Martes, 24 de abril de 2007 | Hoy
DANZA › “MASTERTAP”
Cuatro referentes del “tap dance” se reunieron para ofrecer un espectáculo que demuestra la versatilidad y vigencia de un género muy particular.
Por Alina Mazzaferro
De todas las artes escénicas, la danza fue siempre la eterna relegada, injustamente postergada y minimizada frente a sus hermanas mayores, la ópera y el teatro. Asimismo, en Argentina, de todas las artes del movimiento, el tap ha sido el género más bastardeado: asociado a los años dorados del cine norteamericano, sobre él cayeron múltiples prejuicios y el mismo mundillo del ballet local se ha encargado de hacerlo a un lado, mirándolo con desconfianza y restándole valor e interés. Sin embargo, esta disciplina doblemente estigmatizada –genealógicamente, por tratarse de una rama del “árbol de la danza”; geográficamente, por su raíz estadounidense– se ha venido desarrollando con mucho esfuerzo en la escena local a partir de la labor de un grupo de coreógrafos y otros adeptos que han intentado perfeccionar la técnica y darle un “color argentino”.
Entre los principales maestros “taperos” del país figuran Mónica Povoli (coreógrafa de las recientes Buenos Aires Tap y Tritap), Bebe Labougle (que dirigió la versión local de Chicago y repuso los números de baile de Los Productores) y las más jóvenes Ale y Ati Castro Videla (directoras del instituto Twins Tap, responsables de la labor coreográfica en Smoke). Por primera vez, estas cuatro referentes del género se reunieron para dar cátedra en Mastertap, un espectáculo que recorre los diferentes estilos del “baile de las chapitas”, que puede verse todos los sábados a las 21 en el Molière Teatro Concert (Balcarce 678). Irish, jazz, un clásico de Vivaldi, reggaeton, swing y hasta una milonga son sólo algunos de los ritmos que las creadoras y protagonistas de este show se animan a recorrer, acompañadas de un grupo de diez bailarines y la cantante Alicia Iacoviello. “Es que el tap no tiene límites, podemos bailar cualquier música”, resumen ellas en diálogo con Página/12.
Lo que reunió a estas cuatro maestras fue un deseo en común: “En general, en las obras de teatro musical hay poco tap porque los bailarines no conocen esta disciplina, que se estudia muy poco”, se queja Povoli. El objetivo, entonces, fue elaborar una puesta que tuviera el zapateo como protagonista, presentando el amplio abanico de posibilidades que brinda el género. Sin embargo, esta clase magistral de tap, un regalo para los amantes de Fred Astaire y Gene Kelly, no es sólo el logro de un grupo de inspiradas coreógrafas. Detrás de ellas se oculta el trabajo de toda una generación de “taperos” (Alberto Agüero, Liber Scal, Miguel de Marco, entre otros), maestros autodidactas que se iniciaron, frente a una pantalla, copiando a los grandes de los films hollywoodenses. Cuando Povoli y Labougle tomaron la posta, la situación ya era otra; no sólo contaban con predecesores, sino que en los ’90 pudieron viajar a los Estados Unidos y completar su formación en la cuna del tap. En la actualidad, Las hermanas Castro Videla, formadas por la misma Labougle, pueden traer anualmente al país a algún célebre coreógrafo norteamericano y armar con ellos workshops para el Día Internacional del Tap (se conmemora cada 25 de mayo con motivo del nacimiento de Bill “Bojangles” Robinson, el gran partenaire de Shirly Temple). “Hoy los maestros extranjeros dicen que el nivel del tap de acá es semejante al que se ve afuera”, aseguran ellas.
¿Se puede hablar, entonces, de un “tap argentino” y contemporáneo? Ellas explican que el tap ha evolucionado que, lejos de ser una pieza de museo, aún tiene mucho para dar. Aman los números de sombrero bombín y levita con lentejuelas, pero también se han abierto a los nuevos ritmos, se han nutrido del jazz dance y el hip hop y no tienen miedo de experimentar con el tango y otros ritmos nacionales. Son fieles seguidoras de Savion Glover –en apariencia, más cerca de un Bob Marley que de un Fred Astaire–, bailarín de gran destreza que hizo de su cuerpo un instrumento (él mismo se define como un “percusionista que toca con los pies”) y cambió la estética del tap tradicional, privilegiando el ritmo y la musicalidad por sobre la prolijidad coreográfica. Ellas también han debido estudiar el lenguaje musical para poder ser rigurosas al diseñar su “partitura de la chapita”.
“El tap tuvo sus altibajos; tuvo un pico en los ’80, después decayó. Gracias a Gregory Hines y Glover, que le dieron una vuelta de tuerca, resurgió hoy”, resume Labougle. Las expertas saben que en la danza también rigen las modas y que hay que sacarles el jugo a las buenas rachas. Mientras tanto, sus estudios se llenan de chicos que piden bailar como Happy Feet, el pingüinito del film animado para el que ha zapateado el mismo Glover. ¿Qué tendrá el tap que, a pesar de no ser un género popular, cuando está bien presentado hipnotiza tanto a grandes como a chicos, al público especializado como al no entendido? “Es que es muy alegre; está siempre puesto en los momentos claves del musical, cuando éste estalla.¡Es pum para arriba!”, responden estas tap dancers y desafían a quien lo desee a comprobarlo en esa clase maestra que promete ser Mastertap.
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