Mié 13.01.2010
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CULTURA › PABLO CAPANNA Y CONSPIRACIONES. GUíA DE DELIRIOS POSMODERNOS

“La paranoia siempre se retroalimenta”

El ensayista explica la lógica de su libro, que recopila sus artículos publicados en el suplemento Futuro de este diario. Capanna desmonta la imaginería derivada de la ciencia ficción y se burla del actual supermercado de creencias.

› Por Silvina Friera

Los ojos del maestro, como lo llaman los devotos de la ciencia ficción, parecen un cielo despejado, intenso. Con una inquietud larvada entre el disimulo y el interés, la chispa de su mirada está a la pesca de algo, una frase que no suena bien, una palabra que sobra, un párrafo que hay que pulir. En un bar de Villa Crespo, en la esquina de Corrientes y Malabia, Pablo Capanna trabaja con tanto ahínco en la corrección de los originales de un libro que acaba de terminar que Página/12 lamenta interrumpirlo. Inmediatamente saluda, guarda las hojas impresas en su maletín y se dispone a repasar sus Conspiraciones. Guía de delirios posmodernos (Ediciones de la Flor), un volumen que recopila sus artículos publicados en el suplemento Futuro de este diario.

De manera casual y a las puertas del siempre temido verano –donde a veces hasta los temas, agotadísimos, se toman unas soberanas vacaciones–, Leonardo Moledo le pidió en 1998 una nota “ligerita” para el suplemento. No sabe en qué momento esas notas se hicieron “más formales”, se transformaron en una suerte de columna y llegaron, como cuenta en el prólogo, a ser “tan previsibles como las fases de la Luna”. Pero antes tuvo que sortear un examen complicado: escribir para lectores exigentes. Aunque usted no lo crea, este profesor, ahora retirado de la docencia, no proviene de las llamadas ciencias duras, sino de la filosofía. “Es una cosa insólita una relación tan prolongada”, dice Capanna, meneando la pelada, aún perplejo por la respuesta “benevolente” de muchos lectores, pero también por ese vínculo que resultó más duradero que todos los contratos.

En el supermercado de creencias a medida que la realidad regala cotidianamente, Capanna les pasa el trapo a las indeseables reacciones fundamentalistas: “Los creyentes se hicieron crédulos y los escépticos, dogmáticos”, advierte en las primeras páginas. No es casual que para muchos los nuevos dioses sean los extraterrestres, a quienes se les atribuye la creación y tutela de nuestra especie. El filósofo y ensayista se sumerge en el mito del extraterrestre, surgido a mediados del siglo XX, con una imaginería derivada de la ciencia ficción, para mostrar cómo fue evolucionando hasta resignificarse conforme al esoterismo más tradicional. “Como los huracanes, las crisis económicas y las mudanzas de la opinión pública, los mitos son estructuras que se autoorganizan a partir de un núcleo circunstancial y crecen asimilando las fuerzas del mundo que las rodea, casi como si fueran seres vivos”, señala el filósofo que nació en Florencia (Italia) en 1939 y vive en Buenos Aires desde los diez años, autor del clásico El sentido de la ciencia ficción, La Tecnarquía (1973), El señor de la Tarde (1984), El tiempo desolado (1993) e Idios Kosmos, entre otros títulos. En otro artículo recuerda que en 1953 Albert K. Bender, el editor de una de las primeras revistas dedicadas a los ovnis, escribió que había recibido la visita de tres misteriosos agentes vestidos de negro que le habían prohibido seguir investigando. Otro ufólogo, un tiempo después, retomó la historia en un libro titulado Ellos sabían demasiado sobre los platos voladores y logró sembrar la paranoia en todos aquellos que sentían curiosidad por el tema. Así nacieron los Hombres de Negro (Men in Black o MIB), cuya tarea consistía en desinformar y ocultar las pruebas de la presencia extraterrestre en la Tierra.

La lupa obsesiva de Capanna se detiene en la clonación de la oveja Dolly y la irrupción de un autotitulado mesías francés Raël; en Thomas Alva Edison, “el último de los inventores empíricos” –mucho antes que Superman, gozó del privilegio de ser un mito nacional norteamericano–; en la vida del serbio Nikola Tesla, un tipo bastante extraño –comía sólo alimentos hervidos, se pasaba el día lavándose compulsivamente las manos, dormía poquísimo y trabajaba siempre de noche– al que le debemos la creación de la corriente alterna, la radio y las redes de alta tensión; en las numerosas epidemias de brujería –es erróneo relegarlas a la Edad Media porque estos fenómenos coincidieron con el Renacimiento y acompañaron la fundación de grandes universidades y el triunfo de la ciencia moderna–; en las maquinaciones de una siniestra organización cuyo nombre parece salido de una ópera italiana: los Illuminati; en las armas de destrucción masiva, en el teorema de Thomas y la Ley de Vico, entre otras cuestiones que explora en Conspiraciones. “Hay teorías conspirativas basadas en un lenguaje y en un imaginario científico, como la de los extraterrestres; un mito típico de la segunda mitad del siglo XX que se transformó en una especie de religión y nadie lo puede parar. Este mito se relaciona con los poderes que manejan la humanidad y a su vez son manejados por los extraterrestres, y así las cosas se complican ad infinitum. La paranoia siempre se retroalimenta”, subraya Capanna.

