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Lunes, 4 de agosto de 2008

DANZA › DIANA THEOCHARIDIS EN EL CICLO TOPOFONíAS

Espacio, sonido y movimiento

La coreógrafa presentó Trazas, una intervención a la vez arriesgada y rigurosa, en la explanada de la Biblioteca Nacional. La obra volverá en la próxima primavera, antes de iniciar un periplo por otros ámbitos públicos.

 Por Carolina Prieto

En la Biblioteca Nacional se está realizando el Ciclo Topofonías, en el que distintos artistas intervienen espacios, usan sonidos como objetos y confrontan aspectos centrales de la funcionalidad del edificio diseñado por Clorindo Testa. El proyecto arrancó el mes pasado en la Sala Juan L. Ortiz con Adentro / Afuera, de Martín Liut: un montaje en el que dialogaban voces encontradas en la audioteca con el paisaje sonoro circundante. La segunda propuesta fue Trazas, de la coreógrafa Diana Theocharidis, que acaba de presentarse en la explanada sobre la avenida Libertador, cuando la luz diurna muta en oscuridad. En ese gran espacio abierto, siete bailarines, vestidos de blanco y negro, exploraron posibilidades coreográficas y movimientos dentro y alrededor de una serie de bibliotecas-vitrinas diseminadas sobre el cemento, permitiendo que el espectador eligiera qué ver en cada momento. Todo, bañado por una banda sonora de gran intensidad, creada por Martín Matalón, Pablo Ortiz y Giacinto Scelsi a partir de instrumentos de cuerdas, flauta y bases electrónicas. La creciente oscuridad del ambiente, la luz interna de las bibliotecas, los cuerpos por momentos encerrados en esos espacios cual muñecas, dieron por resultado una serie de estampas de una belleza áspera, casi dolorosa.

“Encontré esas bibliotecas en un pasillo del edificio y me interesó trabajar con el espacio interior que encierran. Todo espacio reducido representa un desafío para la danza. Obviamente, les saqué los estantes, si no era imposible usarlas. Y las emplazamos en un lugar tan amplio como la explanada”, comenta la creadora, quien desde el 2002 hasta fines del 2007 dirigió el Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC), imprimiéndole un notable impulso renovador. En febrero pasado, Theocharidis dio a conocer la obra Huellas en una vidriera de un negocio palermitano, con el que inició una investigación sobre lugares que participan de una doble cualidad (son interiores y exteriores a la vez), y conservan cierto carácter de intimidad. En esta segunda entrega, los espacios vidriados resultaron aún más chicos que en la primera (los cuerpos no entraban estirados como sí sucedía en la pieza anterior), y el público tenía que elegir qué ver. A contramano de la grandilocuencia que suele primar en los espectáculos a cielo abierto, la directora se volcó hacia lo opuesto, al punto de reconocer: “Hace falta cierta concentración de parte del espectador, para que pueda engancharse con lo que sucede en algunas de las bibliotecas-vitrinas y arme su propio recorrido. Acá no hay un gran despliegue ni música para el gran público”. Trazas volverá en la próxima primavera, antes de iniciar un periplo por otros ámbitos públicos. El espectáculo implicó un trabajo riguroso –“no hay nada improvisado”, asegura su creadora– y remite al tema del sueño y de la muerte. De hecho, las bibliotecas utilizadas tienen en su parte inferior unos armarios horizontales de madera, suerte de “nichos”, en los que los bailarines permanecen, o entran y salen una y otra vez.

“A la danza le viene bien no encerrarse en su propio lenguaje. El CETC fue un espacio para que coreógrafos y bailarines crearan a partir de estímulos provenientes del teatro, de las artes plásticas, de la música. A nivel personal, fue una etapa de un gran compromiso y aprendizaje. Me enriquecí mucho al escuchar a otros artistas”, asegura la actual programadora de la temporada de danza, música y teatro de Villa Ocampo. Ahora, Diana dispone de más tiempo para la creación y, seguramente, seguirá explorando cruces y anteponiendo la audacia a la comodidad de lo conocido. Basta con recordar El cuarteto para el fin del tiempo, que montó en el Teatro San Martín, rompiendo la noción tradicional de perspectiva: lo que estaba atrás se representaba arriba y se bailaba a unos ocho metros. O Varieté, en el Colón, con música de Mauricio Kagel y un elenco que incluía 23 patinadores, un acróbata y una bailarina acuática.

Habrá que estar atento. Cuando la primavera asome en la ciudad y caiga el sol, las bibliotecas iluminadas poblarán la explanada y los cuerpos entrarán en movimiento. Mientras tanto, el ciclo Topofonías continuará, con entrada libre y gratuita, el 30 de agosto con una propuesta de Enrique Banfi. Este artista plástico suele tomar a la ciudad como soporte de sus instalaciones y, esta vez, proyectará textos a gran escala en todo el exterior de la Biblioteca Nacional. El cierre será el 27 de septiembre con un trabajo del músico Darío Cataife, a partir de la proyección de videos que proponen una ácida reflexión sobre la institución.

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“A la danza le viene bien no encerrarse en su propio lenguaje”, sostiene Theocharidis.
 
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