RADIO › TOM LUPO Y SU DEFENSA DE LA PALABRA EN EL ESPACIO RADIOFONICO
“La radio es un fenómeno misterioso, todavía no lo entiendo del todo”, dice este “obrero del lenguaje” acostumbrado a usar sus cuerdas vocales como instrumento para generar cosas del otro lado del parlante de sus ciclos El pez náufrago y En mi propia lengua.
› Por Facundo Gari
Tiene más de una decena de oficios, pero él se dice un obrero del lenguaje. Y quizá sea la mejor definición de poeta. Hace tanto que lo llaman Tom Lupo –link a su periodista favorito, Tom Wolfe– que para pronunciar el nombre en su DNI tendría que usar un registro cavernoso. En eso es un maestro (y ha sido docente, por cierto): en el arte del decir, en el de amasar palabras con sus cuerdas vocales, una garganta como de Coco Basile barnizada con guitarra y miel. Ningún amigo se confundiría de identikit mental si él, en la calle, le gritara “¡Cacho!”, salvo que al fulano de espaldas le dijesen Pepe, y en ese caso no serían tan amigos. No hace mucho tiempo que su cara aparece con frecuencia en los dorsos de los colectivos, en una ficción televisiva (recientemente actuó en Santos y pecadores) o en algún panel, en el que le lanzan el parecido con Julián Weich o a Manolito; pero hace unos treinta años que su tonada pilla y amiga –acaso una huella amable de Charata, ciudad en la que nació en 1945– perfuma las habitaciones de más o menos oyentes, radio mediante. “La radio es un fenómeno misterioso, todavía no lo entiendo del todo”, otorga. La actualidad lo encuentra por exitosa partida doble: de lunes a viernes de 23 hasta la medianoche en Radio Del Plata (AM 1030), en El pez náufrago (junto a Gabriela Borrelli y Dulce Mattia), una de las poquísimas emisiones dedicadas a la poesía; y los domingos de 17 a 19 en Radio Nacional (AM 870), en su ya clásico En mi propia lengua (en compañía de Borrelli y Mosquito Sancineto), programa vindicatorio del arte y la cultura argentinos y latinoamericanos.
Al nombrar a Lupo, la devolución frecuente es un listado de bandas locales: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Sumo, Soda Stereo, Los Fabulosos Cadillacs, Los Ratones Paranoicos, demos y móviles en vivo que prologó y propagó en el éter durante media década del ’80. Fue en el ciclo Submarino amarillo, a partir del volantazo que pegó la última dictadura cívico-militar para generar patriotismo sonoro en el contexto de la guerra de Malvinas. Suele haber un balbuceo de diván o el más raso hiato hasta el segundo racconto, el de los poetas que ha difundido y todavía difunde: Juan Gelman, Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Alejandra Pizarnik, Macedonio Fernández, hacedores de esos versos que piden un segundo para discernirlos, mimos, piñas o un saque de ambos. En la radio o al micrófono de algún bar, Lupo les mete una actitud seductora, publicitaria y rocanrolera, y por eso sus producciones parecen el eslabón perdido entre el magazine y el radioteatro.
–¿En qué momento se le despertó esta pasión por la poesía?
–En el colegio me usaban en los actos para recitar. Cuando se jubiló la directora, me hicieron leer “Adiós a la maestra”, de Almafuerte. Después, mi viejo compró una colección de libros buenísima, con muchos poetas. Pero el hecho determinante fue que tuve de profesor a Haroldo Conti en la secundaria. Tenía quince años, hacía tres que me había mudado de Chaco a Buenos Aires con mi familia. Sólo nos leía libros de literatura latinoamericana. Y después de clase, anotaba los libros que me decía. Yo venía muy colonizado y él me mostró una literatura maravillosa.
Siempre que sea “buena poesía”, puede leer al aire a Cortázar o a un autor menos reconocido, como Jorge Leónidas Escudero, “un sanjuanino de 94 años que hasta los 51 fue minero, que buscaba oro hasta que dijo: ‘El verdadero oro está en las palabras’”. Al hablar de la “repercusión” de El pez náufrago, menciona a los radioescuchas que llaman y, por saludo, dejan en el contestador composiciones propias o ajenas. Claro que eso es admirable cuando aún predomina la “banalización” en los contenidos y cuando cada tanto aparece otro vidente que le pone al dial fecha de vencimiento (y van...). “Gracias a que Del Plata tiene muchas repetidoras en FM en el interior, el programa se transformó en multitudinario”, dice. Así conoció a Escudero, en la voz de un oyente. Y tanto le copó que en diciembre pasado, durante la quinta edición de los Premios Construyendo Ciudadanía en Radio y Televisión (de la Afsca), desempolvó el poema “La medecina” en el estrado en el que acababa de ser galardonado En mi propia lengua. Ahora lo recita de memoria: “Les diré que me encuentro adolorido por mujer que me desposeyó de ella”.
