Domingo, 22 de diciembre de 2013 | Hoy
DANZA › BALANCE DEL AñO EN TODAS SUS RAMAS
Mientras la danza contemporánea se desplegó en múltiples espacios y compañías (algunas oficiales y otras autogestionadas), la clásica se concentró en el Teatro Colón. En La Plata, se sufre la reducción presupuestaria del Tacec.
Por Carolina Prieto
En la Argentina, al menos, la danza es una actividad a pulmón. No sólo por el esfuerzo físico que supone, sino también por la lucha de sus protagonistas para alcanzar mejores condiciones: encontrar espacios donde mostrar sus creaciones, obtener subsidios, atraer público, desterrar prejuicios y demostrar que para apreciar esta disciplina no hace falta gran preparación intelectual. Más bien una actitud abierta de parte del espectador para disfrutar de la libertad del movimiento de los cuerpos, de una forma de comunicación que excede y muchas veces no necesita palabras. Un encuentro más visceral y emocional que mental, una invitación a las capacidades más originarias y placenteras de la comunicación humana.
En materia de danza contemporánea, y a diferencia de temporadas anteriores, varios espacios redujeron su oferta. El Centro de Experimentación y Creación del Teatro Argentino de La Plata (Tacec), convertido en los últimos años en un refugio para la creación más arriesgada, debió reducir notablemente su programación por problemas presupuestarios. En 2013, sólo presentó dos trabajos: Yo te vi caer, un montaje dirigido por Maricel Alvarez con texto de Santiago Loza, quien compartió la escena junto a la coreógrafa y bailarina Diana Szeimblum; y Africa, de Luis Biasotto, que gira alrededor de cinco preguntas organizadas en una estructura circular y que fue premiada en el festival Züricher Theater Spektakels, de Suiza. Por su parte, el Centro de Experimentación del Teatro Colón, que fue un lugar de referencia para la innovación escénica y multidisciplinaria, dio a conocer una sola obra de danza contemporánea. Una única propuesta pero que encantó a grandes y chicos. Se trata de Cielo Stravinski, una creación de Andrea Servera inspirada en el universo del músico, que combinó danza, cine, pintura y música. Un recorrido por diferentes espacios donde personajes bailan, cantan y dramatizan situaciones mientras los espectadores caminan y descubren las escenas creadas por los intérpretes. Una pieza que cautivó a quienes pudieron asistir a las funciones únicamente programadas en vacaciones de invierno.
El Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín volvió a dar testimonio de su gran nivel y del sello de su director, Mauricio Wainrot. De los tres programas que presentaron, sólo el primero estuvo íntegramente compuesto por obras de coreógrafos invitados: Infima constante, de Anabella Tuliano; Después del sol, de Analía González; y Los trompos, de Juan Onofri Barbato. Esta última creación se destacó por su originalidad: el joven director tomó un elemento icónico de la danza, el giro desde la cuarta posición, y lo trabajó con los bailarines hasta el agotamiento, profundizando en el estado físico y revelando las transformaciones que sufren los cuerpos. El segundo programa combinó trabajos de Margarita Bali (la fundadora junto a Susana Tambutti de Nucleodanza, compañía emblemática de la danza contemporánea local), Daniel Goldín (creador argentino radicado en Alemania) y la reposición de La consagración de la primavera, con coreografía de Wainrot, al celebrarse en el mundo los cien años del estreno de esta pieza icónica de Stravinski. El último programa estuvo compuesto exclusivamente por obras de Wainrot: el estreno mundial de La canción de la tierra, con música de Gustav Mahler, y la reposición de Desde lejos. Para los coreógrafos invitados, trabajar con este ballet es una experiencia especial: crear para un elenco numeroso y de excelente nivel, ocupar la inmensidad del escenario de la sala Martín Coronado, tener acceso a un público más masivo. Por todo esto es muy deseable que el llamado a coreógrafos se mantenga y se acreciente. En cuanto a las giras realizadas este año, el ballet presentó en Misiones Las 8 estaciones y en Colombia Flamma Flamma, ambas de Wainrot.