–Es curioso pero parece que cuanto más se avanza científicamente, más se incrementa la paranoia. ¿Cómo explicaría este fenómeno?

–Quizá sea por la súper abundancia de información, donde los datos o temas aparecen en un mismo plano y no se sabe bien a quién creerle. Entonces se duda. El mundo actual es bastante caótico; da cierta tranquilidad el hecho de creer que el mundo no sólo es caótico, que hay alguien que tiene el control remoto, que alguien nos está manejando, y como soy uno de los pocos que lo sabe, me siento elegido porque ya sé la explicación que la gente no tiene y eso me tranquiliza. A veces uno no sabe cómo encarar ciertas cuestiones porque hay gente con delirios muy bien estructurados (risas). Como todo está en los medios, la duda se siembra también a través de los medios. Siempre recuerdo el documento de Unabomber, un loco solitario que quiso destruir la sociedad industrial. Ese documento del Unabomber es aburridísimo, un paper universitario lleno de bibliografía que sólo él leyó y que no tiene mayor relevancia. Si lo hubiera presentado en cualquier universidad, no se lo publicaban. En uno de los puntos él plantea que si quería que su mensaje tuviera posibilidad de causar alguna impresión perdurable en el público, no tenía más remedio que matar a algunas personas. ¡Necesitó matar para tener un lugar en los medios! Es terrible; la gente es capaz de hacer cualquier cosa con tal de tener quince minutos de fama, como decía Andy Warhol.

–¿Las nuevas tecnologías vuelven a la gente más paranoica?

–No, eso depende de la actitud de la gente. Quizá puedan multiplicar algunas tendencias que ya estaban en esas personas. Si uno es un poco de realista, descarta de inmediato la paranoia.

–¿Qué le aportan a la ciencia los extravagantes, raros o locos como Nikola Tesla?

–Como dice un amigo, los científicos son todos un poco chiflados (risas). A veces una idea muy loca se expresaba en la ciencia ficción. Muchos científicos en los ratos libres que tenían lanzaban la idea más descabellada y escribían un cuento con seudónimo porque no tenían que dar pruebas. Luego venían otros que leían esas ideas, se ponían a investigar y desarrollaban el tema. Muchos dicen que los escritores que se dedicaron a la ciencia ficción previeron el celular, el microondas, el lavarropas... No es que previeron sino que tiraron ideas que en ese momento no eran factibles, pero después otros las trabajaron. Ahora el desarrollo es más rápido de lo que se puede pensar; por eso me parece que está un poquito agotada la ciencia ficción. Cada vez que digo esto se me enojan todos...

–¿A qué se debe ese agotamiento?

–La ciencia ficción reflejaba un clima de gran confianza en la ciencia; clima que después entró en un cono de sombra. Se creía que con la ciencia y la tecnología se podía resolver todo y había una interacción importante entre la ciencia y la ciencia ficción. Ahora hay muchos científicos que uno tiene la sensación de que están haciendo divulgación; ya no es literatura. Es como si te contaran lo que piensa hacer la NASA en los próximos cincuenta años, y a veces quien te lo cuenta trabaja en la NASA. En su momento la ciencia ficción fue muy estimulante, pero cumplió un ciclo. La ciencia ficción dejó de ser revulsiva.

–¿Por qué un apasionado de la ciencia ficción no se dedicó a escribir ficción?

–No sirvo para eso. Escribí un cuento a los 15 y otro a los 30, que se llama “Acronia” y lo publicaron en 1968 en una antología. Pero después nunca más. Podría decir que fui precursor de Internet porque el personaje de ese cuento trabaja con una pantalla y un teclado. Me imaginé a un tipo que hacía estadísticas posibles e imaginarias y que después las borraba y las guardaba, por si alguna vez le servía. Elvio Gandolfo siempre me dice que tendría que escribir una novela y me pone el ejemplo de (Umberto) Eco, que se animó. Bueno... pero yo no soy Eco (risas).

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