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Sábado, 21 de diciembre de 2013

CHICOS › ROMPECABEZAS, HERMOSO LIBRO DEL ILUSTRADOR DIEGO BIANKI

La plástica en trama poética

 Por Karina Micheletto

Las caritas se suceden, algunas pequeñas, otras más grandes, todas formadas a modo de rompecabezas. Cuando se observa más de cerca, se descubre que son pequeñas cajitas primorosamente pintadas, acomodadas de un modo u otro, una a una, que van formando algo que las trasciende. Y también van diciendo algo. Que todos somos tan diferentes. Que todos somos tan parecidos. Que somos parte de algo mucho más grande. Que todos estamos hechos de polvo de estrellas. Página a página, Rompecabezas, el hermoso libro que el ilustrador Diego Bianki editó por Pequeño Editor, abre capas de sentido mientras despliega caras, caritas y carotas de todo tipo. El libro logra algo no tan frecuente en tiempos de furor por los libros álbum: que un bello trabajo plástico, de ilustración y de edición, sostenga también una trama poética. Y en el final tira la pelota al lector, para que ponga manos a la obra con sus propios rompecabezas.

El germen de Rompecabezas, cuenta Bianki en diálogo con Página/12, se remonta a 2010, en una performance organizada a través de Pequeño Editor, la editorial que el ilustrador codirige, para la cual convocaron a narradores, poetas e ilustradores, a trabajar en vivo realizando un rompecabezas gigante –¡con piezas de dos metros de ancho por cuatro de largo!– para promover la interacción entre la lectura, la escritura, la plástica y el juego. El evento se llamó “El arte desarma tu cabeza”, ya se replicó en ferias de libros y eventos culturales en Barcelona, Chile, Uruguay, y espera su continuidad en Venezuela, Nicaragua y Colombia. “Me di cuenta de que esa idea podía cambiar de escala, e inspirado por el lema de las tres R (Recuperación, Reciclado y Reutilización), me puse a coleccionar cajas pequeñas de todo tipo. Del conjunto de esos objetos se forman diferentes personajes, que a su vez se transforman en letras o escenarios, construidos para contar una historia donde las imágenes (siempre fragmentadas como en un rompecabezas), narran un relato vinculado a temas como la tolerancia y la diversidad”, cuenta.

Para este trabajo, Bianki recicló algo más de 150 envases de fósforos, palillos, lámparas, té, pasta dental, medicamentos, entre otras posibles “cajitas”. Multiplicadas por los seis lados que posee cada caja, fueron unas 900 caritas pintadas, con las cuales construyó tres kits básicos de rompecabezas que terminaron por formar las ilustraciones de las 64 páginas del libro. El proyecto llevó cuatro intensos meses de trabajo, “con sus días y sus noches”, recuerda Bianki. “Me gusta mucho que en mi trabajo quede espacio para que el azar intervenga y me sorprenda, de modo que no todo estaba calculado. La construcción de este libro se dio de manera muy lúdica, jugando con las piezas del lenguaje. Hay una historia que deja lugar para que el lector complete aquellos posibles ‘espacios vacíos’, y sí, creo que eso lo acerca más a un relato poético que a un relato tradicional”.

Sobre la mirada del editor y la del dibujante (heredada en gran parte de la historieta y del cine, dice el autor), Bianki destaca que ambas intervienen en lo que llama “el tempo” del relato visual, “su relación con el texto del libro y la puesta en página de ambos”, describe. “Ambas miradas me ayudan a generar los distintos tipos de climas que el libro necesita, resaltando a través de este tempo algo en particular, o bien rompiendo el ritmo de lectura y el clima para generar una sorpresa en el lector”, marca.

En la reciente edición del Filbita, el Festival de Literatura para chicos, el libro y el taller Rompecabezas se destacaron en el trabajo alrededor del tema de los derechos del niño. “Las devoluciones son sorprendentes”, cuenta el ilustrador. “Sin ir más lejos, hace unos días recibí a través de Facebook un mensaje y fotos de una docente del Brasil, que hizo una experiencia a partir de la actividad de taller planteada al final del libro, con niños que han vivido en pequeñas comunidades en la selva y que ahora están en San Pablo”. El final del libro al que alude Bianki es un espacio abierto para la creación: una vez finalizada la lectura, los rompecabezas serán los que cada uno imagine.


Papando Moscas, “la más poderosa banda de rock para chicos”, cierra el año en el anfiteatro del Parque Centenario, dentro del ciclo AMIA para chicos. Mañana, a las 17, Leopoldo Marechal y Lillo, ¡gratis!

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