La Compañía Nacional de Danza Contemporánea (CNDC) perteneciente a la Secretaría de Cultura de la Nación también tuvo un año intenso. Actualmente dirigida por Cristina Gómez Comini e integrada por veinte intérpretes, estrenó Ensayo sobre el final del invierno, de Emanuel Ludueña; Río conmigo, de Diego Franco; Isolda Isola, de Cristian Setién, y la performance En diálogo, una práctica de improvisación. También repuso La patriótica, de Leopoldo Marechal, un drama lírico coreográfico con idea y dirección general de Eduardo Rodríguez Arguibel y coreografía de Jorge Amarante; y Monte, tierra cautiva, de Ramiro Soñez; entre otras creaciones. Todas las presentaciones fueron con entrada libre y gratuita, tanto en la sede de la compañía (el Centro Nacional de la Música y la Danza ubicado en el barrio de San Telmo) como en el hall de la Biblioteca Nacional, el Teatro Cervantes o el penal de Ezeiza. Las giras por el interior, las clases y el diálogo con los espectadores son ingredientes esenciales de este grupo cuyo germen se remonta a 2008, cuando un grupo de integrantes del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín quedó desvinculado de esa institución. La compañía viene desplegando desde entonces un repertorio creado por coreógrafos nacionales y por los mismos integrantes, quienes, además de bailar, tienen así la posibilidad de incursionar en la coreografía y en la dirección.
Por su parte, el Area de Danza del Centro Cultural Ricardo Rojas, conducida por Alejandro Cervera, sigue siendo una de las instituciones oficiales más comprometidas con el desarrollo de la danza local. Además de ofrecer durante el año un abanico de cursos de diversos géneros y estilos (desde danza callejera, hip hop, contemporánea, jazz, danza africana, folklore y danzas caribeñas), lleva a cabo distintas propuestas como el Festival RojasDanza, que se realiza cada dos años y que en su tercera edición dio cuenta de la multiplicidad de tendencias, convocando a creadores noveles y consagrados; al Ballet Contemporáneo de la ciudad de Mendoza; a las compañías del IUNA, dirigida por Roxana Grinstein, y de la Unsam, por Oscar Araiz; a un elenco como CastaDiva, que celebró sus quince años; y a artistas que cruzan movimiento con cantantes y música en vivo. Los festivales y encuentros de este tipo dan un fuerte espaldarazo a la danza otorgándole una mayor visibilidad. Hubo otras iniciativas en esta línea, como el festival Ciudanza, con elencos tomando por asalto distintos espacios públicos al aire libre; el ciclo Intervenciones en la Casa del Fondo Nacional de las Artes; y el Festival de Danza Contemporánea del Centro Cultural Haroldo Conti, que durante dos semanas brindó espectáculos, homenajes, talleres y laboratorios de composición a cargo de notables artistas. Todas estas movidas fueron con entrada libre y gratuita y tuvieron una gran respuesta de público.
Del IX Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) participaron cuatro propuestas locales de alto impacto: el unipersonal La lengua, de Letizia Mazur; La idea fija, de Pablo Rotemberg; Tu casa. Ritual de un deseo primitivo, una creación del Combinado Argentino de Danza (CAD), que dirige Andrea Servera, y el doble programa del Ballet del San Martín compuesto por La canción de la tierra y La consagración de la primavera. La actuación del CAD se reveló como una de las opciones más revitalizadoras del año: un elenco marcado a fuego por la diversidad y la coexistencia de mundos diferentes que respira juego, vitalidad, disciplina y energía. Bailarines contemporáneos, de malambo, hip hoperos, b-boys y expertos en danzas callejeras forman este combo que explota al ritmo del DJ Villa Diamante. En cada presentación, el final es imperdible: se diluyen las fronteras y todos, intérpretes y público, hermanados en una danza desprejuiciada. Durante el año, esta compañía giró por el país en el marco de las jornadas del MICA ofreciendo talleres y performances. También lo hicieron en el pabellón joven de Tecnópolis. Además, el FIBA permitió conocer a la talentosa Gabriela Carrizo, coreógrafa cordobesa radicada en Bélgica, que con su compañía Peeping Tom brindó un espectáculo tan poético como asombroso titulado 32 Rue Vandenbranden. Cuerpos que se mueven hasta lo imposible, atmosferas oníricas en algún pasaje desolado y nevado, humor y desconcierto en una pieza de altísimo nivel. El otro espectáculo internacional fue Preparatio mortis, un solo de Annabelle Chambon dirigido por el belga Jan Fabre: una atmósfera agobiante en la que se enlazan un cuerpo, un féretro y cientos de flores. Este año contó con otras visitas internacionales de jerarquía: como la Alvin Ailey American Dance Theater, la mítica compañía surgida en 1958 en defensa de los bailarines afroamericanos. En el Teatro Coliseo desplegaron piezas que rescatan las raíces africanas y las proyectan al futuro; además de sorprender con una manera muy sutil de involucrar al público en el escenario, sin que nadie se sienta forzado y logrando escenas que parecen haber sido trabajadas durante meses.