–Usted memoriza mucho. La memoria tiene mala prensa en la educación: dicen que no sirve porque a la larga se olvida, que mejor es interpretar. Pero la relectura otorga matices que la lectura pasa de largo. Y memorizar no es menos trabajoso. Podrían ser ejercicios complementarios, ¿no le parece?
–Absolutamente. Me pasó con Borges, un poeta con el que tenía ciertos prejuicios hasta que empecé a leerlo despacito, repetidamente. Descubrí que es uno de los más grandes de la historia. Un poema que me quedó impregnado es “La lluvia”. Encontré cinco o seis poemas sobre la lluvia, pero ninguno como el de Borges. Es casi una perfección. Tiene la siguiente característica: parece una lluvia de verdad, pero vas descubriendo que él la inventa para encontrarse con el padre muerto. Y tiene una frase secreta en el medio que dice: “La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado”. Le doy dos significados. Primero, el de mi vida: con esa frase, recuerdo cuando descubrí la lluvia. Era un chico, me mojaba y le pregunté a mi padre qué era eso. Ahora la lluvia se transformó en un inconveniente, en la necesidad de un paraguas. Segundo: cuando Borges dice que la lluvia sucede en el pasado es porque en el final del poema habla de un patio que ya no existe. La poesía es también una recreación de lo perdido en lo real.
La charla se desvía hacia las “diferencias ideológicas” con respecto a Borges. Lupo asocia a veces sin que medie pregunta, tal vez porque hacer radio se trate de suponer la duda del otro lado, tal vez porque lo mismo valga para ejercer el título en psicología, logrado cuando todavía era Carlos Luis Galanternik y se codeaba con el Grupo Cero. “La poesía está más allá de las ideologías. Hay grandes poetas que se comprometieron con ella tanto en la escritura como en la militancia, como Raúl González Tuñón o Paco Urondo. Alguien dijo que es un arma cargada de futuro.” Y ahí sí mete uno de sus silencios milimétricos. “Llama gente que dice que había dejado de escribir poesía. Esa es una gratificación enorme para el supuesto emisor jerarquizado. La fatal sensación de que sos útil... Que un tipo vuelva a escribir motivado por un programa de radio te hace sentir que no todo está perdido en los medios.”
–¿Por qué cree que dejan de escribir esos que vuelven a hacerlo?
–Freud decía una ironía sobre la escritura en la adolescencia: es el amor, la pasión, la que te hace escribir al principio, y los verdaderos escritores son los que siguen. Los grandes poetas dicen que les es imposible no escribir poesía. Una medida para saberse poeta es que no podés evitarlo. Pero se deja de escribir y de leer por la rutina. La mayoría de los poetas, en distintos momentos de su escritura, dan a entender que el ser humano tiene al nacer todos los saberes potenciales y que la “educastración” nos quita sabiduría a fuerza de “no podés”. Neruda decía: “Así vuelvo a mi casa, a mis deberes, más ignorante que cuando nací”. Y Freud afirmaba que había que escuchar con más atención a los pibes de veinte porque no estaban embrutecidos por el trabajo. Después hay cierto prejuicio que asocia la poesía con lo aburrido.
–¿Cómo es eso?
–Un poco de culpa tienen los malos difusores de la poesía, que piden permiso para leer un poema como si pidieran aburrirnos un rato. Cuando leo un poema, lo hago con alegría. ¡Señores, la poesía es la condensación de la sabiduría! Heidegger la defendía como uno de los pocos caminos con personalidad propia, que no tiene que pedirle permiso a ninguna ciencia. La poesía es una cosmovisión independiente. Rimbaud tiene un libro que se llama La alucinación del instante y ésa es una gran definición de la poesía, porque el poeta alucina en un momento lo que a la ciencia le lleva treinta años. El dijo “yo es otro” a sus dieciocho años, cuarenta antes que Lacan. Los poetas logran las mejores metáforas. Por ejemplo, Leopoldo Marechal tiene una especie de aforismo que está entre las mejores frases de la historia: “De todo laberinto se sale por arriba”.
–Ese fue además el primer pensamiento del partido que delineó con su amigo Luca Prodan.
–Claro. De toda complejidad se sale con altura.
La alta salida del laberinto de los prejuicios que Lupo ofrece en sus programas es explicar con pasión las palabras a las que les pondrá el cuerpo. “La explicación acorta la distancia entre el saber que uno tiene por leer cien veces un poema y el del que lo va a escuchar por primera vez. No es que uno sepa más que el oyente, sino que intenta que la poesía se sienta propia para más personas, que se vuelva deseable. Es un mito eso de que cada escritura tiene que explicarse por sí sola. Nada se explica por sí mismo. Hasta para viajar en avión te dan instrucciones”, compara.
