CHICOS › LITO CRUZ, “EN EL PAIS DEL PERBRUMON”
La obra que presenta en la sala Carlos Carella aborda la integración y la lucha contra la discriminación, y lo hace desde una decisión particular: el elenco está conformado por actores con diferentes discapacidades. “El teatro debe ser compañero de ruta de la educación”, dice el actor.
› Por SEBASTIAN ACKERMAN
En su larga trayectoria sobre las tablas supo ser –entre otros– el Rey Lear, Juan Moreira y San Martín, y dirigir obras de Mauricio Kartun, Griselda Gambaro y Neil Simon, por sólo nombrar a algunos. Y ahora Lito Cruz empezó a incursionar en otra rama teatral: los espectáculos infantiles. Es el director de En el país del Perbrumón, muchos cuentos en un cuento (que se ofrecerá desde el próximo sábado, los sábados y domingos a las 17, en la sala Carlos Carella, Bartolomé Mitre 970), una comedia musical que, poniendo en escena a personajes de distintos cuentos tradicionales, trata el tema de la integración y la lucha contra la discriminación. “Hay discapacidades que son evidentes, como la ceguera o la sordera, en las que el organismo empieza a compensar y a luchar para vencer esa discapacidad; pero cuando las discapacidades no son tan evidentes como la envidia, los celos, la ambición, es una discapacidad respecto de la convivencia y la sociedad”, dice Lito Cruz en la entrevista con Página/12.
“Es un espectáculo que tiene una filosofía detrás: la discriminación existe, porque si no no sabrías con quién ir a tomar un café”, explica. “Pero la integración en distintos grupos, con gente que tiene lo que nosotros llamamos discapacidades diferentes es la única forma de que la discriminación no tenga el protagonismo, sino que lo tenga la integración”, reflexiona. En el elenco de la obra (en la que aparecen la Cenicienta, la Bella y la Bestia y la Bella Durmiente, y que tiene canciones de Patricia Sosa y Alejandro Lerner y coreografías de Ricky Pashkus y Pedro Frías) hay actores ciegos y sordos, y la puesta en escena prevé esta característica también en la platea: sobre el escenario, la sombra del personaje es un actor que narra la historia en lenguaje de señas, y hay un relator que cuenta lo que sucede para los ciegos. Pero Lito Cruz asegura que “la gente se emociona y no se da cuenta de que hay ciegos. Los incorpora porque la historia les empieza a interesar. Me preocupé mucho para que sea un espectáculo de un buen nivel profesional, para que la discapacidad no esté en primer plano. Hay que bailar, cantar, actuar y reaccionar con la mayor verdad posible. Es bien profesional, y puede competir con cualquier espectáculo musical familiar”.
–¿Por qué es bueno que los chicos vayan al teatro?
–El teatro te lleva a vivir otra experiencia y a salir un poco de la limitación de la vida cotidiana, que aparece a veces mediocre, frustrante. Yo tengo la idea de que uno no tiene que formar actores, tiene que formar espectadores porque ellos les van a dar a los actores la posibilidad de serlo. Porque los chicos no tienen que sólo ver teatro sino también participar del fenómeno, y ese interés después alimentará al teatro independiente, al comercial, a la televisión... Hay que interesarlos no solamente en la actuación, sino también en la reflexión de lo que pasa sobre el escenario y en la platea, trabajar un poco más en el teatro para chicos, y sobre todo hacerlos participar, porque el chico en la platea participa también. En Perbrumón deciden algunas cosas de la obra: si a la hechicera hay que reincorporarla o no, porque después de sus maldades la dejan como de lado... cosas que yo fui descubriendo sobre la marcha, que no estaban planeadas en la puesta original.
Luego de pensar un momento, Cruz amplía: “Que los chicos vayan al teatro es fundamental para su educación, para su formación. Yo creo que el teatro debe ser compañero de ruta de la educación. Sobre todo porque nosotros, de alguna manera, nos educamos en aquella época en la que había ideales que estaban puestos en el teatro, y con el teatro nos acompañábamos. Son formas de pensar el mundo y la vida. Pero con los años el teatro fue reprimido casi siempre, porque el teatro es revolucionario, despierta conciencias si tiene una dirección, y de alguna forma es ver la realidad de una manera que no te la da ni la televisión ni los gobiernos de turno”, argumenta.
–Habiendo dirigido teatro para adultos, ¿qué particularidades fue encontrando en las obras infantiles?
–Hay detalles que los fui descubriendo de a poco, como que el chico no está tan familiarizado con la música del idioma: hay que hablar más claro y ser más explicativo para que no tenga el problema de no entender. Pero no tiene que parecer forzado ni no-creíble. Hay que trabajar para el chico más pequeño, para los de 5, 6 años. A partir de eso, los demás entienden bien. Otro asunto es que no ven a alguien interpretando un personaje, sino que ven al personaje en sí. Y si es malo no lo pueden ni ver, como a la hechicera. Se identifica al actor con el personaje, y yo trato de romper esa identificación –por eso los actores mueven las columnas sobre el escenario– para que vean que es teatro, porque es un peligro la identificación, es muy primario. Recuerdo obras en Berisso en las que gente grande quería fajar a los actores...
–¿Lo cambió en algo trabajar con discapacitados?
–Me interesa el humor que tienen sobre sí mismos. Es muy interesante. Y también me di cuenta de que cuando trabajás con ellos, al incorporarlos al trabajo, te hace pensar que si rechazás un defecto de alguien, de alguna manera, en algún lugar, vos lo tenés. Uno puede renguear en bondad. La ceguera de Edipo no es que no ve con los ojos: hay cegueras que enceguecen en aspectos no visuales. Todas las discapacidades evidentes tienen una connotación no evidente. Lo que uno tiene que ver es por qué se produce en mí el rechazo, no ver al rechazado. Shakespeare dice que guardar rencor es como tomar veneno; y uno cree que el que se va a morir es el otro.
Lito Cruz cierra la entrevista con una anécdota: “El humor que tienen es maravilloso. Una vez, en los ensayos, estaba tan metido en la obra que le dije ‘¿No ves dónde caminás?’ y me respondió ‘y... no, Lito. Soy ciego’, y se rió”, cuenta, y él también se ríe.
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