Lunes, 23 de octubre de 2006 | Hoy
DANZA › JULIO BOCCA Y ALESSANDRA FERRI EN EL TEATRO OPERA
Por última vez juntos antes de retirarse bailaron Manon, la famosa pieza de Kenneth MacMillan, como si el tiempo no hubiera pasado para ellos. Le pusieron clase y elegancia a uno de los grandes ballets trágicos del siglo XX. Habrá funciones hasta el 31 de octubre.
Por Alina Mazzaferro
Hay una cualidad que poseen las artes escénicas que las distingue de otras, como el cine o la pintura: se trata de ese “estar ahí” de los cuerpos sobre la escena; cuerpos que hacen posible ese acto fugaz e irrepetible que es la obra, en un espacio y tiempo que comparten con el espectador. En ciertas oportunidades, esa magia que implica ese acto convivial se pone especialmente de manifiesto y es entonces cuando el espectador siente que está siendo testigo de un acontecimiento único, histórico. Eso fue lo que presintió la platea del Teatro Opera en el estreno de Manon. La sensación fue la de estar viviendo una noche mítica: Julio Bocca y Alessandra Ferri, por última vez juntos antes de retirarse (ambos lo harán en 2007, Bocca aquí y Ferri en Italia) y en perfecto estado físico, bailaron la famosísima pieza de Kenneth MacMillan como si el tiempo no hubiera pasado para ellos; como solían hacerlo, veinte años atrás, esos dos jóvenes que formaron una aclamada pareja en el American Ballet Theatre.
Si en los últimos tiempos Bocca se había volcado a la poética más contemporánea de Ana María Stekelman, o a otros ritmos como el tango o el jazz (que trabajó en Nueva York, en el musical Fosse), con este cierre, a lo grande, dejó bien en claro que continúa siendo un bailarín clásico y que se despide como tal. Un regreso al origen de su carrera, a su formación primigenia. Porque Manon, si bien no es un ballet decimonónico sino que fue creado en los ‘70, es uno de los princiales exponentes de los grandes ballets trágicos del siglo XX. Una suerte de Romeo y Julieta, pero en el que los personajes son responsables de su destino: Manon debe decidir entre elegir un buen partido o conservar su verdadero amor. Su ambición y su deseo por no renunciar a ninguno de ellos la hace jugar a dos puntas y finalmente sucumbir a la tragedia, encontrando la muerte.
La obra comenzó con gran colorido –y con un sorprendente despliegue escenográfico al mejor estilo Teatro Colón–; sin embargo, la escena sólo se vio iluminada cuando apareció ella, Alessandra, que si bien ya ha traspasado la barrera de los 40, hizo su entrada triunfal, radiante y angelical, cual una quinceañera. Un primer piqué y en seguida sus pronunciadísimos empeines ensombrecieron cualquier otra actuación femenina. Ella demostró ser la reina de la técnica y a su vez de la interpretación. Agil, liviana, juguetona y al mismo tiempo naïfe, Ferri probó que Manon, ese papel que interpreta desde los 19 años, le sigue calzando a la perfección. Porque logra relajar sus largos y lánguidos brazos de muñecas semivencidas –al mejor estilo romántico– y al mismo tiempo controlar todo su cuerpo en las secuencias más difíciles. De este modo, al abandonar esa figura impostada y “armada” tan característica del ballet tradicional, gana en naturalidad: en ella nada parece implicar dificultad alguna.
Por su parte, Julio Bocca mostró en el primer acto su faceta más lírica y romántica, para ir revelando, a medida que avanzaba la trama, ese carácter pasional y desenfrenado con que suele teñir de otro color a cada coreografía. Luego de un pas de deux de un lirismo excepcional, donde la Ferri pareció volar en brazos de Bocca, y un pas de trois también de gran valor coreográfico en el que el hermano de la joven y un millonario pretendiente enroscan y enredan –literalmente– a Manon para convencerla de aceptar un compromiso por conveniencia, llega el segundo acto con el archiconocido baile en el palacio y la consecuente seguidilla de variaciones que todo ballet conlleva. Pero aquí, para sorpresa del público, MacMillan juega con la cita coreográfica y se burla de ella: los invitados están borrachos y los números grupales terminan convirtiéndose en una suerte de parodia de la danza clásica. Es más, las chicas realizan –con ayuda de sus partenaires, claro– el oxímoron del ballet: el imposible grand écart-soussus. Quizá haya sido éste el momento coreográfico más difícil de interpretar para el cuerpo de baile, que debió combinar en igual escala una buena performance y el ridículo de la misma. El Ballet de Santiago salió airoso, con una actuación prolija y pareja, pero sin brillantes interpretaciones.
La perlita de la obra llegó al final: Bocca y Ferri se lucieron en un pas de deux tan bello como desgarrador, metáfora de la lucha entre la vida y la muerte, entre el amor y la locura. Así como la obra entera fue resumida en este intenso cuadro, también lo fue la vida y obra de estos dos grandes de la danza. Y, entonces, cayó el telón, como poniendo un injusto punto final a aquello que demostró encontrarse en su momento cumbre. Por eso el fervor de la gente que pudo estar presente en esa noche histórica y aplaudir y cantar como nunca ¡Y Julio no se va!
10 MANON
Con Julio Bocca, Alessandra Ferri y el Ballet de Santiago de Chile.
Coreografía: Sir Kenneth MacMillan
Música: Jules Massenet, interpretada por la orquesta La Filarmónica.
Dirección musical: José Luis Domínguez.
Escenografía y vestuario: Peter Farmer
Iluminación: José Luis Fiorruccio
Dirección: Marcia Haydée
Funciones: Del 20 al 31 de octubre. La función del 26 será protagonizada por Marcela Goicoechea y Luis Ortigoza.
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