CHICOS › MARIANA RUIZ JOHNSON Y SU VERSION DE BLANCANIEVES Y LOS TRES CHANCHITOS
› Por Karina Micheletto
Nada más fértil que los clásicos, también en el terreno de la literatura, para volver sobre ellos una y mil veces, de una y mil maneras diferentes, y seguir descubriendo lo que todavía tienen para decir. Estos dos cuentos viejos, muy viejos, vuelven ahora de maneras muy novedosas y, por cierto, con gran belleza visual. Los Tres Chanchitos y Blancanieves regresan de la mano de las ilustraciones de Mariana Ruiz Johnson, con un particular formato alargado en el caso de la historia de princesas de los hermanos Grimm, y como un libro que guarda todo el texto al final, dejando avanzar sólo la plástica, en aquella fábula moral que machaca sobre el valor del trabajo, el esfuerzo y demás cargas sociales de la humanidad.
La editorial UnaLuna encargó la idea a Ruiz Johnson, quien desplegó su estilo cargado de detalles, simple y a la vez de gran elaboración, con pequeños guiños aquí y allá, que dotan de humor, ternura y hasta de posibles historias paralelas a la historia principal. El libro de los chanchitos, pensado para los más chiquitos, está resuelto como una suerte de moderno kamishibai, en una hermosa edición de páginas duras que al final trae una doble página desplegable, como una gran solapa en la que recién aparece el texto. Esa última página puede ser doblada y el cuento puede ser leído en voz alta, mientras las ilustraciones se van viendo hacia el otro lado.
“Tuve en mente dos tipos de lecturas posibles para ese libro: la primera, la de la madre o el padre, contando el cuento a su hijo en la cama, ése es el que vivo en mi casa todas las noches: allí el chico puede ver bien los detalles y está prestando atención mucho tiempo a la imagen”, cuenta Ruiz Johnson sobre el modo en que planteó su trabajo. “Y la otra lectura es la que puede darse en un contexto de grupo, en un jardín, por ejemplo, donde ese nene va a tener una visión un poco más alejada de la imagen. Entonces, busqué que en cada página hubiera, por un lado, un impacto visual fuerte, y, por el otro, mucho detalle, para el momento de ver de cerca”, concluye la ilustradora y mamá de Pedro, de tres años.
En el caso de la larga y flaca Blancanieves –46 centímetros de alto y 12 en su base–, el desafío de la ilustración fue, justamente, hacer uso adecuado de ese particular formato. “Las composiciones fueron difíciles con esas medidas, pero traté de aprovecharlas a mi favor”, sigue Ruiz Johnson. “A la hora de componer, la distribución de las páginas la armé yo y pude decidir cómo iba a fragmentar la historia; tuve muchísima libertad”. El final de este libro desplegable, que se abre como un bandoneón, es una imagen enorme que ocupa varias páginas y, nuevamente, cargada de situaciones y detalles. El resultado es, en sí mismo, todo un cuento aparte, una continuación del final. “Me encantó resolver esa escena, me propuse aprovechar todo ese espacio. Traté de hacer una escena bastante completa, que no tuviera un único primer plano, para que el chico pudiera mirar un territorio muy vasto”, explica la ilustradora.
En ese vasto territorio en el que hay princesas y brujas, príncipes y enanos, castillos y bosques lejanos, zorros hambrientos y también chanchos de los más trabajadores y de los más tentados por la siesta, hay lugar para libros también vastos, como éstos.
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