RADIO › OPINION
› Por el Consejo Asesor de los Premios de la Radio *
Reflexionar sobre la radio es hacerlo sobre una de las etapas más desafiantes en su historia. Hay particularidades locales y otras que muestran los dientes como fenómeno universal. El antecedente más cercano se encuentra entre los años 50 y 60, al presumirse que la irrupción televisiva era una amenaza terminal. Pero se masificó el transistor y la radio se hizo chiquita y portátil. Ese rejuvenecimiento fue tecnológico y de contenidos, porque quedó dotada de una velocidad de transmisión que le permitió convertirse en el medio de instantaneidad informativa por excelencia. Aquella intimidación por parte de la tele podría equipararse con la que enfrenta ahora ante dispositivos múltiples de consumo, la excitación que implican y el hecho de que nuestra amiga ya no es la más rápida, entre otros apremios. Eso influye y empalma con una situación dramática: emisoras sumergidas en inestabilidad laboral, medidas de fuerza, un limbo legal por la liquidación de la ley de medios audiovisuales que tanto costó conseguir y enorme incertidumbre sobre el futuro. En enorme medida, ese presente y panorama se deben al aventurerismo –siendo suaves– de empresarios que ni eran ni son del medio, que lo usaron como coto de otros negocios y que al momento de las dificultades descargan su irresponsabilidad sobre los trabajadores. Para peor, como en la AM 1190, aparecen con promesas de ser tabla salvadora personajes impresentables. Se suma la crisis económica, que reduce aún más los ingresos publicitarios. Está lejos de ser un escenario que afecte solo a la radiofonía, porque también alcanza a los canales de TV y a numerosos medios gráficos. En la radio sobresale porque, además de las andanzas empresariales, siempre fue el negocio más chico (y por eso el más libre).
Los desquicios patronales, una porción escasa de torta publicitaria y el contexto económico no son el único desafío. Pensar la radio hoy conlleva tomar nota de que su recepción antes exclusiva cede terreno a pasos gigantes. Los smartphones, la audición diferida, la narrativa transmedia que articula sonido e imagen, sitios web que alojan todo tipo de producciones, atienden un cuadro expandido de consumo on demand. El aparato tradicional está en terapia intermedia. Ni tan grave como pasarlo a intensiva, ni con pronóstico de recuperación. Pero para bailar el tango hacen falta dos. A los provocativos modos de receptar deben corresponderse ¿osadas? decisiones de emitir, que aprovechen, con ingenio y riesgo, la revolución del mundo tecnológico. Al diseñar e implementar estrategias de penetración y publicidad, ¿los sectores empresarios ya se desayunaron con la oferta múltiple, o siguen durmiendo en medio de portátiles? Las crisis, en el sentido más amplio de la palabra y tránsfugas aparte, son, de mínima, para fugar hacia delante. No parece que ése sea aún el ánimo de quienes tienen los recursos. Ni hablar de eventualidades como la digitalización radiofónica, que tampoco cuenta con la curiosidad de un Estado sólo diligente para acabar con las conquistas democráticas. Los retos tecnológicos involucran a los actores que hacen la radio desde el micrófono. En el medio tradicional y sobre todo en los que se pretenden alternativos, por aire o web, hay falta de audacia. Es lo que se menta como “crisis creativa”.
Ese aspecto conduce a preguntarnos de qué hablamos cuando hablamos de problemas. Sumergidos en los interrogantes de la parafernalia tecnológica, corremos el peligro de discutir sobre soportes, perdiendo de vista que lo determinante son los contenidos. Uno de los pronósticos algo apocalípticos, en especial respecto de las FM, es que Spotify ahorca las programaciones musicales de la radio convencional. ¿Sí? ¿Por obra y gracia de un delivery con millones de canciones, y playlists “para cada estado de ánimo”, desaparece y chau la seducción de un buen locutor, y el programador que le da sentido a una grilla, y el operador que es un mago empalmando acordes y proveyendo dibujos sonoros, y el productor que genera lo diferente porque sabe buscar lo que un consumidor excitado nunca encontrará? ¿Solo quedará la robotización sonora? ¿No es más sensato pensar en la segmentación de audiencias que buscarán especificidad con calidad de carne y hueso, y en esquemas noticiosos que deberán meter plus contra la vorágine mayorista de la información? Más una advertencia frente a la visión excesivamente urbana: el papel que juegan las radios comunitarias en zonas alejadas donde protagonizan vínculos de pertenencia. Otro tanto con las emisoras universitarias, que trabajan una agenda diferente. De muy buena parte de todo eso da cuenta esta producción periodística, que el Consejo Asesor encaró con la seguridad de que aporta a un debate que falta; y que lo que pueda faltar, en estas páginas, no significa que algo sobre.
La radio es el único medio en que sólo interviene el sentido del oído. Una obviedad que todos sienten y en la que nadie repara. En el oído, hasta donde se sabe, lo que entra profundo no son los soportes tecnológicos. Penetran quienes saben usarlos con algo para decir, en palabras, música, silencios y climas puestos como corresponde, sintiendo que lo hacen para mí. Todo lo demás es de los que siguen pronosticando la muerte de la radio.
* Eduardo Aliverti, Gisela Busaniche, Charly Cacaviello, Valeria Delgado, Mario Giorgi, Julio Leiva, Mario Portugal, Emanuel Respighi, Lucas Ribaudo, Agustín Tealdo y Carlos Ulanovsky.
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