Lunes, 22 de agosto de 2011 | Hoy
DANZA › UN TRANVíA LLAMADO DESEO, POR EL BALLET CONTEMPORáNEO DEL TEATRO SAN MARTíN
El director Mauricio Wainrot, que reestrenó su versión libre de este clásico de Tennessee Williams, reconoce que se inspiró más en la película de Elia Kazan que en la obra teatral original. El resultado es una puesta sorprendente y desafiante.
Por Paula Sabatés
Pocas duplas serán tan recordadas como la de Blanche Dubois y Stanley Kowalski, personajes principales de Un tranvía llamado Deseo, esa maravillosa obra que escribió Tennessee Williams en 1947 y que, además de consagrarlo para siempre, sentó definitivamente las bases de lo que sería su estilo personal como teatrista. El viernes, este dúo eterno fue revivido y personificado nuevamente en Buenos Aires, de la mano del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín y su director artístico, Mauricio Wainrot, que reestrena su versión libre de este clásico estadounidense en la Sala Martín Coronado. El estreno coincide con el centenario del nacimiento del dramaturgo, por eso no es de extrañar que coexista en cartelera con otra versión de la obra, la dirigida por Daniel Veronese y protagonizada por Erica Rivas y Diego Peretti, que se muestra en el Teatro Apolo. Pero tampoco es de extrañar que haya sucedido lo mismo la primera vez que la puesta de Wainrot llegó a Buenos Aires, en 2000 (en ese entonces también se daba una versión de Un tranvía... hecho por Dora Baret y Edgardo Nieva), y tampoco que haya sucedido lo mismo cuando la pieza se presentó en Uruguay. Porque la historia de Williams no se agota en el tiempo sino que permite múltiples reinterpretaciones en cualquier momento y lugar. Wainrot entendió eso y armó su propia manera de contar lo mismo, muy libre y muy desafiante. Las características expresivas de los personajes, sobre todo las de Blanche, están por encima del resto de los elementos de la puesta.
En Un tranvía llamado Deseo, versión Wainrot, participan todos los bailarines de la compañía, aunque el rol protagónico lo desempeña la consagrada Elizabeth Rodríguez, que también es asistente del ballet y que ya había bailado a Blanche en 2000 por una suplencia (Wainrot dirá que “luego de diez años de vivencias, la obra ha crecido muchísimo dentro de ella”). A diferencia de la obra y de la película, que terminan cuando se llevan a la protagonista (en el film, encarnada por Vivien Leigh) a un manicomio, la puesta que se estrenó el viernes sucede íntegramente en el manicomio, recreado desde lo escenográfico con puertas, enfermeros y locos que van transformándose, de acuerdo con los delirios de Blanche, en los personajes de la historia. Dicho sea de paso, además de la transgresión de la linealidad clásica, Wainrot incorpora personajes que en la obra original no aparecen sino que sólo son mencionados, como el marido de la protagonista. “Un tranvía... es una de las obras más fuertes que hice. Es muy violenta y muy emotiva. Pero es un riesgo que siempre tuve ganas de correr y la gente queda fascinada con lo que ve. De hecho me llama cualquier cantidad de psicólogos impresionados, preguntándome cómo pude entender así el alma de esos personajes”, cuenta a Página/12 el director de la pieza y de la compañía.
–¿Para hacer su obra se inspiró en el texto dramático original de Tennessee Williams o en la película de Elia Kazan?
–En la película. La obra la leí después. Cuando estudiaba teatro, me encantaban las películas sobre obras de Tennessee y en ese momento vi, aunque fuera de tiempo ya, Un tranvía llamado Deseo y quedé muy pregnado a eso. Pensé que alguna vez me gustaría actuar de Kowalski (en la película, Marlon Brando). Igualmente tomé mucho del lenguaje de la obra original, aunque nunca vi una versión teatral. Pero ésta es una versión libre, no es la obra. De hecho la película tampoco lo es. Porque cuando querés transformar una poética en otra poética, en especial a la danza, no se puede hacer exactamente igual porque no hay texto. Es decir que hay que contar la historia desde otro lugar, se tienen que crear situaciones que expliquen lo que uno está diciendo. Y por eso igual se pueden sentir los personajes y las escenas.
–¿Sólo se reinterpreta para suplir la falta de texto?
–No, por supuesto. Se le da una vuelta de tuerca a las cosas para que sea otra forma de contar la historia. Al usar otra poética tenés más libertad. Por eso son versiones libres y no la obra tal como fue creada. Digamos que es una consecuencia de un trabajo de reelaboración de los personajes y de las situaciones. De crear situaciones donde no existían situaciones. Y todo lo que se haga depende del concepto que uno quiere destacar de la obra original. Cuando hice Ana Frank, por ejemplo, mi obra terminaba dentro de un campo de concentración con la muerte de cada uno de los personajes. Ahí está la libertad. Y es posible, con otra poética, transmitir el mismo concepto.
–Estrenó por primera vez la obra en Santiago de Chile, en 1997. ¿Sufrió alguna modificación desde entonces?
–No en el guión ni en los movimientos, pero ahora la obra es más contemporánea. Cuando la estrenamos por primera vez, y también cuando la hicimos en Uruguay, se bailó en punta, y ahora está bailado en medias puntas y con zapatos de carácter. Es una obra muy difícil técnicamente, muy bailada. Y eso es muy importante para la compañía, porque bailan todos juntos y se sienten muy unidos.
–Pero lo técnico no es lo único...
–No. También es una obra muy dramática que necesita que los intérpretes puedan acompañar el nivel de los roles, que de por sí son muy complicados. Muchas de mis otras obras son más lineales y en ellas lo técnico es lo primordial, si bien siempre hay algo expresivo. Esta es distinta por la complejidad de los roles y de la trama, y porque hay muchos bailarines en escena.
–¿Los bailarines deben tener nociones actorales para interpretar papeles tan fuertes como los de Blanche y Stanley, por ejemplo?
–Sí, es necesario que sean actores para poder lograr el equilibrio de esta obra. Pero creo que lo son, que son artistas integrales y que eso lo van aprendiendo de los coreógrafos y directores que hacemos un coaching de acuerdo con lo que cada uno necesita. Igual, cuando la obra es muy técnica es más difícil, porque los bailarines están más desnudos, con su propia personalidad, están obligados a ser muy buenos técnicos y frente a un problema están ellos solos, con esa situación y el vocabulario complejo que se les enseñó. En cambio, al tener un texto están protegidos por el personaje y si algo no les sale técnicamente, lo pueden arreglar dramáticamente. En esta pieza, que fue un gran desafío para ellos, los intérpretes están tranquilos y acompañados. Y eso se nota en el resultado.
* Funciones: Teatro San Martín (Sala Martín Coronado), Av. Corrientes 1530 (0800-333-5254). Martes a las 20.30, viernes a las 14 y sábados y domingos a las 17. Entradas entre 15 y 60 pesos.
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