Domingo, 21 de junio de 2009 | Hoy
CHICOS › ENTREVISTA A HECTOR PRESA Y MARTIN LAVINI, DIRECTORES DE ESPECTACULOS INFANTILES
Alicia Rock y Una historia Macanuda, las obras que presentan en la Ciudad Cultural Konex, están atravesadas por el espíritu de Lewis Carroll. Pero sobre todo por el respeto a pequeños espectadores que nunca se quedarán callados si algo no les gusta.
Por Sebastián Ackerman *
Para los chicos, jugar es adentrarse en un mundo diferente del mundo en el que tienen los pies apoyados. Suele decirse que la imaginación infantil no tiene límites, y es en esa suposición en la que Martín Lavini y Héctor Presa, los directores de Una historia Macanuda y Alicia Rock, se apoyaron para contar sus historias. Basadas a su vez en la historieta Macanudo de Liniers la primera, y en la novela de Lewis Carroll de segunda, proponen un viaje a la fantasía en el que otra historia puede contarse. “Elegimos mantener un relato, y creo que es lo que cada vez más está diferenciando en la Argentina un tipo de teatro del otro: está el teatro del sketch, que no apunta a una historia concreta, y los espectáculos en los que nos proponemos contar algo en base a una historia, una sucesión de emociones en una historia”, explica Presa, y Lavini apoya: “Nosotros también somos partidarios de narrar una situación no fragmentada. En ese sentido, creemos muy parecido: nuestra necesidad es la de vivir una historia que empieza, crece y termina. Un desarrollo de principio a fin”, concuerda.
Esa historia se desarrolla en ambos mundos, el de la realidad y el de la imaginación, entre los que, sin embargo, hay comunicación: lo que sucede en uno puede tener consecuencias en el otro. En Alicia Rock, unos personajes están esperando que aparezca un chico en un lugar determinado para ponerle un libro al lado, y que al abrirlo ellos cobren vida y puedan contar esa historia. De acuerdo con el personaje que llega, es el cuento que van a contar. Y como la protagonista es María Eugenia Molinari (“Una Alicia Alicia”, bromea Presa), deciden dejarle Alicia en el país de las Maravillas. Para el director, “Alicia lleva a la ficción su personalidad. Y dicen que si está Alicia es divertida, valiente, decidida... las facetas de la realidad son las que el personaje lleva a la ficción. Se enfrenta a un montón de situaciones y ante todas reacciona de acuerdo con lo que trae. En la ficción uno se traslada con sus valores”, sostiene.
Lavini, por su parte, dice que también le gusta trabajar con la dualidad de planos de narración, ya que con el grupo Jorobados “empezamos a trabajar sobre los textos de Liniers pensando en historias como Alicia en el país de las Maravillas o El mago de Oz. Liniers es un mundo de fantasía en el mundo real, porque lo que dibuja de lo cotidiano es una cosa medio extraña entre los dos lugares. La historia la creamos partir de Los Macanudos, y surgió la posibilidad de que Martincito se fuera a vivir a su mundo imaginario”, por lo que para el director “el viaje que hace es muy parecido al de Alicia: va a buscar soluciones a un mundo imaginario desde su lugar real. Tiene algo que me gusta mucho de este tipo de historias, y que te quedan desde chiquito: el encontrarse con la fantasía hecha realidad”, aunque en la historia “ese viaje no sucede como algo totalmente feliz, no termina bien si Martincito se queda ahí. Uno vive en un mundo real, y necesita vivir ahí. Pero sí que busca y encuentra la solución ahí”, destaca.
