RADIO › LA AUTOPISTA DEL SUR, EL PROGRAMA DE RADIO DE FERNANDO JUAN LIMA Y SERGIO NAPOLI
Desde 2011 salen al aire por la AM 750 y a partir de mañana, domingo, estrenan nuevo día y amplían su horario, de 21 a 24. “Hacemos un programa para todos los públicos”, afirma Lima.
› Por Oscar Ranzani
Hace seis años nacía Derecho al cine, un programa que resultaba una rareza en el medio radiofónico porque no estaba dedicado a la farándula del séptimo arte. Otra de sus particularidades era que sus dos conductores, Fernando E. Juan Lima y Sergio Napoli, además de compartir similares gustos cinematográficos, tienen también la misma profesión: son abogados. El primer año del ciclo fue en radio Gama, pero desde 2011 pegaron el salto a la AM 750, donde el título también cambió: La autopista del sur. Y a la radio que dirige Eduardo Aliverti llegaron para quedarse. Mañana domingo estrenan nuevo día y horario de emisión, con una hora más a las dos habituales que tenían los sábados: este vez será de 21 a 24, con amplio espacio para la información, las entrevistas y las polémicas.
La autopista del sur brinda todo lo referente a las novedades cinematográficas nacionales y extranjeras, hay reportajes, los conductores hacen críticas de películas y, entre canción y canción, también hay lugar para todos los debates que involucran al mundo del cine.
“Desde que empezamos con La autopista del sur pensamos en hacer algo que no abunda en la radio: un ciclo dedicado al cine que se aleje tanto del típico programa de chimentos, que es lo que más hay, y que tampoco sea el programa que se ve en la película La vida útil, de Federico Veiroj, que era algo muy para un ghetto, muy aburrido. Buscamos algo más equilibrado: que nos pueda interesar y divertir a quienes somos `enfermitos del cine’ y, por otra parte, no excluya a quienes cada vez más están a merced de los tanques”, cuenta Lima a Página/12. En ese camino intermedio, “con la tranquilidad de que tampoco somos un espacio de publicidad, nos hacemos cargo de los estrenos pero también vamos al pasado, a los clásicos. Y lo que más tenemos es cine nacional por una cuestión de gusto, de cercanía y de posibilidad de diálogo”, agrega el conductor, que también señala la posibilidad de consultar la página web del programa, www.laautopistadelsur.com, donde cargan materiales que a veces quedan afuera del programa.
–Si se piensa en el título, refiere a un cuento de Julio Cortázar. Sin embargo, es un programa dedicado al cine. ¿Cuál fue el motivo de la elección y qué encuentra de literario en el cine?
–El programa originariamente se llamaba Derecho al cine porque los dos somos abogados y porque pensamos que el Estado tiene que intervenir protegiendo al cine, con lo cual jugábamos con eso. Cuando pasamos a la AM 750, todos los programas tenían el nombre de una obra literaria. Y a los dos nos gusta Cortázar y ese cuento que tiene reminiscencias cinematográficas, pero también nos permitía la bajada: La autopista del sur, derecho al cine. Ahora la bajada no está. Y es bueno que no tenga la palabra “cine” y sea un poco extraño el título.
–Es un programa tanto para quienes se quieren informar de cine como para quienes conocen bastante. ¿Esto fue porque analizaron a su audiencia en base a las devoluciones que tienen?
–Algo con lo que estamos muy contentos es que es un programa que funciona en los dos niveles. De pronto, estamos hablando y uno ve los comentarios de algún crítico de cine amigo, algún programador y, evidentemente la pasa bien escuchando el programa. Pero también tenemos el llamado del pibe que está trabajando en un kiosco y tiene la radio prendida. Eso está bueno porque un cine que supo ser popular hoy no lo es tanto. Y me parece bueno no encerrarnos en que determinado cine es sólo para unos pocos iniciados. Eso también depende de cómo uno se acerque al mismo. La idea de que hay gente que sólo ve Capitán América y que el otro cine es sólo para un grupo de iniciados me parece que está mal y que no nos conviene.
–¿Para usted la dicotomía del microclima cine comercial vs cine de autor es un poco inútil?
–Me parece que lo que nos une es el placer de disfrutar distintos cines. Por una parte, no tenemos el prejuicio de decir que todo tanque estadounidense es malo per se, porque con muchos la pasamos muy bien. Eso es tan erróneo como decir que todo el cine iraní es lento, el cine argentino es malo o cosas por el estilo. Eso no ayuda. Tratamos de pensar las películas, debatirlas, discutirlas sin limitaciones porque cuando alguna no nos gusta lo decimos con todas las letras, a veces, de manera un poco salvaje y jugando un poco con el debate. Eso también pasa por una idea de respetar al público. Esta división de que “Esto que vamos a decir es solamente para quienes van a festivales y que entienden sobre determinado cine” es dejar afuera a un público. Parece mentira pero tenemos llamados de gente que agradece porque descubrió la Sala Lugones (cuando estaba abierta) a raíz del programa. Nos dicen: “No sabíamos que existía la Sala Lugones”. A quienes tenemos determinada edad y recorrido nos puede parecer un comentario exótico, pero hay mucha gente que por ahí, si alguien no le avisó que existe, no fue.
–Antes que buscar “educar” a un espectador prefieren abrirle un abanico de posibilidades de cosas que no vio, ¿no?
–Totalmente. El término “educar” es bastante odioso porque, en todo caso, también nos “educamos” nosotros. Estamos abiertos al diálogo. Sí creo que hay que acompañar. Uno agradece lo que le pasó a uno: descubrió determinados autores porque alguien se lo señaló. A mí me pasó con Oliveira: la primera vez que vi una película no me la banqué. Alguien me abrió, me señaló un camino y hoy en día es uno de mis directores preferidos. Es buena la idea de acompañar, de decir: “Mirá, esto que todo el mundo te dice que es un plomo, se puede ver de esta manera. ¿Por qué no le das una oportunidad? Te aporta una mirada que te puede servir”. Uno se acercó así al cine y seguir haciendo eso está bueno porque si no le dejás todo el espacio a lo otro.
–Usted, que es abogado, ¿cómo nota el derecho al cine en este contexto de la Argentina?
–Uno de los pocos campos en donde, desde la recuperación democrática, hay algo parecido a una política de Estado, es el del cine. Ni siquiera en la terrible época de los 90 (pensemos que estaba Getino en el Instituto Nacional de Cine) se abandonó totalmente al cine. Me refiero a que se fue más cruel con los trenes que con el cine. Si tenemos el cine que tenemos es porque el Estado estuvo ahí. Y nosotros pensamos que el Estado puede y debe meterse en el cine. Por eso, también le dedicamos bastante espacio a la política cinematográfica. Con lo cual, nosotros creemos que tenemos derecho a la diversidad, a expresar nuestra opinión y de preocuparnos cuando vemos que avanza el doblaje, cuando la mitad o más de las ventanas del país se ocupan con una sola película. Y en eso hay que preocuparse, ocuparse y hay que decirlo. Si no, parece que la peor pesadilla puede tener lugar en la realidad y que en todos los cines del país se vea al mismo tiempo Me casé con un boludo, por ejemplo. Y eso sería terrible.
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