En 2013, también vinieron la española Cuqui Jerez, la compañía estadounidense Doug Varone and Dancers y una serie de figuras muy interesantes invitadas por el IUNA en el marco de las Jornadas de Investigación. En este contexto viajaron para presentar trabajos y dar talleres los portugueses Francisco Camacho y João Fiadeiroi, la brasileña Fernanda Eugénio, la francesa Marie Bardet, el japonés Katsura Kan y el alemán Hermann Heisig, entre otros. Todos ellos son cultores de técnicas y estilos específicos, y para los creadores y estudiantes locales asistir a sus workshops y ver sus obras fue una oportunidad de aprendizaje muy importante.
Imposible nombrar a todos los creadores que, en forma individual y sin el marco de un evento especial, mostraron este año sus trabajos en las salas porteñas. En el intento de rescatarlos, figuran Edgardo Mercado y Diana Theocharidis, ambos interesados en trabajar con música contemporánea, Diana Szeimblum con Una cosa a la vez (un muy atractivo montaje en el que los cuerpos intentan someterse a la lógica de los objetos), Gabriela Prado, Luis Garay, Carlos Trunsky y Roxana Grinstein, entre otros. De pura celebración anduvieron los Krapp, el grupo de danza-teatro formado por Luis Biasotto, Luciana Acuña, Fernando Tur, Gabriel Almendros y Edgardo Castro. En el Cultural San Martín repusieron varios de los trabajos que los convirtieron en uno de los emblemas de la creación contemporánea, como Mendiolaza, Olympica, Adonde van los muertos (en sus dos versiones Lado A y Lado B) y la ópera prima No me besabas. Para este espectáculo, tuvieron la amplitud de convocar a dos coreógrafas (Flor Vecino y Celia Argüello Rena) y al grupo Los Mismos –todos ellos tienen la edad que los Krapp tenían cuando lo crearon–, para que reconstruyeran sus versiones de esa primera pieza.
Ante la prolífica actividad de la danza contemporánea que se expande por la ciudad, la danza clásica permaneció concentrada principalmente en el Teatro Colón. El Ballet Estable que dirige Lidia Segni presentó siete espectáculos: Carmen, La Cenicienta, Trilogía neoclásica III, Don Quijote (con este ballet se despidió la primera bailarina Silvina Perillo en una función conmovedora), Alicia en el País de las Maravillas, la Gala Internacional (con bailarines locales y extranjeros) y El lago de los cisnes, que puede verse hasta el 28 de diciembre. El cuerpo de baile brindó casi cuarenta funciones en esta temporada, cifra que viene creciendo en los últimos años pero que igual es muy inferior a la de los coliseos de otras capitales, donde superan las cien presentaciones anuales. Por primera vez, el Ballet Estable del Colón actuó en Asia: en mayo pasado, la compañía se presentó en la Opera House de Omán, con un programa mixto y una clase magistral de tango.
El Teatro Coliseo es el otro recinto porteño para ver ballet. Allí actuó la argentina Ludmila Pagliero, actual bailarina estrella del Ballet de la Opera de París, junto a otras figuras de la célebre compañía francesa. También se desarrolló en esa sala la III Gala de Ballet (con artistas de diversos países) e Iñaki Urlezaga bailó junto al Ballet Concierto. El bailarín platense viene sosteniendo una fuerte actividad con su propia compañía: se presentaron en el Teatro Cervantes, en ciudades del interior y hasta en la Opera de El Cairo con un menú de obras clásicas, neoclásicas y contemporáneas. En esa línea, Maximiliano Guerra y el Ballet del Mercosur hicieron lo propio.
El tango sigue convocando multitudes. El Mundial de Baile –realizado en el marco del Festival de Tango de la Ciudad– reunió a 556 parejas de distintas partes del mundo, y las finales de las categorías Escenario y Salón son citas imperdibles para los amantes del género. El Festival Cambalache y espectáculos como Milongueros, de Alejandro Cervera, y Social Tango, de Agustina Videla y Nora Lezano, reflejan el interés por bucear en el género y por develar el mundo de las milongas, no sólo como espacio de baile, también como ámbito de encuentro y socialización.
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