CHICOS › CóMO SUENA EL MUNDO DE LOS PIBES DE HOY
El mapa de la oferta musical infantil se caracteriza, desde hace unos años, por la diversidad: están los que proponen canciones para niños muy pequeños, los que buscan fusiones varias o revalorizan lo étnico y los que hacen música con historias y cuentos. Todo para descubrir.
› Por Karina Micheletto
¿Cómo suena el mundo de los nenes del siglo XXI? ¿Cuáles son las músicas de fondo posibles para esa película fantástica, desopilante, misteriosa, que emprenden día a día los más chicos? Las mismas, algunas, nanas que existen desde siempre, melodías populares pasadas de generación en generación. Distintas, otras, muy distintas, de las que musicalizaron los días y las tardes de los padres, allá lejos y hace tiempo. Con una diferencia importante, al menos: son canciones que se subieron al escenario, canciones para ser disfrutadas como espectáculo por un público que ya no está segmentado como exclusivamente infantil. Y si en tiempos de gripe A y consiguiente malaria de espectáculos de vacaciones la oferta de invierno fue escasa, lo que quedó, pasada la hecatombe de las vacaciones extendidas, fue la música que sonó en las casas, en los autos, en las compus, en los mp3. Y que suena en los oídos y los corazones de chicos y grandes por igual.
Mariana Cincunegui es una de las atentas buscadoras de las nuevas perlas del arte musical hecho para chicos, esas que no demarcan cercos etarios estrictos y que disfrutan chicos y grandes por igual. Es, también, una de las exponentes posibles de este tipo de músicas para oídos sin edad. Para comprobarlo, basta remitirse a discos como el reciente Alasmandalas, o a la recopilación de Mariana y los pandiya editada por este diario. O al ya legendario Piojos y piojitos 2, que será próximamente reeditado. ¿Quién dijo que los padres –o los tíos, o los vecinos– de los niños se tienen que perder esa versión coral de “Across the universe” de Lennon y McCartney, a cargo de los chicos de su taller, o la “Canción del garbanzo peligroso”, o la versión libre de “Tontos”, de Billy Bond y la Pesada del Rock and Roll, con Fito Páez como invitado?
“En algún momento los nenes vivían al margen del mundo de los adultos, les armábamos un mundo separado del nuestro –razona Cincunegui–. Regía eso del horario de protección al menor. Por ejemplo, a mí me mandaban a dormir. Hoy estamos todos más mezclados, los pibes se meten en un bar y toman un café. No sé si eso está bien o mal, digo que es lo que pasa. Grandes y chicos hacemos de algún modo una vida común, y eso incluye a la música. Lo mismo pasa con los programas de tele, con las películas. Ponyo es para todos, las pelis de Pixar también. Ahí es cuando se vuelven más potentes, cuando pueden ser compartidas, más allá de la edad.”
Claro que hay determinadas pautas que una música infantil debería cumplir, según la definición de Cincunegui. En principio, ser concebida como un hecho artístico. Como toda música, claro. “La música infantil es de gran riqueza, tiene que tener calidad, por supuesto, debe ser capaz de hablar sobre lo que le puede pasar a un nene y a un grande. Tiene que compartir vivencias”, define la cantante y pedagoga. De allí en más, las posibilidades son infinitas. Por eso sorprende que sigan apareciendo en el mercado, anunciados como gran lanzamiento infantil, discos que ponen una voz más o menos famosa sobre una pista básica con los clásicos de María Elena Walsh, en un “lo atamo con alambre” melódico en el que se escucha de fondo un marco teórico potente: “Total, son chicos...”
Es entonces cuando dan ganas de ir a desempolvar ese viejo long play (o clickear hasta encontrarlo en Internet, el lugar en el que viven los discos descatalogados) y recuperar aquel precioso María Elena de nosotros que grabó en 1981 MIA –Músicos Independientes Asociados–, con las voces de Verónica Condomí y Liliana Vitale, uno de los bellos homenajes a la gran señora de los chicos. O volúmenes como los Cuentopos de María Elena Walsh, donde música y relato guían la escucha en un viaje alucinante. Tanto, tanto más modernos que los “lanzamientos” actuales.
Para esas canciones del “total son chicos”, la música, docente y comunicadora Susana “Coqui” Dutto tiene un nombre justo: “canciones ñoñas”, las define. Son las que consideran que un chico tiene una capacidad de escucha menor y en esa subestimación dejan de lado el valor artístico y estético de la canción. Más provechoso que detenerse en los ejemplos –que están al alcance del oído entre los sonidos cotidianos que ofrece el mundo actual– resulta prestar atención a lo que debaten los intérpretes más interesantes de la música argentina actual para chicos (gente como Cincunegui, Dutto, Luis María Pescetti, Magdalena Fleitas, María Teresa Corral, Mariana Baggio, Raúl Manfredini, Malena Sosa Sacchi.) –y siguen ¡por suerte! las firmas– cuando se juntan para poner en común su preocupación básica: ¿cómo suena el mundo de los chicos de hoy?
El Momusi (Movimiento de Música para Niños), fundado por grupos como Los Musiqueros, Mariana y Los Pandiya y Caracachumba, y coordinado por María Teresa Corral y Daniel Viola, es la entidad que agrupa en la Argentina gran parte de las buenas propuestas infantiles, y que también genera espacios de formación y debate. El Movimiento Latinoamericano y del Caribe de la Canción Infantil trabaja en el mismo sentido, a partir de encuentros en distintos puntos del continente (el próximo se hará en México, en octubre). El Foro Latinoamericano de Educación Musical (Fladem) es otro espacio de debate y enriquecimiento en el que “militan” muchos músicos y pedagogos locales.
