Sáb 28.12.2013
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CHICOS › SERIES ANIMADAS BAJO EL SIGNO DEL NUEVO SIGLO

Dibujar nuevos escenarios

Cartoon Network le da una vuelta de tuerca a la enérgica animación para chicos: Hora de aventura, El increíble mundo de Gumball y Un show más renuevan la propuesta con dosis de metamensaje, retromanía, modernidad digital, absurdo y una bienvenida inocencia.

› Por Federico Lisica

Algunos meses atrás, la compañía Time Warner decidió eliminar de una colección de Blu-Ray algunos capítulos de Tom y Jerry por considerar que sus historias tocaban “cuestiones raciales sensibles”. A saber: el trazo grueso en estereotipos de negritud con el ama de llaves a la que sólo se le veían sus sandalias y grandes brazos y un episodio en el que al ratoncito le teñían su cara como lo hacía el cantante Al Jolson. La decisión movilizó una serie de críticas que iban desde la objeción a tocar un clásico hasta querer ignorar que esos prejuicios justamente estuvieron allí.

El episodio sirve para instalar un interrogante: ¿cómo serán vistos dentro de medio siglo los capítulos de las series animadas más exitosas en la actualidad? ¿Generará polémica que una máquina expendedora de golosinas intente ponerse de novio con una universitaria? ¿Que un gato y su padre sean adictos a los celulares y videojuegos? ¿Y qué sucede con ese niño que sólo tiene la amistad de su perro que toma formas descomunales? Todas escenas de programas como Un show más, El increíble mundo de Gumball y Hora de aventura de Cartoon Network (de lunes a viernes a las 11, los sábados a las 15 y maratones cada domingo, desde las 12). Son series con referencias directas a lo que las plataformas digitales ofrecen (videojuegos e Internet), pero muy influidas por el pasado del género. Se percibe el pastiche visual de Las chicas superpoderosas, el desprejuicio temático –en apariencia naif– de Bob Esponja, también del grotesco que la animación ofreció en los ’90 (Ren & Stimpy, La vida moderna de Rocko), hasta la sátira y anarquía contenida de los grandes clásicos de la animación (Chuck Jones, Friz Feleng, Tex Avery, entre otros). Son series con predominio del estilo pop y con uso de una paleta visual entre retro y básico. El gran diferencial son sus tramas como trampolín a la psicodelia y zambullidas de ternura. Por todo lo dicho, las series apuntan a conquistar a chicos, adolescentes, adultescentes y adultos. Y vaya si lo logran. Basta pararse frente a una comiquería con todas sus chucherías, escuchar los comentarios en un jardín, ver las mochilas decoradas de teenagers, escuchar los ringtones en un colectivo, para entender que algo ha cambiado a nivel de la animación.

Con estética similar a los muñecotes que decoran los murales porteños, Hora de aventura tiene como protagonista a Finn, un niño de doce años encerrado en su propio Neverland: la tierra de Ooo. Su mejor amigo es Jake, un perro sabelotodo con voz de fumador que tiene la capacidad de crecer como plastilina y le gusta tocar la guitarra. Hay una corte de personajes secundarios colorinches (la vampiresa Marcelina, la ¿unicornia? Arco Iris, Dulce Princesa, Rey Helado), y lo que se destaca en la creación de Pendleton Ward es la simpleza de un universo absolutamente desbocado. No se sabe si todo pasa en la mente del niño de capucha con forma de oso (algunas teorías en Internet hablan de que el desdentado espadachín en realidad está en coma, otros que está en un juego de rol con su padre) y en definitiva no importa demasiado. Pendleton dijo basarse en Hayao Miyazaki, Bill Murray y hasta en Los Simpson para darle una lógica interna a su relato. Tan surrealista y cercano a lo que puede hacer un chico munido de miles de plasticolas de colores. Inocente y bestial al mismo tiempo, canchero con sus sonidos de ukelele y sus productos peluchines aptos para el merchandising, Hora de aventura es el plato fuerte en el prime time de la señal. Al furor generado en tres años, lo acompañó la viralización 2.0 (de hecho sus capítulos duran poco más de diez minutos) y posiblemente sea el gran hito dibujeril de estos tiempos.

¿Qué sucedería si los Kalkitos fueran el decorado para que un gato y su fauna se dedicaran hacer lío? El increíble mundo de Gumball impresiona por su puesta en escena retromaníaca (animación por ordenador, stop motion, animación tradicional y fotos fijas) y afición al descontrol. La trama de un capítulo puede servir para ubicarse en su órbita: Gumball ocasiona toda una serie de problemas por abusar de un celular, deja mensajes a quien no debe, apreta botones fantásticos y debe enmendar sus errores jugando a un arcade similar al Space Invaders. Entre esas múltiples referencias ochentosas habita este felino hijo de padres hipercompetitivos y cuyo mejor amigo es un pececito llamado Darwin.

Hijo de la procastinación y de todo lo que se puede hacer en el tiempo libre, Un show más presenta a dos Beavis & Butthead en versión animal. Mordecai es un pájaro de casi dos metros y Rigby es un mapache. Los dos son veinteañeros que están obligados a trabajar en un parque, pero evitarán hacerlo. Así se embarcan en una amplia gama de situaciones ridículamente entretenidas junto a su jefe –una máquina expendedora de golosinas– y Papaleta, un hombre con cabeza de chupetín. “Un show más domina con naturalidad temáticas referidas al crecer y sus incomodidades”, definió Hernán Panessi en el Suplemento No. Humanos, animales y cosas se tratan por igual, además de hacer el mismo tipo de estupideces. Cada episodio destila mucho metamensaje, diversión y una excelente banda de sonido a cargo de uno de los músicos de Devo.

La aún inédita Grojband (desde el 6 de enero, de lunes a viernes a las 17) también se mete de lleno en el mundo del rock. Seguirá a Corey y a su banda de garaje que quiere triunfar. ¿Cómo? Robándole el diario íntimo a su hermana para usar la temática de sus textos. Así es: lo peligroso, lo infantil, lo indie, lo exaltado, la importancia de la amistad y el sinsentido son la fórmula de estos Peter Pan del nuevo milenio.

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