DANZA › CARLOS TRUNSKY REVISITA FOUR WALLS, DE MERCE CUNNINGHAM Y JOHN CAGE
El coreógrafo argentino montó su versión de la obra “perdida” de los norteamericanos sin haber investigado la original. “Es únicamente producto de mi vida interior, de mi experiencia personal. Allí están mis miedos respecto del dolor y la muerte”, afirma.
› Por Alina Mazzaferro
La excepcional y memorable dupla creativa de Merce Cunningham y John Cage recién comenzaba a aceitarse cuando ambos crearon Four Walls. La obra, concebida como una pieza de teatro-danza en dos actos con bailarines y actores entre los que participaba el mismo Cunningham, se presentó por única vez el 22 de agosto de 1944, y fue completamente olvidada hasta que el pianista Richard Bunger la redescubrió en los ’70 y Cage permitió su difusión. Pero si la pieza musical actualmente se consigue, de la coreografía quedaron pocos rastros: sólo un par de minutos en video en alguna biblioteca norteamericana. Todo un misterio, especialmente porque se rumorea que se trató de una obra dramática e intensa, muy distinta de lo que se conoce como el legado de Cunningham y Cage, volcado hacia la abstracción, la serialidad, la repetición, el minimalismo. Más curiosidad aún genera la nueva propuesta del Centro de Experimentación del Teatro Colón que podrá verse este viernes y sábado a las 20.30 y el domingo a las 17 en el Teatro del Globo (Marcelo T. de Alvear 1155): se trata de Four Walls o la niña del enfermero, una nueva versión coreográfica de la pieza musical de Cage a cargo de Carlos Trunsky, que sin proponérselo estrena su Four Walls... un mes más tarde de la muerte del gran coreógrafo, lo que vuelve aún mayor la intriga por la obra original.
Lo curioso del interés de Trunsky por el legado de Cunningham es que el lenguaje del primero nada tiene que ver con el del segundo: “Voy por el camino opuesto, por el de la teatralidad, la dramaturgia, el gesto, el manejo de la voz, la danza argumental”, aclara el argentino. Sin embargo, desconfiado de la propuesta de quien fue uno de los pilares de la danza moderna, reconoce haberse fascinado con la maestría del norteamericano al enfrentarla en un escenario: “Había visto cosas suyas en video y no terminaban de resultarme interesantes hasta que tuve la suerte de ver un espectáculo en vivo en el American Dance Festival. Fue un gran descubrimiento. Había oído hablar de la abstracción, pero no había comprendido de qué se trataba hasta ese momento: él trabajaba con elementos que a mí jamás me hubiesen interesado y, sin embargo, estaba allí, en la platea, levitando”, cuenta. Aun así, Trunsky no retoma elementos de la técnica que Cunningham fundó en la danza contemporánea ni tampoco realizó investigación alguna para abordar su versión de Four Walls. Más bien, se dejó llevar por el material musical que le presentó por primera vez Haydée Schvartz, la pianista que trabajó con él en Amargo ceniza y que en esta oportunidad vuelve a acompañarlo.
La razón por la que el creador de Incandescente, Voraz y Saña –una trilogía que tematiza la violencia– se involucró en esta particular pieza de Cage es porque se trata de una de las más vigorosas de su catálogo. Trunsky resume en una palabra la sensación que tuvo al escucharla: conmoción. “Es una obra despiadada, de una sensibilidad formidable, de una tensión y una fuerza arrolladora”, sintetiza. Un trabajo de gran dramatismo en el que Cage, utilizando sólo las teclas blancas del piano, explora aspectos que luego abandonaría con la intención de crear una música “no intencional”. Sin embargo, allí se preanuncian las obstinadas repeticiones y los intensos silencios que luego caracterizarían su producción.
Si el de Four Walls era un Cage que, antes de sumergirse en la música atonal y concreta, se animó a coquetear con la emoción para obtener un producto que él mismo describió como el de “una mente perturbada”, se puede suponer que el trabajo de Cunningham, que incluyó actores además de bailarines, fue igualmente intenso y dramático, en la misma línea que ahora propone Trunsky. Sin embargo, para el coreógrafo argentino, el suyo es “un cuento coreográfico nuevo, lejano totalmente a lo que pudo haber hecho Cunningham en su momento”. Los pocos escritos que han quedado relatan que en aquella oportunidad Cunningham retrató a una familia americana disfuncional y su progresiva caída en la locura, pero Trunsky trabaja con otros personajes –un enfermero y su paciente– e interesado en las relaciones humanas.
“El mío es un cuento coreográfico vinculado al expresionismo”, asegura Trunsky. “La obra está centrada en el juego de poder que se da entre paciente y enfermero, y en ese extraño erotismo que puede aparecer en esa relación.” Interpretada por Gabo Ferro, que canta a cappella el interludio vocal que Cage compuso a pedido de Cunningham, y los bailarines María Kuhmichel y Leandro Tolosa, la propuesta de Trunsky se ocupa de las relaciones amorosas entre personas de cualquier sexo. La homosexualidad aparece tematizada, pero el coreógrafo aclara que para nada ha hecho referencia a la intimidad de la dupla norteamericana. “Desconozco el afecto que se tenían aunque sé que ha sido profundo. No me interesó investigar en ello porque esta obra es únicamente producto de mi vida interior, de mi experiencia personal. Allí están mis miedos respecto del dolor y la muerte”, insiste. “Es una obra repleta de preguntas, que desafía la imaginación e incluye a la fantasía.”
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