Dutto, profesora en la Licenciatura en Composición Musical de la Universidad Nacional de Villa María e integrante de estos tres espacios, narra la evolución de la música pensada para los chicos. “Originalmente la canción infantil está vinculada con el mundo del juego y con la posibilidad de enseñar cosas por medio de esa música y ese juego: sonaban para realizar determinadas tareas. Estas canciones eran sencillas desde el punto de vista rítmico o melódico, porque estaban en función de otra cosa, no era música para ser escuchada”, explica Dutto, haciendo una salvedad: “La mayor complejidad o simplicidad tiene que ver con las características mismas de la cultura, hay canciones que cantan los niños en Africa, y que tienen una gran dificultad rítmica para un adulto que nació en la Argentina, por ejemplo. Las canciones infantiles, como todo el arte, son una expresión de la cultura de cada pueblo y cada civilización”. “Cuando se comienza a hablar de canción didáctica, de música para enseñar, se intenta preservar aquellos valores de sencillez. Y en muchos casos lamentablemente se deja de lado el aspecto artístico, para priorizar sólo lo didáctico. Se olvida que la canción tiene que tener ante todo belleza, y el objetivo secundario desplaza al principal”, sigue explicando Dutto.
El punto de inflexión ineludible en la historia de la música para chicos es, por supuesto, la inmensa obra de María Elena Walsh. La señora de los chicos le dio vida a la mesa del té, le puso un sombrero de marinero al perro salchicha, un vestido de lata a la reina batata y sumó a esa poesía bellísima arreglos y orquestaciones a cargo de músicos “de grandes”, como Oscar Cardozo Ocampo o Castiñeira de Dios. Hubo otros que marcaron hitos en el mismo sentido, en otros lugares: Francisco José Gabilondo Soler, más conocido como Cri-Cri, en México; Teresita Fernández en Cuba. Artistas que ampliaron el panorama con una vuelta de tuerca, una mirada claramente distinta, proponiendo para el mundo infantil un tratamiento musical y estético del mismo nivel de profundidad que el de los adultos.
Mucho más acá en el tiempo, otro hito fue Piojos y Piojitos: música hecha por chicos y grandes –los chicos del Jardín de la Esquina junto a músicos como Fito Páez, Liliana Herrero, Daniel Maza o Beto Caletti–, de chicos y grandes (María Elena Walsh, Luis Alberto Spinetta o Moris) para chicos y grandes. De ese tipo de proyectos en adelante, hubo un mundo en constante crecimiento. “En este momento se considera que las propuestas para niños no son exclusivamente para ellos –sigue diciendo Dutto–. Hay una intención de captar a la familia de manera completa, con una gran diversidad de propuestas: los que proponen música exclusiva para niños muy pequeños, los que hacen fusiones con música folklórica, los que intentan revalorizar la música étnica, los que hacen rock para chicos, los que proponen ponerse en el lugar del niño con el lenguaje que ellos usan hoy, los que hacemos música con historias y cuentos”, enumera.
En ese gran abanico de propuestas hay brillos históricos como el del grupo Pro Música de Rosario, el conjunto dirigido por Cristian Hernández Larguía, que desde hace un par de décadas trabaja con el rescate de los cancioneros tradicionales. Y hay, también, un gran número de músicos “de grandes” que cada tanto hacen música “para chicos”. Leo Maslíah, por ejemplo, grabó junto con Pichi de Benedictis El tortelín y el canelón. ¿Canciones para niños?, en estilo Maslíah, claro. Del lado del Brasil, la lista de intérpretes da un poquito de envidia. Adriana Calcanhotto es una de las más conocidas –cuando graba para chicos se llama Adriana Partimpín–. Hay ejemplos históricos: los dos volúmenes de El arca de Noé, de Vinicius de Moraes, donde participa Jobim, por ejemplo. O la ópera para chicos Saltimbancos, de Chico Buarque. Y también Rubén Rada, y Joan Manuel Serrat, y Miguel Bossé, y Bob Dylan, por citar algunos, se han puesto a cantarles a los niños. Para eso son músicos.
De un tiempo a esta parte, la música para chicos se subió al escenario. La idea de ir a un concierto para niños no existía pocos años atrás. “El teatro para niños está más instalado, pero ir a escuchar música para niños.. . Eso sí es nuevo, de no más de diez años a esta parte”, describe Dutto, desde su experiencia en el grupo La Chicharra o su actual búsqueda solista. La música cordobesa pone un ejemplo que ilustra cierto estado de la cuestión: “Las editoriales tienen especialistas en literatura infantil, es una rama que tiene su tradición. En las discográficas, en cambio, no existen especialistas de música para chicos” (nota de la cronista: de la música para grandes tampoco hay mucho, pero ése es tema de otra nota).
En la Argentina, el sello Gobi Music es el único que tiene un catálogo de música para chicos desarrollado (editó a Pescetti, Fleitas, Dutto, el Pro Música de Rosario, Al Tun Tun, Teresa Usandivaras, El Murgón de la Esquina, entre otros). Otra opción es hacer uso del “Delivery de Música” que ofrece el sitio del Momusi (www.momusi.org.ar), con envíos a todo el país. Con trabajos editados en la mayoría de los casos en forma independiente, los mejores discos para chicos no siempre se encuentran en las bateas de las cadenas. Lo cual es un simple detalle: si hay algo que los chicos tienen de sobra es curiosidad. El desafío, para los grandes, es largarse a buscar con ellos.
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