CHICOS › CINCO ESPECTACULOS INFANTILES REALIZADOS POR COREOGRAFAS
A todo vapor, El redondel, La Cenicienta, Amorcitos y A las cuatro buscan “formar espectadores de danza”, demostrando que no todo en el género infantil pasa por el texto o el humor.
› Por Alina Mazzaferro
Entre el abanico de obras para chicos que ofrece la cartelera porteña en estas vacaciones, hay un grupo de espectáculos que se destaca entre esa montaña homogénea de ofertas. Se trata de propuestas basadas en el movimiento, a cargo de directores coreógrafos: A todo vapor, de Teresa Duggan, El redondel, de Patricia Dorín y Marta Lantermo, La Cenicienta, ballet adaptado por Liliana Belfiore, Amorcitos y A las cuatro, ambas de la dupla Mecha Fernández-Rony Keselman, son algunos de los títulos que dejan la palabra en segundo plano para comunicar y divertir a través del cuerpo. Reunidos por Página/12, Duggan, Belfiore, Fernández, Keselman, Dorín y Lantermo –quienes se reconocen como “pioneros” en este fenómeno infantil/coreográfico– intercambiaron sus experiencias y encontraron que trabajan con objetivos comunes: todos intentan ofrecer espectáculos “que no caigan en la fórmula”, conformados tras un proceso de investigación, “sin subestimar al público infantil” y para todas las edades (“entretienen también a los padres”, dicen ellos), ya que “cada cual hará su lectura de acuerdo con sus posibilidades”. Y, detrás de la misión de brindar entretenimiento, al cabo subyace una más profunda: “Formar espectadores de danza”, disciplina respecto de la cual encuentran que “hay mucho prejuicio, sobre todo en el público adulto”.
Teresa Duggan es coreógrafa y hace tiempo que viene trabajando junto a grupos infantiles como La Pipetuá, Al Tun Tun y 5Encantando. Un día tuvo la necesidad de hacer su propio espectáculo para chicos, basado en el trabajo corporal y su relación con diferentes objetos. Así nació A todo vapor, la historia del trencito Zig Zag que recorre un mundo de países imaginarios al ritmo de Puccini, Strauss y Tchaikovski. “Uso música clásica porque transporta a los chicos y a los grandes a lugares inesperados y, al mismo tiempo, comprobados, porque por algo son clásicos”, explica la creadora. También Liliana Belfiore recupera la música y la danza clásica en La Cenicienta, un ballet en el que –para facilitar la comprensión de quienes nunca han visto tutús ni chicas sostenidas por zapatillas de punta– los personajes hablan y cantan. “La coreografía es la de Petipa adaptada”, comenta la directora. “Mi versión para niños está ejecutada por chicos y adolescentes, alumnos de mi escuela (Michel Borovsky) y algunos bailarines invitados, como el primer bailarín Pablo Aguilera”.
Si Belfiore trabaja para acercar a los más bajitos a “la magia del ballet”, Patricia Dorin y Marta Lantermo intentan introducirlos a la danza contemporánea. En El redondel, las bailarinas –miembros de la compañía de danza de la UBA– trabajaron con pelotas, rodillos, objetos inflables y aros de grandes dimensiones: “Fue como jugar en un pelotero para grandes”, afirman las creadoras, que consideran que la capacidad de juego “no es sólo de los chicos”. De forma similar, Rony Keselman y Mecha Fernández se abocaron en 2002 a crear una obra “teatral-corporal-musical” y así nació Amorcitos (que actualmente sigue en cartel, ver aparte). Una vez que encontraron un lenguaje común, la coreógrafa y el director se embarcaron en A las cuatro, una pieza que, a través del movimiento, recupera en cuatro cuadros las diferentes esferas de la vida que pueden ser organizadas “de a cuatro”, como las estaciones, los puntos cardinales o las etapas biológicas del ser humano. “Fue un trabajo muy largo y arduo, pero si uno quiere investigar nuevos movimientos eso lleva tiempo”, explican los creadores.
–¿Qué elementos debe tener una obra coreográfica destinada a los niños? Por ejemplo, ¿es el humor indispensable?
Marta Lantermo: –El humor es un condimento interesante para los chicos, pero no indispensable. Nosotras en El redondel trabajamos con escenas de abstracción pura: eso no da risa, pero los chicos quedan como hipnotizados.
Patricia Dorín: –Hay mucho prejuicio con respecto al teatro para niños. Se cree que debe tener ciertos condimentos, determinado tipo de música. Pero yo no creo en las recetas.
Rony Keselman: –Nosotros hicimos un cuadro sin música. Los chicos vienen muy sobreestimulados por sonidos; entre tanta polución sonora, hacer esto fue todo un desafío.
Teresa Duggan: –También hay mucho prejuicio con respecto a los espectáculos sin texto. A todo vapor está basado en imágenes, movimiento, poesía; la palabra no hace falta.
Liliana Belfiore: –El ballet es eso: un arte que no tiene texto, que apela a lo visual. Y los niños se quedan fascinados con ello.
Mecha Fernández: –Sin embargo el ballet no tiene un texto parlante, pero sí una narración...
–Teniendo en cuenta el proceso corriente en los espectáculos infantiles, ¿fue necesario diseñar una historia, con una moraleja, durante el proceso de trabajo?
L. B.: –En los cuentos tradicionales como los yo que trabajo la moraleja siempre está. En La Cenicienta el mensaje es esperanzador: ella espera que su circunstancia cambie y logra cambiar su destino.
R. K.: –Nosotros creamos una historia con un conflicto. Lo interesante acerca del mensaje o las moralejas es ver cómo, sin buscarlas, se encuentran. Cuando terminamos de montar A las cuatro nos dimos cuenta de que estábamos hablando de los miedos, sin habérnoslo propuesto.
–¿Consideran que están formando futuros espectadores de danza?
M. L.: –Sí. La gente tiene bastante prejuicio con la danza. Si es danza “es para nenas y es aburrido”. El público de la danza sigue siendo reducido. Es bueno que la gente vea el espectáculo, se dé cuenta de que es danza y le guste. Significa abrir el camino, ampliar la base, para que los niños crean que ir a ver teatro, música o danza es igual de interesante.
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