–Que la poesía sea asociada al aburrimiento y que quede para pocos, ¿tiene que ver además con una “selección escolar siniestra”? ¿Es falta de una pedagogía popular en el rubro?
–Hay autores que combinan profundidad con humor, como Bukowski, que le gusta a toda la gente con sentido del humor. Es un filósofo y de pronto un guarro, una gran puerta de ingreso a la poesía. Trato de hacer de orientador, en ese sentido. Busco calidad y entendimiento. Un poema barroco es más difícil que te pegue de una. Lo mismo si es muy simplón. Ya no elijo a Benedetti, con todo el respeto que le tengo, porque hay un Vicente Huidobro, que es otra calidad. Bueno, cada tanto un Benedetti sí, pero en la adolescencia creíamos que era una gran poesía y ahora nos damos cuenta de que es muy simple. He escuchado en otra época programas de radio sobre poesía en los que lo que se leía era muy malo. Hay mala poesía como hay mala música. Si la poesía es buena, permite una identificación amplia. La poesía tiende a tocar algo universal, generalmente sobre el amor y la muerte.
–Propone rastrear lo universal en lo propio más que a la inversa. Y, a la vez, el rasgo colectivo de una expresión nacida en la soledad del poeta. Lindas paradojas...
–Lo que noto es que a la gente le gusta escuchar la poesía más que leerla. La música, de autores nacionales en un 90 por ciento, colabora en la emoción del poema. Es una estupidez eso del cerco del silencio. El cine utiliza la música para intensificar la emoción del beso, ¿por qué la poesía no debería, por qué tiene que ser la hermanita pobre? El poder convocante de la palabra ayuda a la ceremonia. Imagino a un tipo en la casa, a tres mil kilómetros, al que le llega un poema bien recitado. Porque me rompo el culo para que salga bien: busco la música, ensayo, rastreo las frases esenciales para cambiar la voz si es necesario, para no ser monocorde. La radio y la poesía deben volver a ser vistas como una obra de arte. Por eso me gusta estar cerca de Dolina (N. de la R.: cuatro veces a la semana, La venganza será terrible se emite tras El pez náufrago).
Lupo cuenta que el nombre del programa de Del Plata apareció hace dos años en una reunión con productores de la emisora. “Hablaba de Macedonio Fernández, decía que Borges lo consideraba el mejor conversador de la historia. Octavio Paz llegó a decir que el surrealismo nació en la Argentina con Girondo y Macedonio”, reseña. Citó entonces dos poemas, uno de dos palabras y otro de tres. El de dos fue: “Discrepo desesperadamente”. El de tres, “El pez náufrago”. “Como chiste digo que hubo un poema de una palabra en la lengua castellana: ‘Síganme’, pero de resultados muy dudosos.” En mi propia lengua tiene más kilometraje: en 2001, lo hacía en la autogestiva FM La Tribu y ahora es parte de la grilla de Radio Nacional. “En ese momento de crisis era más difícil meter el concepto de defensa de un nacionalismo sano, entonces el programa era una contracultura. Lo mismo que Tom Lupo Show, cuando toda la música que pasaban era en inglés. Tuve el accidente, diría Nietzsche, de haber leído a Jauretche, Scalabrini Ortiz y Hernández Arregui, y algo de comunicación. No podía evitar saber el daño que se le estaba haciendo a una generación robándole la lengua. Los pibes no entendían las letras.” A propósito, nunca olvidará un reportaje que le hizo a un joven en esa época:
“–¿Cuál es el grupo que más te gusta?
–Los Rolling. Me cambiaron la vida.
–¿Y cuál es la letra que más te impactó?
–No, inglés no sé. Pero los Rolling me cambiaron la vida.”
“La psicología dice que si es en otra lengua te puede producir una ensoñación, una paja, pero para que sea un viaje tenés que entender las palabras”, amplía. “Imposible que una letra que no entendés te cambie la vida. Ahora, En mi propia lengua acompaña un movimiento, pero es una tarea que no está terminada. La revolución cultural es aún una deuda. El colonialismo sigue vigente. Veo muchos comunicadores que le dan mucha más importancia a una película extranjera que a una nacional. Ahí se jode una fuente de laburo y una cultura maravillosa. No es una cultura renga la que hay que defender: es la cultura de Cortázar, Borges, Piazzolla y Gelman, una cultura riquísima. No hay que aceptar la palabra subdesarrollo. Digamos ‘surdesarrollo’. Nos pueden ganar en tecnología, pero si ponés a un argentino y a un europeo con máquinas de escribir... te quiero ver.”
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