Para contar sus historias se apoyan en la música, que ayuda a desarrollar el relato. En vivo en una, banda de sonido compuesta por Litto Nebbia en otra, acompaña y acentúa cada momento de las obras. “Cuando pensé en hacer una versión rock de Alicia pensé en un referente, y mi referente del rock es Nebbia”, deschava su edad Presa. “La música en la historia de La Galera Encantada siempre fue preponderante. Uno de los ejes narrativos pasa siempre por la música, incluso en obras en las que no hay canciones porque siempre hay climas, cosas que rodean. Es como si todo lo viviéramos con música... que de alguna manera lo hacemos”, apuesta, y Lavini sostiene que la música es un elemento central “a la hora de tener que comunicar cosas que tienen que ver con los sentimientos. Uno asocia directamente. Es muy básico, pero es así: la música te lleva a un nivel de emoción que si no está se crea un vacío. En Jorobados la música es más una consecuencia que un punto de partida, porque sentimos la necesidad de que aparezca por la forma en que se empieza a contar. Y ahí empezamos a probar con la música en vivo. Y nos gustó”, confiesa.
Trabajar en teatro para chicos fue una decisión que ambos tomaron para explorar profesionalmente un campo que según ellos está “bastardeado”, que el sentido común indica como de “tránsito” hacia los grandes tablados. “Ya hay discriminación cuando intentamos valorizar al teatro infantil comparándolo con el teatro ‘para adultos’. El teatro para chicos es teatro. Es para chicos porque el que viene a verlo es chico. Y punto. Yo no estoy pensado en que voy a poner una tela y no otra porque esa tela es ‘para chicos’. A veces querés partirle la cabeza a alguno... Que sea para chicos no quiere decir que sea para estúpidos. Hay diferencias en la estructura del relato y en cómo lo contás, pero temáticamente creo que no debería haber restricciones. Para mí es una cuestión de formato, cómo se lo presentás al pibe. ¿O un padre no habla con el hijo cuando se le muere una mascota? El tema es saber cómo se lo explicás”, analiza Presa, y Lavini concuerda: “Es una barrera que está bueno romper. Se puede hablar con los chicos de cualquier cosa si uno sabe hablarlo. Está bueno también como forma ideológica para plantearse hacer teatro”.
Y ese saber hablarlo es tener en cuenta quién está sentado en la platea. “Yo decidí hace 32 años formar un elenco de teatro para chicos porque es un terreno muy sincero, abierto, muy franco. El adulto se sienta a ver una obra que no le gusta y se calla, espera que termine y se va. Al pibe lo tenés que agarrar porque salta, corre, habla... es un terreno muy lindo para trabajar”, rememora Presa, y Lavini cuenta que ingresó en el teatro en un momento donde las propuestas –teatrales y tecnológicas– eran más numerosas. “La inquietud nuestra vino desde decir que hay tantas cosas hechas con tan pocas ganas... Nosotros hacemos teatro para chicos igual que cuando hacemos teatro para adultos. No hay diferenciación en formalidad del trabajo. Y coincido con Héctor en que tiene una adrenalina especial trabajar con chicos, porque el adulto no es demostrativo ciento por ciento con lo que le pasó, y el pibe es mucho más catártico. Eso genera un riesgo y un nivel de precisión que está bueno, que hace que el teatro esté mucho más vivo”, se entusiasma.
¿Tiene una función social el teatro? “El arte tiene siempre un rol social, y el teatro para chicos no deja de tenerlo”, analiza Lavini. “No tiene una misión educadora, creo que eso puede ser consecuencia de una obra, pero no tiene específicamente una función social. Sí la función de existir como arte y como alimento del espíritu. Esa es para mí la función del teatro”, concluye, y Presa coincide en que la educación “no puede ser el objetivo del teatro; ahora, si lo hace es otra historia”, y resalta que “lo que sí hay que entender es que nosotros estamos trabajando con espectadores que están en proceso de formación, y ahí hay una diferencia sustancial. Yo no puedo decir ‘pelotudo’ arriba del escenario, pero menos puedo hablar mal, utilizar mal el lenguaje, porque el espectador está en proceso de formación. Insisto: cree en lo que ve. A partir de eso, tenemos que tener mucho cuidado con lo que hacemos arriba del escenario, porque si no empezamos a no tener en cuenta para quién estamos haciendo esto”, concluye.
* Una historia Macanuda se presenta los domingos a las 17 y Alicia Rock los sábados y domingos a las 16, ambas en la Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131).
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