronta llevarán. El sol sale todos los días y los niños juegan y gritan en las calles; claro que juegan a los guardaespaldas y a los paramilitares. Durante mucho tiempo vivíamos en cárceles, no podíamos salir de las ciudades. Un amigo argentino me llevó de paseo con su hijita por el Obelisco, y yo estaba siempre preocupadísima por la niña, “¿dónde está Paloma?”, preguntaba a cada rato. A las colombianas se nos reconoce por la forma en que agarramos la cartera y por cómo estamos siempre pensando que nos van a robar los niños. Crecemos con miedo. A los niños los ves bien, pero no sabes por dentro qué secuelas tienen. Crecemos sabiendo que hay enemigos, que hay otros que son muy malos, que no son los de los cuentos sino los de la vida real. Pero al mismo tiempo, hay normalidad en medio de las balas.
“Lo que más me perturba de este momento en Colombia es esa sensación de Ah, todo pasó, rescatamos a Ingrid y hay unos malos que son unos bandidos y todo está mal o bien... y no hay mecanismos simbólicos para ventilarse las culpas, nadie se burla del presidente, nadie critica y todos somos una misma masa. No sólo la escuela sino la sociedad colombiana no tiene ganas, por miedo, de afrontar lo que pasó. Es el ejercicio de la amnesia. A los que podrían decirnos qué pasó los están extraditando a EE.UU. para que los juzguen por narcotráfico, pero nuestros muertitos y las víctimas siguen en el mismo lugar. No se puede pedir a la escuela lo que la sociedad no está interesada en hacer”, cuestiona con dureza.
Reyes admite que la literatura infantil evita estos temas o entra con cierta indulgencia, con un espíritu de autoayuda. “La literatura nos enseña que todos somos vulnerables, no sólo los niños, los adultos también. Los niños son gente, aunque los padres creen que son ositos de peluche que en algún momento cobran uso de razón. En mi época se decía que a los siete años llegaba el uso de razón. Recuerdo haber estado esperando que me llegara el uso de razón. Creo que no me llegó”, bromea la escritora, autora de la novela para adultos Pasajera en tránsito, que narra la historia de una becaria colombiana, basada en su vida, que llega en 1982 a un colegio argentino en la ciudad universitaria de Madrid, donde se reproducen las coordenadas de la dictadura militar argentina en pleno destape madrileño. “La literatura está construida sobre la necesidad de nombrar los agujeros negros. El derecho a que nos digan lo que está pasando debería estar también en el disco duro de los adultos. Para los niños es muy terapéutico hablar de estas cosas en Colombia”, plantea.
Reyes recuerda cómo Susana Itzcovich, la presidenta de Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina (Alija), parecía su agente literaria por cómo recomendaba El terror de Sexto “B”. “A los libros los salvan el tiempo y los lectores. La presión de los lectores da esperanzas porque en el actual mundo editorial uno siente que escribe y que es otro ladrillo, como la rosa de El Principito, que cree que es única. En España veo la cantidad de libros publicados y siento que somos una camisa más de moda.” Ante la avalancha de novedades editoriales, la escritora propone, con ironía, pensar en el calentamiento global. “Si no es forzosamente necesario publicar algo, déjalo un tiempo, no hay prisa. Uno no se arrepiente tanto de lo que no ha publicado sino de lo que ha publicado cuando no era el momento.”
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